Publicado en: 03/06/2023 Alejandro Alvarez Gardiol Comentarios: 0

Cuando soñamos que soñamos está próximo el despertar (Novalis)

-¿Cómo no te voy a perdonar, si sos mi amigo del alma?

– Ojalá no lo hubieras sido, de eso se trata. De la traición. La peor de todas.

– Pero si me has dado un tiro ¿Hay algo peor que morirse?

– Si, claro: vivir con penas de amor.

 

Andaba por la vereda procurando las sombras esquivas que se estrechaban contra los edificios. La siesta eterna del verano eterno. Y nadie en las calles. Paisaje urbano, silencio de campo. Creyó ver a la distancia un punto oscuro y titilante, tal vez un espejismo, pensó, en el sopor de la tarde caliente, cuando oyó unos pasos que se acercaban por detrás. Aferrando la culata que le asomaba del cinto, giró sin detenerse. La chica lo pasaba rauda con el pelo al viento. Sus mejillas estaban encendidas y tenía la boca entreabierta. Vestía una especie de túnica muy tenue y floja. Indiferente al calor, fue ganando distancia hasta doblar en la esquina. De pronto el punto negro se le vino encima. Era un cura qué al cruzarlo, dijo:

– Linda mina, ¿eh? Un bombón propiamente dicho. Esos escotes aparecen así de golpe, cuando menos se los busca.

– Pero usted es un sacerdote…

Gordito y calvo, con unas gafas de sol como las de Sofía Loren. Por lo demás, un cura típico, con su clásico cuello clerical, sotana y zapatos abotinados negros.

-No se sorprenda tanto, las cosas han cambiado mucho últimamente, le informó el cura.

-Pero los votos de castidad, los pecados, la Iglesia…

– Habla usted con demasiados puntos suspensivos. Lo noto reticente, le dijo afable y sin más lo tomó de un brazo y cruzaron la calle hasta la despensa de enfrente.

– ¿No se tomaría una Coca bien helada?, le preguntó. Yo invito.

– Prefiero agua sin gas, la Coca me da acidez, le respondió sorprendido de aceptar sin rodeos el convite. En cambio, no le llamó la atención, recuerda, la marquesina Art Nouveau, extravagante para ese local, por lo demás muy pequeño y miserable. Se acomodaron en la única mesa que había y pidieron las bebidas al hombre que leía el diario detrás del mostrador.

– Y usted a qué se dedica, le preguntó el cura.

– Soy guardaespaldas.

– Hoy a las siete doy misa en La Trinidad, puede llegarse y comulgar.

– A las seis tengo un trabajo. Además, hace mucho que no me confieso.

– Todo evoluciona, ya se lo dije. Atrás quedó ese asunto del confesionario oculto, oscuro, penitente. Si tiene algo gordo me lo puede adelantar ahora. Tengo contactos.

– ¿Contactos? ¿Con quién?

– Depende del pecado. ¿Hay muertos?

 

Me duele tanto tu ausencia, no te podés imaginar la falta que me hacés. Persigo tu rastro en el teléfono, recuerdo nuestros días felices, tan lejanos. Tu belleza fatal, abierta al peligro. Y yo te pienso, aquí, encerrado en esta arisca soledad, acorazado, más triste que culposo. Dicen que “nada puede durar tanto, que no hay recuerdo por intenso que sea que no se apague”**. No es cierto, estás siempre conmigo, eterna, inmune al tiempo, al alcohol y al psicoanálisis.

 

Incómodo con la pregunta del cura, estaba por reaccionar cuando entró la chica del escote. Ahora vestía una polera azul, vaqueros y llevaba un caniche beige. El cura se persignó dispuesto a recibir la cachetada que resonó con la fuerza de un látigo. Parecía haber estado esperándola, y en seguida ofreció su otra mejilla.

– Pervertido, le dijo más seria que enojada. Alzó de nuevo la mano, pero se contuvo. Después soltó una risa sobradora y se retiró del local con el perrito bajo el brazo. Él la quiso seguir y salió, pero no había nadie en la vereda. La chica se había esfumado.

El cura le preguntó si no iba a hacer nada, que para eso era guardaespaldas. La mina lo había golpeado y ahora se le reía en la cara.

Él quería irse, el lugar estaba sofocante y lleno de moscas. Tenía que dormir un rato antes del trabajo, pero eso de las confesiones lo intrigaba. Se arrimó a la oreja del cura y le susurró:

– Son tres los muertos, dos en defensa propia. No había alternativa. El otro…

–  Ya lo sé.

– ¿Qué es lo que sabe usted?

– ¿La muerte es una cosa seria, eh?

–  Y la vida es “una muerte sin fin” ***, recitó como un autómata.

–  Usted me acaba de confesar que mató a tres personas. Podríamos intentar recuperar esas almas y después reencarnarlas. Déjeme ver qué puedo hacer, necesito más datos.

–  Y usted es un farsante, un caradura, ya me hartó, le dijo al cura. Mujeriego y baboso. Y seguramente pedófilo ¿por qué no? Me voy para no pegarle una trompada.

 

Recuerdo que tu caniche beige siempre me chumbaba, y nos daba risa. Cada amanecer, en duermevelas desasosegados, busco tu boca una vez más, antes del trueno. Tu espanto y el alarido después del estrépito. No pude evitarlo, era mi mejor amigo. Lo lloraste tanto que tus lágrimas rodaban por su torso velludo que no dejabas de acunar.

 

Ya se iba cuando advirtió que ya no era el cura con quien estaba hablando. Éste se había sacado las gafas y ahora, sentado frente a él estaba el otro, ese infame que ahora se le aparecía con una sonrisa abarrotada de dientes amarillos.

He venido para absolverte, le dijo en tono amable, aunque él advirtió un brillo en su mirada. Entonces el otro abrió la boca como en un bostezo largo. Vio o creyó ver una jauría de demonios saliendo de aquellas fauces enormes, que parecían querer tragárselo.  Sacó la pistola y disparó varias veces, pero no escuchó sonido alguno. Después sí, le llegó aquel alarido que lo sacó del sopor y siguió retumbando en su cabeza. Quería irse pero algo parecía retenerlo en aquel lugar, como una fina tela pegajosa. Caminó a través de esa trama densa que se iba desgajando dócilmente a medida que avanzaba.

Salió a la calle, y con la primera bocanada de aire tomó conciencia de sí mismo.

El Café des Amis estaba lleno. Se detuvo un instante maravillado, ahora sí, por los magníficos vitrales de la marquesina. Luego entró y fue directamente hacia la mesa donde lo esperaba el otro, quien le dijo con gesto grave:

– No va a venir, está muy angustiada como te podrás imaginar. A mí también me costó mucho pero no quería faltar, así lo hablamos de frente. Es una locura esto que nos pasa, es demasiado fuerte. Y lo tremendo, lo oprobioso, es que soy tu amigo del alma.

– Ojalá no lo fueras…

 

                    ———————————–FIN————————————–

 

* Tema musical  (Lito Vitale)

** Pedro Páramo  (Juan Rulfo)

*** Muerte sin fin  (José Gorostiza)

 

 

Autor:
Alejandro Alvarez Gardiol

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