Publicado en: 19/08/2023 Ebel Barat Comentarios: 0

La literatura producida por el escritor checo cuyo nombre rezuma en las calles de Praga es difícil de separar de los avatares de su propia vida. Si bien esta aseveración puede aplicarse a los autores en general, la condición se presenta evidente al leer su obra. Es que Kafka ha insistido, respondiendo a una demanda de su espíritu, sobre un manojo de obsesiones que se manifiestan en la preocupación lacerante de sus parábolas.

Se ha discutido acerca de la creación del autor argumentando, algunas veces, que los sucesos narrados, donde florece lo descabellado, son producto de la rienda suelta propia de la asociación libre, el flujo de la conciencia que, si bien se presentaría ordenado en su trabajo de registrarlo como testimonio, no respondería a una intención simbólica de sus concepciones respecto al comportamiento humanos y a la sociedad como su consecuencia. El respaldo de esta idea se desbarata, creemos, cuando se observa, recorriendo sus relatos y novelas, que sus grandes preocupaciones, su modo de considerar, su incomodidad frente a la necedad implacable del ser humano y, en particular sus canales de comunicación, se sostienen con toda regularidad.

En “Carta al padre” observamos una descripción de la interacción dolorosa que compusieron él y su progenitor. Con una capacidad de razonamiento lógico muy consolidado, el autor narra sus sentimientos y busca sus causas en las profundas diferencias de sensibilidad y objetivos entre ambos. Es muy capaz de asentarse en su modo de ver para hacer un juicio, pero nunca se permitirá el facilismo de centrar la equidad en sus “cuadros” de situación. Para eso apelará a la contrapartida que significa el punto de vista de su interlocutor y ensayará negarse utilizando el espíritu, incluso la voz de aquel que se sitúa en otra posición (su padre en este caso).

La descripción de la sorpresa trágica, la consagración del absurdo, la atrocidad del sinsentido, intentan operar como drenaje, como alivio ―acercándose al concepto de terapia de la palabra― en las alegorías, las representaciones que inexorablemente proponen sus relatos.

Sin embargo, la injusticia, las fallas, las alienaciones, la manipulación son señaladas en los sucesos narrados implicando una profunda crítica a la sociedad de la que formó parte y a todos los que la constituyeron, sin excepción. Porque Kafka es tan implacable consigo como con cada uno de sus personajes.

Se exponen, entonces las profundas limitaciones humanas intrínsecas y sus consecuencias, manifiestas en la imposibilidad de una sociedad armónica y ―mucho más que eso― de la felicidad.  Al contrario, lo que se encarama como una gigantesca sombra es lo vano de los esfuerzos en la búsqueda infructuosa de ese bien.

Puede pensarse en una vocación ejemplificadora, una posición moralizante, un testimonio sociopolítico en la obra de Kafka. Sin embargo, aún con esos ingredientes inevitables, lo que ensaya el autor es exhibir, con un estilo ecuánime hasta la hostilidad, las atrocidades a que, psicológica y espiritualmente, estamos sujetos.

Lo que se exhibe es la, de nuevo, condición humana y, fundamentalmente, su profunda mezquindad e impotencia manifiesta en la incomprensión mutua y en la actitud descalificadora del otro en tanto no coincida con las propios valores ―El artista del hambre, En la colonia penitenciaria, Ante la ley―.

Seguramente colaborarán con iluminar más el testimonio Kafkiano las condiciones sociopolíticas de su época, donde el fascismo cundía en sus líderes y en los pueblos fatigados y ansiosos de una solución definitiva, absoluta ―y por eso imposible― a sus malestares. Kafka ha denunciado con una vigencia sorprendente lo que ocurre en el vínculo del ciudadano pedestre con los poderes que lo someten y que no responden a los valores republicanos. No solamente no se puede vivir confortablemente, sino que además la vida como camino representa el sinsentido, el absurdo, la silente tortura de provocar degradación y después muerte: muerte como desaparición completa de la identidad propia. Adiciónese además el fenómeno de la incomprensión, es decir la cabal imposibilidad de ceñir una verdad, de satisfacer el deseo inscripto en el ser humano: saber. El autor manifiesta su inevitable duda en una dialéctica que tiene reminiscencias mayéuticas al entablar el contrapunto de diferentes maneras de ver respecto de los conflictos que narra

Entre el anecdotario de la vida de Kafka, donde los recuerdos de Max Brod son preponderantes, sabemos que sus lecturas frente a su círculo podían mover a la hilaridad. Entonces, cabe preguntarse si el cruel absurdo de tantas situaciones ante las que los protagonistas son impotentes, corresponden a registros humorísticos. Está claro que en línea con el concepto de que la obra se regenera con cada lectura parece adecuado considerar esta posibilidad: cierta brizna humorística asentada en lo descabellado, como terapia y como una de las cuerdas que, también, han hecho tan signante la obra del ilustre checo.

Habrá, entonces, de citarse a la sátira como género que frecuenta y, si adjuntamos el adjetivo de atroz para circunscribir el estilo, seremos, quizás, más precisos en el análisis.

La ironía, la sorna, el cinismo son materiales kafkianos como lo representa esa misma palabra que no sale subrayada por el corrector de Word y que al modo de otras ( fellinesco, dantesco) hablan de un estilo tan poderoso que necesita de un nombre propio separado de cualquier generalización. Kafkiana es la consagración del absurdo, tan bien estudiado por Albert Camus, pero esa consagración se refiere al absurdo como simiente de un profundo sufrimiento:  absurdo de operar para que nada cambie, absurdo de emprender cualquier peregrinación que no habrá de llegar nunca al lugar deseado, absurdo de envejecer y morir, absurdo de resistir y negar la muerte llevando a los seres humanos a la peor de las indignidades (La colonia penitenciaria)

Abordando, ahora, un análisis de la expresión estética, hará falta decir que el estilo es una de las columnas con que se sostiene la obra de Kafka. Ese estilo se basa en la fría neutralidad con que se presentan las descripciones. En un lenguaje llano, directo, sin circunloquios ni eufemismos el autor describe lo más siniestro o lo más inaudito dándole lo que a priori no tienen: verosimilitud. Se establece un contrato con el lector que acepta la propuesta introduciéndose en un mundo del que no saldrá ileso. En línea con esto hay quienes, admirando la obra, dudan en afrontar el dolor de una segunda lectura: tal es la potencia del testimonio kafkiano.

Podrá clasificarse a Kafka como un autor fantástico, y lo es, pero con una impronta personalísima en la que cada hecho que fuerza la realidad en la que hemos convenido, habrá de representar un símbolo culminante de las pasiones afrontadas por la obra.

El sufrimiento inherente al absurdo como vehículo de la crueldad, frecuentará la obra del gran escritor polaco, muerto apenas traspuesta su juventud, y colaborará en señalar el sinsentido de la existencia humana donde no hay báculo para la alienación, la degradación y la muerte.

 

 


Autor:
Ebel Barat

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