Al poco tiempo de morir mi tío de Necochea y recibir su casa en herencia, uno de sus amigos me hizo una oferta para comprarla. León Ferrari, un viejo windsurfista necochense al que siempre le gustó la idea de vivir ahí. Enseguida nos pusimos de acuerdo y se la vendí con todo lo que estaba adentro. La tarde que se escrituró, le dije que se quedara con lo que era de su agrado y lo demás lo donase. Yo vivo muy lejos y ocuparme de eso era un problema.
Al cabo de unos días, recibí un llamado de Ferrari contándome que había donado todo a un asilo de ancianos pero que después quiso recuperar algunas cosas, entre ellas, un cofre cerrado y lacrado que le despertó cierto interés. Me propuso enviármelo aunque preferí por seguridad, que lo abriera y me comentase de qué se trataba. No lo conocía a Ferrari pero sabía el valor de esa entrañable amistad.
Minutos más tarde, me volvió a llamar para comentarme que dentro del cofre estaban los diarios personales de mi tío. Ni bien le manifesté el deseo de leerlos, me ofreció mandármelos por encomienda.
Llegaron una semana después. Nunca iba a leer las dos mil ochocientas treinta y seis páginas, pero la vida de Oscar me intrigaba. Era escritor, windsurfista, solitario y loco. Así que tomé una decisión: por ahora leería la primera hoja, algunas del medio y la última. Transcribo a continuación.
PRIMERA HOJA
20 de enero de 1979.
“No es común empezar a escribir un diario personal a mi edad, pero la soledad me ha llevado a hacerlo. Quisiera que al menos una parte de mi pasaje, quede en palabras. Todas las noches cuando me siente a escribir, voy a sentir que le estoy contando mi vida a alguien, ése que algún día, espero, lo leerá.
Me levanté inclaudicablemente a las 6:00 a.m. a meditar. Contemplar el mar y la furia del viento que no le permite la posibilidad al silencio. Les abrí la puerta a los perros para que salieran y me senté a escribir mi columna para el diario local. Cerca del mediodía, cuando ya el sol le otorgaba luz propia a la bruma, preparé la tabla, la vela, me puse el traje de neopreno y me interné una vez más, en esa masa inconmensurable, remedo del infinito.
La sinergia entre la inmensidad y la conciencia de mi insignificancia, me transporta a límites inusitados: de ahí surge la adicción de la cual no puedo volver.
A mi regreso, pasé por el bar de Julián a tomar un café y conversar un poco. Hoy tuve la necesidad de interactuar un rato con alguien y como a él le gusta la metafísica, la filosofía y tiene cierto interés por lo que escribo, hablamos sobre esos temas. Es apasionado del mar también, buceador de aguas profundas, y una de las pocas personas que quiero mucho. Considero a los amigos como un lugar para descansar de uno mismo. Cuando el recinto comenzó a ponerse concurrido, emprendí el retorno.
Avivé un poco el fuego del hogar, me bañé con agua muy caliente y preparé la cena: algunas legumbres y una corvina que me regaló Kalo, el armenio que vive en el puerto.
Hoy no fue un día que haya sobresalido por lo estimulante, más bien pareció estar contenido por la rutina. Terminé de corregir mi ensayo sobre “Por quién doblan las campanas”. Plasmé estas palabras para dar por finalizado el día, hoy, más tarde de lo habitual.”
SEGUNDA HOJA (página número 1269)
06 de Abril de 1987.
“Ésta mañana entregué la casa que tenía alquilada. Por ello, hasta que emprenda mi regreso, pararé en esta posada. Haber aceptado la oferta laboral aquí en Trujillo fue de alguna manera, volver a vivir. Y otra forma de abordar las letras. La vida hondureña me ha dejado el sabor agradable de la decisión acertada.
Dejé mis pertenencias en la habitación y nos fuimos con Kenia a andar con las tablas. Creo que sin su compañía, estos años aquí, no hubieran sido fáciles. Si bien faltan algunos días para que me vaya, hoy sentí que me despedía de ella y del Mar Caribe. Entrado el atardecer, encendimos una fogata en la playa, fumamos un poco y comimos unas baleadas con vino blanco. La cena transcurrió entre silencios prolongados pero no incómodos. Hubo un atisbo de angustia en la atmósfera pero no quisiera que esta escisión, opaque el fulgor de lo hasta aquí vivido. Hablamos sobre una posible continuidad de nuestra relación sin dejar en claro cómo sería. Sé que volverán los días grises…
Cuando volvíamos le dije que prefería dormir solo a lo que asintió con un arqueo de sus labios que dejaban ver su disconformidad. Me trajo hasta la posada y nos despedimos con un beso ligero.
Necesitaba unas horas para terminar un trabajo y el día había sido intenso. Tomé un baño, y con estas palabras finalizo más tarde de lo que hubiese querido.”
TERCERA HOJA (página 1840)
05 de septiembre de 1992.
Ayer no he escrito nada. Anoche presenté mi segundo libro en una velada que se extendió más de lo previsto. Comenzó como un momento grato que se llevó a cabo en la biblioteca del colegio donde cursé mis estudios secundarios. Pero lo efímero de esa gratitud, como habitualmente sucede en casi todos mis acontecimientos, pende de mi estado de ánimo y ayer sucumbió ante una multitud poco conocida. Son ocasiones inmanejables que terminan siendo gobernadas por el hastío. Y una vez más.
Hoy amaneció lloviendo sobre Necochea. Los cordones nubosos minimizaban la distancia cenital. Aproveché para descansar dado que las últimas semanas fueron agobiantes. Subí los perros al auto y viajé a Mar del Plata para buscar un mástil y una vela que compré. Siento la necesidad de frenar la velocidad del paso del tiempo y aferrarme a la soledad, me enquisto en ese deseo. Me hace muy bien viajar solo y en silencio por las rutas haciendo el ejercicio mental de no absorber el prejuicio que creo tienen los demás cuando me detengo a pensar lo que creen de mí. Volvimos hace un rato. Les di de comer a los perros que ardían del hambre; yo no cené porque antes de llegar comí algo con Mario en su restaurant luego de entregarle unas flores que le había prometido para paliar sus dolores. Buen tipo Mario, ojalá pueda con su enfermedad.
Sigue lloviendo y no ha cesado en todo el día. El placer de sentir el sonido del agua irrumpiendo en el silencio absoluto de la noche, hace del instante previo a pernoctar, una sedación inefable. Mañana será otro día.
ULTIMA HOJA (página 2836)
10 de agosto de 1999:
“Ésta va a ser la última página de mi diario. Es muy difícil saberlo con certeza. Es más, estas son las últimas palabras que voy a escribir en mi vida. Me hubiese gustado saber cuántas fueron a lo largo del camino. Me hubiese gustado saber cuántas horas les he dedicado.
Me hubiese gustado saber cuántas horas he meditado. Me hubiese gustado saber cuántas horas me he amalgamado con el océano. Me hubiese gustado haber evitado menos la presencia del otro.
Me hubiese gustado haber tenido algún motivo para que éstas, no fueran mis últimas palabras. Me hubiese gustado haberme gustado.
Tengo la paz de saber que mis pasos han sido justos. Tengo la paz de haber dicho lo que pienso. Tengo la paz de haber hecho lo que pude. Tengo la paz de haber cumplido la palabra. Siempre sostuve que lo último que iba a hacer en esta vida eran dos cosas: Escribir y windsurfear en el mar. Por lo tanto aquí dejo mi último escrito para levantarme con la seguridad de que del mar, no voy a volver”.
Autor:
Martín Francés