Publicado en: 27/03/2022 Cristina Girardo y Gerardo Zapata Comentarios: 0

Julio Cortazar

Julio Cortázar, Hacienda de Cocoyoc, Morelos, México, 1979. © Rogelio Cuéllar.
Tomado del libro El rostro de las letras, México, La Cabra Ediciones-Conaculta, 2013.
www.rogeliocuellar.mx – rogeliocuellar2003@yahoo.com.mx

En 1979, Rogelio Cuéllar tomó una serie de fotografías de Julio Cortázar en un jardín en Morelos (México). La mirada profunda, inmensamente humana del escritor argentino, quedó plasmada para la eternidad. Hay en esos retratos una empatía entre modelo y fotógrafo en la que queda al descubierto el hombre, no el escritor afamado, de esas complicidades instantáneas charlaremos hoy, en el  primer número de (En) tropi@.

 

  • Guión y entrevista: Cristina Girardo
  • Investigación:  Gerardo Zapata
  • Febrero, 2022.

 

Rogelio Cuéllar, inició su actividad como fotógrafo en 1967, su ojo certero y  técnica impecable marcaron desde entonces su carrera; a los 23 años obtiene el Premio Nacional de Periodismo por su reportaje a los porros,[1] de la rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México.

De la intimidad del desnudo a la inmensidad del paisaje su trayectoria lo cubre todo, pero encuentra en el retrato un terreno fértil. Con su lente ha inmortalizado a personalidades del teatro, la música y las artes plásticas; y como dijera Elena Poniatowska “puso rostro a las letras”, al capturar desde 1985 a lo más destacado de la literatura en nuestro idioma: Elena Garro, Juan Rulfo, Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Rosario Castellanos, Juan José Arreola, Adolfo Bioy Casares, Rafael Alberti, Jaime García Terrés, Bárbara Jacobs, Ricardo Garibay, Carlos Monsivais, José Revueltas, José Emilio Pacheco, entre otros. En 2014 publico “El rostro de las letras”, La Cabra Ediciones, en la que aparecen retratados 150 escritores.

Capturar la esencia de un literato y plasmar su rostro para la posteridad supone un compromiso entre modelo y autor que no es fácil de conseguir.

Cristina: Rogelio, Hemos elegido dos retratos de tu autoría sobre Julio Cortázar, ¿qué anécdota recuerdas del día que realizaste las tomas?

Rogelio: Las fotos a Cortázar se las tomé en 1979 en la Hacienda de Cocoyoc en el estado de Morelos, en México. Esta serie de fotos es a raíz de un congreso sobre Militarismo en Latinoamérica.  Yo trabajaba en esa época en la revista Proceso que dirigía don Julio Scherer García y entonces junto con la editorial Nueva Imagen y su director en esa época Guillermo Shavelzon[2]– organizaron ese evento que incluía  concurso de novela, ensayo, reportaje, fotografía y creo que caricatura también. Entonces Julio Scherer reunió en la Hacienda de Cocoyoc como jurados a Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Pablo González Casanova, René Zavaleta, Carlos Quijano, o sea, plana mayor, entre otros. Cortázar iba acompañado de Carol Dunlop. Entonces fue durante varios días en este encuentro en donde desayunábamos, comíamos y cenábamos todos. Las conversaciones eran un privilegio. Yo ya sabía que a Cortázar le gustaba la fotografía, y de hecho hay muchas fotos dónde aparece su cámara Nikon, una fotografiando un gato que supongo se la tomó Carol Dunlop. Yo tenía mis rollos en blanco y negro y tenía de novedad una cámara Polaroid SX70, que es en color, es la cuadradita de 6 x 6 cm. Entonces busqué un lugar, o sea, ya había caminado por la hacienda –es preciosa, así con grandes arcos de piedra; ahí vemos los grandiosos laureles de la india, sus raíces–, ya tenía localizado en qué lugar quería fotografiarlo. Entonces les dije a él y a Carol que fuéramos a hacer fotos y les prestaba mi cámara Polaroid. Fue pues un juego, ¿no?, un intercambio. Me tomaban fotos, yo les tomaba fotos. Obviamente se las regalé, creo que conservo dos o tres, pero las mejores fotos se las regalé, sin más, sin nada más, o sea era de una correspondencia por su generosidad. Cortázar era muy cariñoso, con ese vozarrón era de una ternura infinita, recuerdo una voz que le vibraba espléndidamente.

