Y me veo volviendo de mi casa de la costa del mar, manejando con el entusiasmo de siempre y siempre pensando que si no fuera por ese entusiasmo, la vuelta de la casa de la costa del mar sería un martirio, pienso y llego a un cruce de rutas donde los caminos parecen no cederse uno al otro sino todo lo contrario, para el que no lo conoce o nunca ha pasado por ahí, ese cruce de rutas pareciera estar mostrando algo, pareciera estar diciendo que no hay más nada después, los caminos siguen hacia ambos lados, y hacia ambos lados pareciera que la vida fuese distinta ¿son países distintos? ¿son provincias distintas? ¿los separa un río? Son preguntas que se hacen quienes pasan por primera vez y tal vez también los que ya han pasado más de una vez, pero sigo y pienso que qué bueno estaría pasar por primera vez y siento que no llego a horario, porque además de todo el trayecto que tengo que hacer hasta acercarme a las proximidades de la ciudad, después resta entrar a la ciudad y me resulta cada vez más caótico, pienso y me veo entrando en la estación de servicio que está después del cruce de rutas, las que parecen no cederse camino una a la otra y siento que no puedo con mi adicción a la cafeína y me abalanzo a la estación de servicio, así además descanso unos minutos porque estoy grande ya y muchas horas seguidas de manejo me resultan pesadas y además esta parada me permite poder disfrutar de ese vicio que me quedó, casi el único, me animaría a pensar, pienso, y detengo el motor del auto debajo de la sombra, porque traigo en el asiento de atrás una caja con hongos que cultivo en el jardín de la casa de la costa y no quiero que el sol los deteriore, pienso mientras respondo algunos mensajes que me fueron entrando a medida que la señal va tomando vigor, me bajo, tomo el café cada vez más caliente, descanso algunos minutos y me subo al auto para emprender lo que me falta del viaje mientras chequeo que la caja de hongos esté en prefectas condiciones, me colocó el cinturón de seguridad, pongo el teléfono a cargar, me queda menos del diez por ciento de batería y salgo de la estación de servicio casi a paso de hombre pero pienso que no tengo que demorarme mucho porque el viaje es largo y en breve comenzará a entrar la noche, ya no veo bien y no debo olvidar que tengo una restricción para manejar en determinado horario, por eso me subo a la ruta y vuelvo a viajar a un ritmo considerable, y además la ruta me permite pensar cosas increíbles, me permite viajar adentro del viaje, meterme en el universo que inunda a cada persona, a cada casa, a cada campo, a cada pueblo, y al cabo de un tiempo, veo que ya estoy por pasar por el pueblo donde vive Solrac, mejor dicho, voy a pasar por el campo donde vive Solrac pienso y voy aminorando la marcha y al pasar lo veo ahí sentado, en esa tranquera inconfundible, escoltada por nogales centinelas, muy contemplativo y piensa como casi todas las tardes, por qué se quedó ahí, por qué no quiso ir a estudiar a la ciudad cuando fueron sus hermanos; sus hermanos fueron a la ciudad aprovechando la posibilidad que le dieron sus padres de ir a estudiar lo que ellos quisieran, ya sea algo que los hiciera feliz o que les permitiera ganarse la vida y elegir un camino como lo eligió Teodoro que fue médico y vive en Montevideo o su hermana Herminia que eligió ser contadora, y cuando se recibió de contadora fue Su Hermana Herminia, y cada uno siguió su camino, el que eligieron para ser, eligieron para parecer o eligieron para desaparecer, pero eligieron, piensa Solrac mientras lo veo sentado en la tranquera, mirando los autos pasar a un ritmo mucho mayor al que pasaban cuando era joven, porque ahora es ruta, de pavimento, o sea que dejó de ser un camino de tierra que hacía que la vida por ahí sea mucho más remota a lo que realmente es, y eso hace que sus hermanos ahora lo visiten con más frecuencia que antes, porque por el hecho de tener el camino pavimentado, pasando por la puerta de su casa, hace que tanto su Hermana Herminia como su hermano Teodoro no tengan que estar tan pendientes del clima para poder ir a visitarlo o que no se les ensucie tanto el auto cada vez que lo vienen a visitar piensa Solrac mientras piensa también por qué fue que no se decidió a tomar un