Publicado en: 19/06/2024 Graciela Roselli Comentarios: 0

Amadeo, por qué no vas a descansar, no creo que Ledesma vuelva a la oficina hoy, me dice Nina, la secretaria, con toda la ternura de su juventud.

No estoy cansado, además necesito que Ledesma me explique. Ayer me dijo no tengo nada más para decirte, pero cómo puede ser que no tenga nada más para decirme después de tantos años de trabajo, algo más tiene que saber, si son carne y uña con Fontana, después de todo es él el que me informó que estaba despedido, no creo que Fontana no le haya dicho nada sobre cuál es el motivo. Sí creo que no quiere decirme lo que sabe.

No me voy a mover hasta que alguien me explique. Ayer quedé perturbado por la noticia y me arrepentí de haberme ido, por eso hoy no me voy a mover de acá hasta que me diga en la cara por qué me despiden así, de esta manera. Zulma agarró sus cosas y se fue llorando, pobre Zulma, sin pedir explicaciones, y no volvió más. Yo en cambio necesito una justificación. Echado sin un por qué, después de tantos años, dónde se ha visto.

¿Habrán dejado de gustarles mis notas? Podría ajustarlas un poco, estaría dispuesto si me lo pidieran. Pero siempre me dijeron que eran buenas, “contundentes” es la palabra que usaba Ledesma para describirlas. Y entonces ¿qué está pasando ahora? ¿De repente dejaron de serlo? Y a Zulma, ¿por qué la despidieron?, ¿será que ya estamos viejos y nos quieren sacar de encima? Nueve horas de todos los días de los últimos veinte años las pasamos en este lugar y ahora pretenden que nos vayamos de un momento a otro sin decirnos un por qué.

De acá no me pienso mover, aunque a cada momento sea más difícil de soportar este maldito dolor de cintura, no se me calma ni sentado ni parado y no me permite estar quieto.

Nina vuelve a su escritorio y no deja de mirarme. Siente lástima por este pobre viejo terco. De a ratos se acerca, haciendo equilibrio en sus tacones de plataforma para ofrecerme agua, té o que me vaya a casa a descansar. Desde que llegué, esta mañana temprano, me advirtió que iba a ser en vano la espera. Pero acá me quedo, todo el tiempo que sea necesario, total no tengo otra cosa que hacer. En algún momento Ledesma tiene que venir.

Y pienso que tengo todo el tiempo del mundo para esperar, porque no pienso ir a mi pieza de pensión a quedarme inmóvil en la cama mirando la foto de Alicia, hundiéndome en el abismo de mi existencia.

Me veo dando vueltas en esta oficina, inquieto, sabiendo que no tengo otro lugar adonde ir y siento pena de mí mismo. Para colmo justo hoy se me vino a despegar el mocasín y tengo que arrastrar el pie cuando camino para no tropezar.

El nuevo se enciende un cigarrillo y me mira desde su escritorio, supongo que debe ser nuevo porque nunca antes lo había visto, me observa por encima del grueso marco de sus anteojos y piensa que no le gusta este viejo rancio, es un perdedor, y piensa que qué bueno que lo echaron, no lo voy a tener que ver todos los días. A mí tampoco me gusta él, es sombrío, apático. No emite palabra, solo insinúa con la mirada, con su ceño contraído. Levanta el mentón exageradamente para expulsar el humo poniendo boca de pez y dibujando anillos en el aire. Agacha la cabeza y se concentra en la pantalla de la computadora simulando evadirse de mi presencia, aunque yo sé que no le es indiferente. Piensa cuándo se va a ir este fracasado, ¿no se avergüenza de estar rogando explicaciones? Y piensa también que nunca se imaginaría a él mismo, siendo viejo, tan ridículo, haciendo semejante papelón. Si supiera que yo también estuve en ese escritorio, hace muchos años, y creía que la vida siempre me iba a sorprender, que el futuro era prometedor para mí, que ser viejo no estaba entre mis planes, y menos ser un viejo echado como un perro vagabundo. Y que fumaba compulsivamente y hacía aritos en el aire hasta que me dijeron que si quería seguir respirando no tenía que tocar nunca más en mi vida un cigarrillo. Y que además tenía mocasines nuevos, como los suyos.

Pero no puedo detenerme a pensar en pavadas, ahora estoy abocado a mi objetivo que es hablar con Ledesma. En algún momento va a tener que aparecer y aclararme por qué después de tantos años de trabajo me despiden del diario así nomás.

Y vuelve Nina, otra vez a decirme lo mismo, que seguramente hoy Ledesma no me va a poder atender. Andá a descansar Amadeo, me dice. Pobre Nina, tan buena, tan frágil, tan joven, haciendo equilibrio en sus tacones de plataforma, prefiriendo sostener la altura más que la estabilidad. Cómo describirle lo que estoy sintiendo, que irme sin escuchar un motivo por el que me echan sería entregar todos estos años de mi vida a un sinsentido. No entiende que no me voy a ir, que no me quiero ir a hundirme en mi cama mirando la foto de Alicia. Pensando que si creo que está es como si estuviera, porque Alicia ya no está y entonces pienso que me engaño a mí mismo creyendo que está. Y pienso que ella me diría no seas tonto Amadeo, seguí tu vida, no te quedes esperando. Pero eso es lo que yo pienso que ella me diría si estuviera viva, no lo que yo necesito hacer. Y en seguida se me hace palpable su ausencia y la daga de la realidad me perfora el pecho sin anestesia.