 Yo no conocía las grabaciones que él había hecho sobre Rayuela, por ejemplo, no conocía. Lo conocí posterior. Si conocía su obra por supuesto. Entonces ya existía Rayuela y el Libro de Manuel. Yo nací en el 1950. A los 18 años pues se hablaba de Rayuela, se hablaba de García Márquez, se hablaba de Mafalda, que no conocíamos. Sí sabía igual que de otros escritores ya estaba toda la conciencia del boom latinoamericano.

Cristina: A tus tantos años de vida llevas más de 50 como fotógrafo, supongo que la fotografía es una forma de vida,  ¿Qué supone para ti congelar en un instante a un escritor, siendo que luego su retrato se transforma en historia?

Comencé a tomar fotografías a los 17 años. Para mí el ser fotógrafo –empecé dentro del periodismo– me ha dado un gran privilegio: de conocer y fotografiar a las personas que he ido admirando en el tiempo. Y obviamente detrás de cada retrato hay por lo menos treinta fotos, veinte fotos, cien fotos. Después elegía la que más te gustaba. Y siempre estoy cotidianamente trabajando en mi archivo, revisando y siempre hay descubrimientos.  Yo tengo algunas influencias: por un lado, lo que es el fotoperiodismo. Yo comencé a estudiar periodismo ya en los setentas, a los veintitrés años. Primero comencé a estudiar periodismo.  Por otro, por ejemplo, el libro de Gisele Freund ¨La fotografía como documento social¨, me vinculó con otra forma de hacer fotografía. Son los antecedentes que me movieron a mí fundamentalmente.

 Y si volviera a nacer yo quisiera tener cámara desde los diez años, once años. De veras. Ahora es un privilegio: todo mundo ya tiene un dispositivo y registra cotidianamente su entorno, sus tribus. Y a pesar del manoseo, podemos decir, de la fotografía, sigue habiendo cosas interesantes…

 Cristina ¿Por qué la fotografía en blanco y negro?

Exactamente, revelo rollos blanco y negro. El blanco y negro me interesa porque tiene más fuerza que el color. Y es la tradición… O sea, lo que yo hago no es nada nuevo ni nada, sino es la tradición de la fotografía desde que nació. Desde que se inventó la fotografía todos los fotógrafos, independientemente de su disciplina –paisaje, naturaleza muerta, reportaje–, han hecho retratos de sus contemporáneos, en blanco y negro. Entonces yo me autoimpuse esa disciplina.

 Cristina: ¿Qué te convoca del retrato? Intuyo que se necesita tener empatía, emociones, para apropiarse de un rostro que posteriormente queda eternizado en papel ¿qué tipo de relación entablaste con los escritores cuando eliges retratarlos?.

Rogelio: Porque dentro del periodismo uno puede hacer un buen retrato de algún personaje en un lugar público. Por ejemplo, la iconográfica fotografía del Che Guevara, que son las fotos icónicas en nuestra memoria colectiva. Pero para mí, viendo las fotografías de un Arnold Newman, un Cartier Bresson, la misma Gisele Freund, Tina Modotti y demás… el hecho en sí de decir voy a hacer un retrato, de que posen para ti, el diálogo, que puede ser un diálogo de silencios.