camino como el de sus hermanos que lo lleve a otro lugar, él se quedó porque era el hermano menor y sus padres lo anularon, lo oprimieron, lo persuadieron y lo convencieron de que él era un dotado para manejar la colonia, manejar el tambo, que las vacas y él vinieron a este mundo para encontrarse y ser uno sólo, ser carne, ser leche, ser pasto, ser sol, ser agua, ser cielo, ser lo que ellos consideraban que tenía que ser pero no lo que él quería, piensa Solrac al mismo tiempo que sigue contemplando los autos que pasan a gran velocidad por la ruta pavimentada otrora camino de tierra, haciendo que los autos circulen a muy baja velocidad e incluso no permitía que los hermanos de Solrac lo visitasen al menos una vez al año como sucede ahora, que si no es Navidad es Año Nuevo, que vienen a visitarlo y de paso revisan un poco las cuentas, porque si hay algo que no dejan pasar, es el interés en llevarse su porción de la utilidad, si es que se la puede llamar utilidad, piensa Solrac mientras se mira los callos de la mano derecha que se dejan ver porque la mugre metida en las grietas, le contrasta y sufre y veo a Solrac balanceando sus piernas sentado en el borde de la tranquera, ayudándose a hacer equilibrio por un lado y para amainar su ansiedad y angustia por el otro pienso que debe ser y lo veo sacando un cigarro desde el atado que está en el bolsillo de su camisa, lo saca sin sacar el atado que está dentro de su bolsillo, apenas pellizcándolo desde el filtro, clavándole las uñas negras de tierra y grasa y se lo mete en la boca y lo enciende con una lentitud propia de los atardeceres en el campo, pienso y luego de fumárselo entero lo apaga rozándolo sobre la tranquera y lo arroja al piso siguiéndolo con la mirada y dejándose llevar por sus pensamientos, muchas veces erráticos y algunas veces acertados, solo algunas, las suficientes como para entender que él hubiese tomado el camino de sus hermanos piensa y se baja lentamente de la tranquera porque ya se está haciendo armoniosamente de noche, y digo armoniosamente porque la noche en el campo, mejor dicho el anochecer en el campo es muy ordenado, a diferencia de la ciudad que lo gobierna el caos y sus actores, en la ciudad el anochecer se va diagramando según les convenga a cada uno; en cambio en el campo, el anochecer es un suceso prolijo, acomodado, casi guionado diría, van saliendo a escena por orden: tiene su turno la luz, tiene su turno el sonido, tiene su turno lo táctil y tiene su turno el aroma, y este último casi siempre es coronado por el rocío, pienso, mientras veo que Solrac se va caminando hacia el interior de su casa pensando que va a comer esta noche, si matará una gallina, si cortará algo de la huerta, si se tomará unos mates, o simplemente nada, pienso que va pensando Solrac mientras va contando y acortando los metros que lo acercan a la puerta de su casa mientras pienso que debería comprarme algo de comer antes de llegar a mi casa porque no estuve en toda la semana y no creo que haya algo y si lo hubiera, seguro que está en mal estado, pienso mientras sintonizo alguna frecuencia que se pueda escuchar bien, porque en esa zona de terrenos más bien bajos, es muy difícil, siempre sucede que las estaciones que se pueden escuchar con claridad, son las que menos me interesan y me doy el gusto de hundir el pie del acelerador bastante más de lo habitual, sintiendo la embriaguez suficiente como para no dormirme y seguir el tramo que me queda, porque los últimos kilómetros, son siempre los más largos, al menos es lo que siento en mi cuerpo y me veo entrando a un lugar en donde expenden comidas rápidas y encargo algo sencillo como para no perder tiempo y seguir rumbo hacia mi casa, dado que los kilómetros que tengo que hacer adentro de la ciudad son más cansadores e interminables que la distancia que une mi casa del mar con mi casa de la ciudad, pienso cada vez que vuelvo de la costa o de algún lugar que me haga atravesar toda la selva urbana y veo a Solrac entrando a su casa, preparándose la cena que será algo liviano para poder descansar; hace varias noches que viene durmiendo mal piensa y le arroja a su perro los restos del hinojo que va cortando en rodajas más bien finas, porque su dentadura acompaña a su desmejoramiento