Publicado en: 19/06/2024 Agustín Miranda Comentarios: 0

Vilipendio y loa a un distinto

El 5 de Octubre de 2023 amanecimos con la noticia de que el Premio Nobel de literatura acababa de ser entregado a Jon Fosse. Fue una verdadera sorpresa para la inmensa mayoría de lectores de estas latitudes, era un autor del que poco y nada sabíamos, muchos ni siquiera lo habíamos oído mencionar. En Argentina, hasta esa fecha, solo se había publicado un compendio de algunas de sus obras teatrales por una editorial relativamente pequeña.

La primicia del galardón al noruego trajo grandes polémicas, comparables a las que se dieron en 2016 cuando fue otorgado Bob Dylan. En esta oportunidad, críticas voraces y despiadadas fueron vertidas de modo inmediato para la Academia Sueca, la persona del autor y su obra; curiosamente, varios de quienes alzaron la voz en este sentido fueron escritores de renombre. Por otro lado, no fueron pocos los que celebraron la distinción, incluso llegándolo a considerar como uno de los mejores autores contemporáneos. Tales posturas binarias y profundamente maniqueístas generaron una mayor curiosidad en quienes no conocíamos sus trabajos. Por fortuna, como suele suceder cada vez que hay un ganador mínimamente conocido, sus libros se editan con una celeridad asombrosa y en muy poco tiempo se encuentran a la venta.

Antes de comenzar con el análisis de su producción, es preciso señalar que la misma es verdaderamente cuantiosa y diversa; ha escrito obras de teatro, poesía, novelas, cuentos, ensayos, textos infantiles y traducciones literarias. Así mismo, cabe destacar, que el conjunto de sus trabajos goza desde hace mucho tiempo de un enorme prestigio en los países nórdicos y que sus obras teatrales, traducidas a más de cuarenta idiomas, son de las más representadas en todo el mundo.

Lo primero a mencionar es que su obra es compleja. En cuanto a la forma, no utiliza puntos ni guiones de diálogo y las comas las emplea de una forma particular. La anomalía en el uso de los signos ortográficos, al igual que su ausencia, dan como resultado párrafos de una inaudita extensión que en ocasiones llegan a superar veinte páginas, lo que se puede apreciar en su obra magna Septología. Tal característica, con una magnitud apenas menor, se observa en el resto de sus novelas. Esto, en un primer momento, genera desconcierto y hasta molestia en los lectores, pero una vez comprendida y aceptada esta “armadura de clave”, los textos fluyen en una tonalidad singular que se hace más amena a medida que se avanza en la lectura, hasta volverse amigable. Este desacato a la gramática ha generado repudio en ciertos lectores, que, en su derecho, no lo aceptan como valido recurso estilístico. Sin embargo, el autor sortea lo estrictamente formal para otorgar a su estilo la condición de símbolo de fondo: el concepto de lo entero, aquello que no tiene puntos.

Siguiendo con los apartados de forma, debemos destacar el uso de analepsis y prolepsis como herramientas centrales en su narrativa, que en reiteradas ocasiones no son tales, los hechos que en apariencia transcurren en el pasado o en el futuro, en rigor, están sucediendo en tiempo presente, sea en el plano de la realidad o de la fantasía. Esto que en primera instancia puede aumentar el desconcierto ya existente en el lector, es una parte más de su estilo, que al igual que lo que ocurre con lo gramatical, se torna afable con el devenir del relato, llegando a ser sumamente cautivante.

Otra técnica que caracteriza sus textos es la repitencia  constante de términos, principalmente de nombres propios y verbos, que se da en determinados pasajes de sus novelas. Lejos de ser descuidos, tienen una firme intencionalidad, el autor los quiere plasmar de ese modo. Esta sintaxis incomoda al lector y precisamente es lo buscado por Fosse.

En cuanto a los temas que aborda en sus trabajos, debemos decir que son los mismos que hicieron grandes a ciertas obras hoy consideradas universales, que ostentan aquella condición y por ella han trascendido en el tiempo, es decir, son temas metahistóricos. Estamos refiriéndonos a los atinentes a la esencia del humano, los que nos configuran como tales, los más intrínsecos del ser. La ciencia y la técnica cambian pero la condición humana no; por este motivo autores que se abocaron a aquellos y que escribieron hace siglos siguen teniendo entera vigencia, han roto los grilletes del tiempo. La relación con lo divino, la vida, su sentido, la muerte, la trascendencia, la soledad, la amistad y el amor son los asuntos centrales en la producción de Fosse, quien desde su conversión al catolicismo, puso especial ahínco en la relación del individuo con Dios a través de la fe y con el rito. Utiliza una forma propia del flujo de la conciencia como técnica narrativa para desarrollar estos conceptos y las posturas filosóficas que él tiene de los mismos, pero no lo hace como suele hacerse habitualmente, no ingresa al interior de sus personajes en lo que piensan sino en lo que sienten, y lo que sienten en relación a sus deseos, por más que utilice infinidades de veces el verbo pensar conjugado en primera persona del singular para pasar de una situación a otra en la narración; a través del uso paradójico de él, no llega a la razón sino al sentir de sus personajes. Más que de flujo de la conciencia, deberíamos hablar de flujo del inconsciente. De este modo trata distintos planos de la condición humana con una inmensa profundidad,  no entra en abstracciones conceptuales, no cae en sentimentalismos ni lirismos retóricos, no rinde pleitesía al lugar común; la hondura proviene de la sensibilidad más pura y elevada de un artista con todas las letras.

Se lo ha comparado con Samuel Beckett. Discrepamos con esta consideración, ya que si bien ambos autores tuvieron un rol importante como dramaturgos y se aproximaron en sus estilos a lo que muchos llaman “minimalismo”, la obra del irlandés está empapada de pesimismo que por momentos se acerca al nihilismo, mientras que la de Fosse es totalmente opuesta, está llena de luz en todo momento, apreciable aún frente a las adversidades más abyectas que en ocasiones atraviesan sus personajes. Compararlo o equipararlo a otro autor no es posible debido a la enorme singularidad que caracteriza a su producción, como tampoco lo es, y por idéntico motivo, incluirlo en una corriente o escuela literaria o artística, por más próximo que esté a lo que bien podríamos denominar “neoimpresionismo”. Al menos de momento tenemos esta imposibilidad que poca importancia tiene, el paso del tiempo determinará si otros autores toman su lenguaje, su estética y su profundo humanismo para hacer un nuevo movimiento artístico. Por lo pronto, el cónclave literario le otorgó el máximo galardón a un autor de estatura que con solvencia desafía el statu quo.-

 

 

Autor:
Agustín Miranda

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