Y me veo en esta oficina, tan solo, humillado, pero al menos con un objetivo. No sé qué haré después que Ledesma me dé una razón, pero sé que ahora no tengo ninguna otra cosa que hacer más que esperarlo, porque necesito saber.

El nuevo levanta cada tanto su mirada juzgadora detrás de esos gruesos marcos negros, balancea la cabeza como desaprobando lo que ve, vuelve a mirar la pantalla y piensa que lo mejor sería que ese viejo se vaya a su casa, a su edad dando lástima, ya está, qué espera, que lo coronen de laureles. Y Nina me acerca un vaso de agua, andá a descansar Amadeo, me aconseja dulcemente. Se está haciendo tarde, dice. Ella sigue sin comprenderlo, que no tiene sentido para mí irme, que no tengo otra cosa que hacer más que quedarme tirado en mi cama de pensión mirando la foto de Alicia y hundiéndome hasta desaparecer. Pienso que tiene miedo de que cometa una locura acá, que me mate delante suyo, y pienso que tendría que aclararle que no soy un suicida, que no está en mis planes matarme, no porque no se me pase por la cabeza sino porque no tendría el valor de hacerlo. Pero mejor no se lo aclaro porque en algún punto sé que es preferible que lo crea, me hace sentir que tengo un poco de poder sobre el estado anímico de alguien. Pobre Nina, realmente se la ve muy angustiada, pero qué otra cosa puedo hacer por ella. Mantenerla pendiente de mí no me hace invisible.

Amadeo mira a su alrededor, Zulma y él trabajaron en esta oficina los primeros años, antes de pasar a la redacción, en los mismos escritorios que hoy ocupan Nina y el nuevo. Este lugar, que le era tan familiar antes, ahora le resulta extraño, oscuro, frío.

Repara en el archivero metálico, ese armatoste descascarado repleto de datos y humedad, siempre estuvo en el mismo lugar, al lado de su escritorio que ahora es el del nuevo, y se pregunta qué dirá en mi legajo, cuál será la causa de mi despido, que habrán escrito allí.

El nuevo no deja de mirarme de arriba abajo, qué molesto. Intento esconder el zapato roto detrás del otro pie, pero no tiene mucho sentido porque ya lo vio. Se hace el disimulado, pero sé que no deja de observarme, con su mirada incisiva, descalificadora. Saca del segundo cajón un libro y se pone a leer. Es un policial. En mi juventud me encantaba leer policiales, los devoraba. Se acomoda constantemente las gafas de grueso marco negro. Miro las mías, también de marco negro y grueso, e intento esconderlas en el escote de mi camisa para que no vea las enmiendas que le hice con cinta adhesiva. Y pienso que tendría que haberme cambiado por lo menos la camisa, no me di cuenta.

Pasan las horas y Ledesma no viene. Será así, que definitivamente no vendrá. Tal vez se haya enterado que lo estoy esperando.

Otra vez se acerca Nina haciendo equilibrio sobre sus tacones de plataforma y ya no tan amablemente me advierte que se está haciendo muy tarde, que va a ser mejor que me vaya, que ella ya se va a ir y que tiene que cerrar la oficina. Y pienso que el nuevo sigue ahí y a él no le dice nada, parece no registrarlo, ni lo mira, es como si no existiera para ella.

De acá no me voy a mover, no tengo otra cosa que hacer. Una corriente de aire helado se mete por el agujero de mi zapato y me congela el cuerpo entero. Está refrescando demasiado y lamento no haber traído abrigo. Pienso que si lo hubiera previsto habría cargado una manta, pero salí apurado y sin saber qué me depararía el día de hoy.

Es muy probable que a esta hora Ledesma ya no venga y sé que me dijo una y otra vez que él no sabe nada, pero a mí no me convence. Además, no voy a volver a la pensión a hundirme en mi cama mirando la foto de Alicia, ahogándome de sueño y alcohol.

Nina comienza lentamente a guardar sus cosas y cada tanto me dirige una mirada para registrar si me moví al menos un centímetro. Como sé que la estoy importunando le muestro una simpática sonrisa. Ella responde con otra, pero no de simpatía sino de resignación por la impotencia.

Está anocheciendo y el frío recrudece, no sé cuándo volverá Ledesma, seguiré esperándolo, no pienso moverme de acá, no tengo otra cosa que hacer. Ni siquiera tengo que madrugar porque ya no tengo trabajo, me despidieron.

Se acerca Zulma y me ofrece un té caliente. Zulma, le digo, ¿vos también viniste? sabía que no te ibas a ir así nomás. Esperemos juntos a Ledesma, alguna explicación seguramente nos va a dar. No pueden despedirnos así nomás, sin fundamento. No seas tonto Amadeo, no te quedes esperando, andá a descansar me dice, después te duele la cintura. Alicia, ¿sos vos? ¿Cómo supiste que estaba acá? Pensé que eras Zulma que había vuelto. Y Nina, tambaleando en sus tacones de plataforma me dice soy yo Amadeo, y piensa que estoy muy mal, que debería irme, que no sabe cómo hacer para que me vaya, ni a quién llamar para que venga a buscarme. Y miro hacia donde está el nuevo y sigue allí, leyendo como si nada pasara a su alrededor, en el que fue mi escritorio, con mis lentes sanos, mi libro y mis mocasines nuevos, mostrando una incipiente sonrisa socarrona, pensando que nunca él va a llegar a ser un viejo tan patético, despedido después de tantos años de servicio, sin un motivo aparente y rogando una explicación, sin tener ninguna otra cosa que hacer.

 

 

Autora:
Graciela Roselli

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