Publicado en: 24/03/2022 Lisandro Lenski Comentarios: 0

Amanece fresco. No falta mucho para el verano, y de las esporádicas olas calurosas, surge nuevamente el frío. Esto no me atormenta, lo prefiero, aprovecho mientras haya paz. Me gusta enrollarme con el edredón y soñar que duermo, porque desde hace mucho, ciertas preocupaciones no me lo permiten. Las noches son complicadas, incluso las primeras horas del día pueden serlo. El descanso es un anhelo inalcanzable y sucede que me confundo, pues no es sencillo, para nada. Como les dije, creo que el asunto se explica así:

Son las dos y media de la mañana, Germancito se levanta medio zombie, viste su pijama  con dibujos, zigzaguea en slalom y atraviesa la sala, abre la heladera, agarra champiñones apretujados en su bandeja plástica y los corta en pedazos. Enciende la hornalla y pone una sartén; capaz ni sabe que prende la hornalla, porque anda sonámbulo. Rompe allí dos huevos y agrega champiñones, los revuelve y echa sal. Apaga el fuego, creyendo a lo mejor que lo enciende, (esto es peligroso, debería utilizar un horno eléctrico). Abandona los huevos, va al baño, orina, regresa a la cama, da vueltas, muchas vueltas, con las piernas inquietas. Germancito no puede amarrar esos impulsos y es errático, por eso anda como ido. Lo suyo es simple, monótono. Tiene sueño, su sueño es un tesoro que guarece y escapa entre las pestañas sin remedio.

Ahora es Ricardo el que se levanta metido en sus boxers que le aprietan la panza, va hacia la cocina haciendo un blitzkrieg y se encuentra los huevos revueltos con champiñones. Los come. Ve el reloj — tres de la mañana— no son horas de comer, pero no le importa, lo hace igual, aunque intenta cambiar esos hábitos perjudiciales. Antes era peor, habría seguido atiborrándose con sobras de la cena, pizcas de sal, chocotorta. Cualquier cosa con tal de engranarse la quijada y evadir el movimiento incesante de las piernas de Germancito que friccionan las sábanas encastradas en vano.

Ricardo busca calmar al pequeño, sumirlo en un letargo, como sea. Germancito mueve las piernas y salta espasmódicamente, como si tuviera el “baile de San Vito”. Intenta dormirse y el “baile lo posee”. Ricardo ya no soporta, ya no lo aguanta y planea algo contra Germancito, no sé qué: algo. Ahora le da pastillas, diciéndole que son golosinas. Germancito no conoce esos medicamentos, a veces los traga, pero no se fía del todo. Es vivo Germancito, no se crean. Se lo puede engañar una vez, solo una vez, y rápido. Si el temblor en sus piernas lo domina, se vuelve incontrolable, endemoniado. Camina desesperado por el departamento, baja a la calle, se toma un café con leche en la panadería y consume hidratos. Eso lo saca de quicio a Ricardo y lo quiere fajar al nene, porque ahora se cuida, o cree que se cuida.

Germancito regresa, se echa en la cama, mira el techo, se desconecta y conecta a otra cosa, a cualquier cosa, se esfuma. Entonces Ricardo toma el relevo como en una carrera de atletismo. Se pone en pie. Va a su escritorio flotando, sus pies tienen imanes que rechazan el suelo. Esa fuerza magnética lo impulsa hacia adelante. Lee periódicos, divaga. Cree aprovechar el día. Cree que ha dormido. Para Ricardo es simple, es inevitable, no hay nada que hacer al respecto, descarga la responsabilidad en alguien más, no se hace cargo.

Esa disputa la traen desde hace años, es un pleito arcaico. Latente. Una causa abierta. Creo que Ricardo trama algo. No vayan a decir que no les dije. Ricardo consulta médicos, nutricionistas, gurúes. ¿Será que quiere separarse de su siamés inconsciente? Sería una intervención riesgosa, pero él es temerario, rencoroso, vengativo. En cambio Germancito es ingenuo, vive para los demás, se ha quedado en el tiempo. Es más chico, es un niño. Solamente terminó la primaria y no estudió más. A veces se comunica con sus amigos de la infancia. A veces.

Ricardo va al psicólogo. Germancito va al psiquiatra —creyendo que es un pediatra que le da golosinas—. Cuando se ejercitan, se sincronizan, difuminando las diferencias, deteniendo el forcejeo un ratito. No se ven las caras, apenas sienten algo, un fogonazo en un sueño ajeno, como un recuerdo propio que proviene del olvido, una ilusión filtrada en pensamientos.

En otros momentos, Germancito se inquieta, se para a preparar los útiles, agarra la cartuchera, mete lápices, gomas de borrar, compás y la regla con borde metálico para salir a luchar junto a Toti, contra todos, en los recreos. Como les decía, es aniñado, no idiota, desde sus zapatos el mundo es claro. Obviamente es un chico distinto. Muy diferente. ¿Ustedes piensan que los niños no entienden nada?, claro que entienden, es la perspectiva nomás lo que cambia. Ven a los demás altos, adustos, lejanos.