En 1969 hice los primeros retratos, los únicos que tengo, de Juan Rulfo. Yo tendría diecinueve años. Tímido a más no poder. Inconsciente, porque hablé al Centro Méxicano de Escritores, pedí su teléfono –antes te daban los teléfonos fácil–, me dieron su teléfono. Dije: “Óigame, yo quiero hacerle unos retratos para la editorial Joaquín Mortiz[3]”, con Joaquín Díaz Caneiro, con el que alguna vez colaboré ahí; me compraron dos, tres retratos. Y bueno ya usé el concepto ese, y me citó en el Centro Mexicano de Escritores. Yo había leído Pedro Páramo. Yo no sabía que él era apasionado de la fotografía y de hecho un gran fotógrafo. De haber sabido yo eso, quizá hubiéramos establecido algún diálogo, pero fue un diálogo de silencios, de mutismos. Quizá me dijo: “Qué es lo que quiere”, y yo llevaba una cámara de formato medio –se requiere o iluminación artificial, que no uso…; no me interesan los flashes ni nada sino la luz natural, porque la siento, la veo, la vivo–, entonces le dije: “Vamos hacia el patio”. “¿Y qué quiere que haga?”. “Nada, nada más míreme”. Y me dice: “¿Lo miro a usted o a la cámara?”, porque la cámara la tenía en la cintura, era de formato 6 x 6. Y entonces ahí me llegó así como el sentido o la iluminación de que la mirada, buscar la mirada. Dije: “No vea la cámara, míreme a mí”. Entonces en el momento en que en las miradas del fotógrafo, en mi caso, y el fotografiado, cuando digo “míreme”, hay una corriente eléctrica. Se siente, se transmite, cambia la actitud corporal de quien estoy fotografiando. Intuitivamente desde allí establecí la importancia de la mirada. No es nada nuevo. Uno va a la historia del arte y en toda la época pictórica, en la escuela holandesa, Rembrandt, en la italiana Da Vinci, la mirada es fundamental.

¿Qué es lo que busco en mis retratos? A través de captar la mirada mostrar la personalidad, el espíritu, la esencia del ser que estoy fotografiando. Por ejemplo, cuando fotografié a Mario Benedetti yo dije: “él era el novio de Avellaneda”, el personaje femenino de una de sus novelas. Para mí él sí era él en mi imaginario.

 


[1] En México se denomina “porro” al integrante de una organización que persigue distintos intereses particulares, por lo general políticos, basados en la violencia organizada, en el asilarse en instituciones estudiantiles y en el fungir como grupos de choques para romper huelgas estudiantiles.

[2] Guillermo Schavelzon es argentino, y tiene una larga experiencia editorial en Argentina y en México, donde fue director de la Editorial Nueva Imagen; en los últimos tres años fue director general del Grupo Aguilar, Altea, Taurus y Alfaguara en Argentina. Después de décadas de trabajar primero como librero y luego como editor en la Argentina, México y España, Guillermo “Willie” Schavelzon (Buenos Aires, 1945) fundó en Buenos Aires una agencia literaria. Debido a la suma de circunstancias personales y la internacionalización del negocio del libro, se trasladó a Barcelona, una de las capitales del libro en lengua española, y se asoció con Barbara Graham. La agencia literaria Schavelzon-Graham representa la obra de un centenar de escritores de ficción y no ficción (la mayoría en lengua española) o de sus herederos, como en el caso del uruguayo Mario Benedetti, Leopoldo Brizuela y Juan José Saer. Entre otros, Claudia Piñeiro, Martín Kohan, María O’Donnell, Vlady Kociancich, Agustina Bazterrica y Juan Sasturain, el colombiano Santiago Gamboa, la peruana Grecia Cáceres y los chilenos Pablo Simonetti y Óscar Contardo figuran entre los que delegan sus asuntos comerciales a Schavelzon-Graham.

[3] Editorial Joaquín Mortiz fue fundada en 1962 y en 1985 se incorporó al Grupo Planeta. Durante el franquismo su creador, Joaquín Díez-Canedo, firmaba las cartas dirigidas a su madre en Madrid como Joaquín M. Ortiz y en alguna ocasión el sobrenombre se juntó y dio lugar al nombre de Joaquín Mortiz, con el que posteriormente bautizaría la editorial.Joaquín Mortiz publica, difunde y promociona las diferentes corrientes literarias, desde novela, ensayo literario, cuento, poesía y crónica hasta humor.

 


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