físico, piensa Solrac instantes previos a pensar cómo se vería su vida desde algún auto que pasase a toda velocidad por la ruta y lo viese a él sentado como casi todos los atardeceres, sobre la tranquera, viendo si el próximo auto en pasar es del color que él llevó a su imaginación y piensa también por qué nunca pudo decirles a sus padres, que él tampoco quería seguir con la tradición familiar que trajeron sus abuelos de Europa para manejar la chacra, ser tambero, ser quesero y que encima con los cambios sufridos, a través de los años, dicha actividad fue cambiando: primero se cerró la fábrica de quesos, luego se cerró el tambo y la empresa familiar terminó siendo más afín a la agricultura pero de muy pequeña escala, haciendo casi imposible poder subsistir, piensa Solrac mientras lamenta no saber cómo salirse de ese pantano sentimental, y yo pienso si mis padres al ponerme Carlos como mi abuelo, inmigrante y fundador de lo que hoy está allí, no habrá sido ya ése el punto de partida de pretender asignarme una cruz y una responsabilidad en ocupar un lugar, que por suerte eludí, pienso mientras veo que mi pie derecho se está hundiendo casi hasta el final, casi una locura, al menos para alguien de mi edad, pienso, pero no lo puedo revertir ni detener hasta que llego a otro cruce de rutas donde termina el camino por el que vengo, que ahora es pavimento, y hace que el tiempo dure menos y recuerdo esos domingos a la noche, de invierno, asediados por la angustia, en que mi padre nos acercaba varios kilómetros, a tomar el colectivo que nos llevaba a la Gran Ciudad para ir a la Universidad y ese corte hizo que yo pudiera insertarme en el mundo de las leyes y ganarme la vida como abogado pienso y me veo llegando a mi casa con este auto deportivo que es demasiado bajo y decidí a destiempo comprarlo porque mi cuerpo ya no me acompaña tanto y mientras espero que el portón se abra por completo, pienso como hubiera terminado hoy mi día si me hubiera parado a conversar con Solrac… mientras subo el auto a la rampa con la intriga de cómo me sentiría si lo hubiese visitado y pienso también en que su nombre esconde al sol y a su dios, solo le sobra una letra que por algún motivo será pienso y lo veo a Solrac higienizándose el cuerpo, humedeciendo un trapo en una palangana con agua tibia y jabón, sentado desnudo en el baño con la radio encendida de fondo y pensando en cómo hubiera sido su vida, si en lugar de estar ahí, hubiera subido al colectivo que lo llevara a un horizonte desconocido, como lo hicieron sus hermanos, arrancándolo de raíz, sin por ello menospreciar el esfuerzo de sus abuelos y de sus padres en conservar, a desgano, el fruto de dichos esfuerzos, piensa y se refriega despacio entre los dedos de sus pies y toma un mate cebado, casi frio, que está en el borde del lavatorio y llama a su perro de un grito para que vaya entrando, así cierra la puerta, siempre el perro duerme con él por si le pasa algo durmiendo, será el perro quien ladre alertando de su problema, piensa Solrac mientras termina de acomodar el baño, cerrar la casa y meterse en la cama; yo salgo del sauna en absoluto silencio, sin parar de pensar en mi posible error de no haber parado, me hubiera gustado mucho hablar con él, siempre pienso que algún día nos tendríamos que encontrar, pero creo que no me animo, porque yo considero que él no fue feliz con su decisión, sin tener la certeza de que yo lo sea con la mía y no quiero a esta altura crearme algún conflicto, ya no me queda mucho tiempo como para volver hacia atrás y me baño y me acuesto porque de alguna manera quiero ponerle un final a este día que ha sido muy movilizador, y además me persigue el temor de que él me cuente que es lo que realmente piensa respecto de su vida y lo veo a Solrac rezando con su rosario en la mano, como lo hizo desde su niñez, apagando la luz, dándole un beso a la foto de sus padres y me veo soñando que entro en el sueño de Solrac: y me veo hundiendo mi pie derecho sobre el acelerador, en un auto bajito, a una velocidad no prudente, al menos para mi edad, y paso velozmente por la tranquera del campo que fue de mi familia y veo a Carlos, sentado en la tranquera, adivinando el color del próximo auto que está por pasar.
Autor:
Martín Francés