Ricardo en cambio es sofisticado y retorcido. En México maduró, ahí empezó a despegarse de la inocencia, fue necesario, un proceso. Sabe que la vida es un suspiro, que se acaba en cualquier momento y Germancito es un lastre indeseable. La situación se exacerbó cuando se toparon en un espejo. Fue en el baño del aeropuerto en ciudad de México, andaban en vigilia, confundidos por las horas de vuelo. Era la escala para llegar a Cancún. Cuando levantaron la vista después de enjuagarse la cara, hicieron contacto en un pequeño punto que brilló. La resaca de una mirada casual y displicente, unas pupilas como las suyas, pero que no eran suyas, eran de otro, extrañas. Hubo un escalofrío, el atisbo de ser alguien más los estremecía. Y claro, se adivinaron, de pronto hubo un clic, luego nada. Sucedió solo una vez, pero hizo mella. Un conato.

Cuando Ricardo estaba con Gigi, Germancito se metía. A Germancito también le gustaba mucho, cómo no le iba a gustar, si es niño, pero no bobo, ya les dije. Al final lo echó a perder. Sí, Ricardo se la tiene jurada desde entonces. Gigi no quiso saber nada, se mandó a mudar, y bien que hizo. Era astuta y linda, sí, muy linda y buena, creo que corrió por su salud mental y la conveniencia, la obvia conveniencia de alejarse de esos granujas. Después la persiguieron varios años: Bilbao, Sao Xico, Samarcanda. Los tres se habían encontrado en Mahahual, en el pueblito donde todos se encuentran, o se pierden, nada en medio. Ella se dio cuenta, en la convivencia se notaba. Los dos la deseaban, aunque de manera diferente. El niño Germán le dibujaba animalitos, hacía origamis deformes que le dejaba por ahí, creía ganarse su simpatía. Ricardo esperaba las noches agazapado, veía el panorama como un cazador, la besaba apasionadamente, se mezclaba en ella abandonándose al retozo entre maullidos quedos. Germancito se ponía celoso, (tampoco es ningún santo), seguía haciendo de las suyas. Y claro, tuvieron roces, cómo no. Les digo que Ricardo se la tiene jurada al chiquito. No sé cómo acaba esta enclenca. Nao sei nao. Los idiomas, los acentos, son otro tema de tensión y desacuerdos. Cuando hay que viajar, las piernas inquietas del niño perturban inclementes a Ricardo, y él busca detenerlas leyendo alguna novela densa, usando la literatura como narcótico. Son muchos los entuertos.

Si tiro de la punta de este hilo vaya a saber cuán largo es el ovillo. Tal vez me pase tirando del cordel toda la vida, quizás ingrese al laberinto y atando la punta de la soga a una estaca, consiga desarmar esta incoherencia. Entrar al laberinto y terminar con los dos, tomar el poder, hacer la revolución.

Germancito está en la puerta, ¿que se piensa? Viste un guardapolvo blanco con manchas de tinta en los bolsillos, quiere ir a la escuela, le gusta ir a la escuela y estar con sus amigos, capaz se queda ahí parado, medio ido, imaginando cosas. Pero está agotado, al fin todo se agota, ahora se acuesta y se desconecta, basta de travesuras, agita el torbellino de pataletas y se apaga, conecta vaya a saber con qué, se esfuma.

Viene Ricardo, se cree que ha dormido, se cree que aprovechará el día, hace el blitzkrieg por el departamento, se sienta en el escritorio, lee y anota, escribe letanías y las descarta, se cansa, se le cierran los ojos, no da más, va a la cama y se acuesta, mira el techo, se desconecta, se conecta a algo, se esfuma.

El inalcanzable anhelo del descanso surge entre las olas calurosas, son complicadas las noches, y las primeras horas del día a veces también. Es lo que sucede, como les dije: las preocupaciones no me dejan dormir, el calor pesa, pero hoy amanece fresco. Después de horas inciertas y errabundas, empiezo a visionar una salida. El insomnio es molesto, tal vez noten un gesto intranquilo, lo siento, no era mi intención incomodarlos. Me cubro con el edredón, y entrecierro los ojos. Se escucha un sonido aplastado, una fruta que cae sobre hojas secas. Es un sueño que se acerca, y lo imagino; me muevo sobre un camino arenoso, mis pies se hunden en la arena, y descanso, creo que descanso. Miro el techo, capaz me desconecto, y me conecto a algo más, me esfumo; mientras me acaricio con el edredón, y aprovecho que hay paz, que no están los granujas. Amanece fresco, surge el frío y esto no me atormenta, lo prefiero, me enrollo con el edredón y sueño que duermo…

 

Autor:
Lisandro Lenski


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