Publicado en: 31/08/2023 Nancy Botta Comentarios: 0

Rosario, 26 de agosto de 2023

Querido Franz:

 

Me permito contarte lo que experimento mientras te leo, ya que a suficiente número de pares les acontece algo similar. Me refiero a una intensa perturbación que hace necesaria una tregua entre inquietud y perplejidad. Breves descansos, ya que, en cuanto puedo, retomo la lectura entregándome a la necesidad de continuar.

Me siento interrogada por tu obra, que llegará a entronizar tu nombre como adjetivo para situaciones y sentimientos que no lograban ser descriptos por los hasta entonces conocidos. Resalto que se trata de vos, no de uno de tus personajes o protagonistas

De esta manera, mis reflexiones procuran encontrar en lo que escribís un rasgo presente en toda tu obra; esforzándome en acotar la inevitable conmiseración ante la angustia que desborda en ella. Rasgo que en tu estilo tiene una fuerza capaz de perdurar a través del tiempo, ganándose su lugar en la lengua española. Si bien kafkiano significará algo difícil de delimitar, la dimensión de pesadilla le es inherente.

Con sutil simbolismo y dureza vas dando prueba de tu capacidad de desnudar almas. A veces en un espectáculo horroroso, parafraseando a Camus, otras con peculiares y sorprendentes alegorías. Siempre incisivas, tus palabras penetran hasta develar algo tan íntimo como rechazado de la esencia humana.

Ante tu despiadada conciencia, padecés la tragedia que Shakespeare inmortalizara en su Hamlet, vertiendo tu sufrimiento en palabras sabias sobre el dolor de existir.

Dolor de ser o no ser y culpa existencial. Condena inapelable y arbitraria que atraviesa nuestra civilización desde los tiempos del Antiguo Testamento. Origen marcado por una interpretación inexorable de La Ley, referida a un Dios omnipotente.

Una de los filones que considero más notable, es la exposición de nuestra cultura aplastante. Dando testimonio de la agónica existencia del libre albedrío, denunciás el sojuzgamiento a políticas sociales ávidas de poder y sacudís a los lectores al poner en cuestión la posición de los personajes y su falta de reacción. Sin embargo, vos no sólo resistís al sistema, sino que exponés su enloquecedora manipulación a través de razonamientos sin sentido, que nos encierran en un burocrático y frustrante laberinto convirtiéndonos en peregrinos de la nada.

Respecto a vos, cargando todo el peso de tu aflicción, esgrimís tu verdad de puño y letra. Excepcional recorrido coherente con tu vida. Eludís el oprobioso destino común de tu familia, tu pueblo y de otras comunidades que terminarán aprisionados en los campos de concentración. Serán víctimas de uno de los más crueles aspectos a que puede degradarse la condición humana. Lamento tener que decírtelo.

Increíblemente suspicaz y dotado de una percepción inusual vislumbrás el ominoso devenir de la historia. Incluso la segunda guerra mundial (que llegará) con el retorno de las tiranías más terribles, plenas de castigos y torturas atroces. La ceguera de las masas, la complicidad e hipocresía por conveniencia de otros, y la paralizada contemplación o negación de gran parte del mundo, se ven reflejadas con ironía y crudo realismo en tu obra.

“Carta al padre” merece un capítulo aparte. Tu historia con él nunca llegó a ser tal, ya que permaneció presente como ardorosa vivencia en el día a día. No pudo el tiempo con su paso, atenuar la gravitación del repetido desencuentro que te lastima una y otra vez. Heridas que siguen abiertas, avivadas por tu observación de niño asombrado, y que fomentaron una creciente desolación a medida que tu inteligencia y capacidad de ver allí donde otros no pueden, se fueron cristalizando

Tu aptitud develadora es uno de los obstáculos insalvables que te impiden ser uno más entre aquellos que aceptan las limitaciones e imperfecciones humanas y transitan un destino más llevadero.

El rechazo que sentís ante la cobardía, la voluptuosidad, la malicia, los excesos y falencias, te acorrala en un aislamiento desolado. Y escribís sobre la indignidad presente, allí donde otros deambulan con placidez, entre ellos tu padre. Ese padre tan repelido y admirado. Tan aborrecido como amado. Tortuosa ambivalencia sin reconciliación que te carga de culpa por no responder al ideal de hijo que él deseaba.

Tu integridad y aguda comprensión te posibilita diferenciar la imagen del padre terrible que te perseguía de la persona de Herman Kafka. Distinción racional a la que pocos acceden y a pesar de la cual, tus sentimientos permanecen sin modificación.

Aun así, elevándote con honestidad admirable, en la carta asumís el rol de abogado defensor de él, alegando en su nombre lo que argumentaría ante tus reclamos.

¿Te sentís redimido en el período terminal de tu enfermedad? ¿encontraste, al más alto costo la realización de aquella frase tuya “El significado de la vida es que se detiene”?

En este punto, necesito citarte en el siguiente párrafo.

“…o cuando durante mi última enfermedad venías a verme a la cama en silencio, te parabas en el umbral, estirabas el cuello y me saludabas sólo con la mano, por consideración. En esos momentos yo me acostaba y lloraba de dicha.”

Con todo el corazón.

 

Autor:
Nancy Botta

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