Samanta Schweblin
“El mundo lo que tiene es una gran crisis de amor, y de que,
al fin y al cabo no son buenos tiempos para la gente sensible”.
“Pájaros en la boca”. Samanta Schweblin
La voz de los que no hablan
Cuando Samanta Schweblin entró en la preadolescencia -tenía doce años- dejó de hablar porque sentía que sus mensajes no eran interpretados por sus pares y adultos del entorno. No porque tuviera ningún problema psicolingüístico o en su aparato fonador, sino porque la superaba la enorme diferencia entre lo que ella quería decir y lo que entendía la gente.
«A mí me frustraba mucho el lenguaje. Me fastidiaba la distancia que había entre lo que yo quería hacer, transmitir, y que finalmente llegaba al otro», le dice a BBC Mundo la autora argentina desde Ciudad de México, donde participó en el Hay Festival México.
La directora del colegio citó a a su madre, para enunciar que sí, después del receso escolar correspondiente a su finalización de Escuela Primaria, no volvía con un certificado de un terapeuta calificado, enunciado que Samanta era normal, no podría ingresar a la Escuela Secundaria.
«Mi psicoterapeuta que es una genia total y a la que le voy a agradecer toda la vida, le mandó una carta que decía que yo era una persona muy normal, pero que tenía un completo desinterés por el mundo que me rodeaba».
Es común encontrar desfasajes en los preadolescente y adolescentes, muestras de desinterés escolar, personal, en su higiene o su habla como es este caso. Es una edad en que se duela la infancia y la mayoría de los adultos no llega a interpretar todos los sucesos que los púberes modifican desde lo hormonal hasta su esquema corporal.
Entonces los adolescentes toman distintos caminos, no es extraño que algunos se retraigan y su voz se acalle, la invasión de sensaciones internas, de dolores de pérdida y de falta de contención por pares, docentes, padres los lleva a una introspección en apariencia muda pero con un intenso proceso interior.
Tal vez eso paso con Samanta, quien prefirió callar, encontrando luego en la narrativa su nueva voz que siempre, a través del genero de Literatura del terror, enuncia distintos hechos sociales.
Así como en “Pájaros en la boca” señala claramente la dificultad de una niña frente al hecho de la separación de sus padres, que deambula entre la casa de sus progenitores, una casa, la otra, su falta de deseo de comer, o de ingerir algo tan distinto para llamar la atención.
En una entrevista, la escritora cuenta la relación con su abuelo materno, Alfredo de Vicenzo, uno de los grandes representantes del grabado argentino. Las visitas nocturnas a la Isla de Maciel, los pequeños hurtos y viajes sin pagar que él propiciaba, destacando como este creativo y desafiante hombre, que fuera un autodidacta y llegara a ser director de una Escuela de Arte, la formó en secreto como artista, recalcando, además, en esas complicidades deliciosas que generalmente se dan entre abuelos y nietos.
Al respecto, dice Schwevlin: “Si me preguntan cómo comencé a escribir, siempre tengo dos o tres respuestas breves y aceptables. Cada una tiene su verdad, pero ninguna cuenta cómo empezó todo. Quizá porque el “entrenamiento del artista” fue nuestro secreto, algo que sólo yo podía atesorar, o quizá porque la experiencia que lo disparó fue tan vital y profunda que se volvió para mí algo sagrado.
La escritura empezó en uno de esos días. El abuelo me había regalado el primer cuadernillo de lo que sería nuestro “diario de entrenamiento”, con mi nombre y el año al frente, todo hecho y cosido por él. Al final de cada jornada tomábamos juntos las notas del día, qué habíamos hecho, visto y aprendido. Había una sola regla: no se podían escribir cosas como “fue muy lindo”, o “me gustó”, o “estaba cansada”. Las opiniones de ese tipo solo se permitían si se describían al detalle, la escritura era un ejercicio de precisión.”
Dice Samanta en una entrevista, realizada en el tesoro de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, justamente donde se acunan las mejores obras:
“Un libro es un corazón que late en el pecho de otro” parafraseando a Rebeca Solnit.
Agrega además: “Un cuento es eso, en realidad es un recorrido emocional, una aventura a lo largo de una trama que se construye de a dos, se escribe en un papel y en la cabeza del lector, lo que se escribe no es al azar ni con palabras precisas. Es un doble juego, pensar que uno tiene control en la cabeza del lector es una trampa, cambia la interpretación según el lector y también en los tiempos de un mismo lector”.
Mariana Enriquez
Curiosidades de la diosa de literatura de horror en español
“Hicieron falta muchas mujeres quemadas para que empezaran las hogueras.”
Las cosas que perdimos en el fuego. Mariana Enriquez.
Con 49 años y un puñado de libros publicados, Mariana Enríquez se ha ganado en los últimos años una merecida fama como una de las voces renovadoras de la literatura de terror en español. De influencias diversas y desprejuiciadas, ferviente devoradora de cine, comics y música en la misma medida que de literatura, su reciente “Nuestra parte de noche”, publicada en España por Anagrama, ganó el Premio Herralde de Novela, lo que la ha catapultado a las portadas de suplementos dominicales y revistas que habitualmente no se fijan en la literatura de género.
Durante su infancia, Mariana Enríquez creció impactada por las historias de magia negra en las que creía fervientemente su abuela, oriunda de la Provincia de Corrientes, esos relatos que ella le narraba mientras vivió con sus padres en Valentín Alsina, partido de Lanús, un suburbio de Buenos Aires.
Comenta además: “La familia de mi abuela, de la parte de mi madre, tenía un pequeño santo con un esqueleto pequeñito, que se llamaba San La Muerte. Me acuerdo que mi tío, que era gente de la provincia y tenía una relación particular con la bebida, siempre que bebía agarraba al santo y lo tiraba en el vaso de vino para agradecerle. Contaban que a veces lo hacían de huesos de personas, o de un hueso chiquitito para ponérselo debajo de la piel, y que tenía templos secretos. Ahora es un culto menos clandestino que hace 30 años. A mí esas historias en particular me daban miedo porque no me contaban bien para qué servía el santo este, o cuál era su misión, si era bueno o malo”.
Cuando se mudaron a Buenos Aires, a finales de los años ochenta, arranca la democracia, una profunda crisis económica y ella descubre la música punk, la cultura gótica y la literatura de terror. Durante un tiempo estudió periodismo para poder escribir crónicas de conciertos, antes de los 20 años escribe la novela: “Bajar es lo peor”, que tenía todo lo que tiene que tener una novela escrita con 19 años: drogas, sexo y autodescubrimiento juvenil.
En alguna oportunidad supo señalar que las personas de la generación de sus padres eran todos psiquiátricos, producto de la dictadura militar y los vaivenes económicos del país.
Mariana teme a los perros por una fuerte experiencia vivida de niña: “Fue bastante espectacular. Tendría unos nueve años. Estaba viviendo en La Plata, una ciudad universitaria muy linda, a donde se habían mudado mis padres en ese momento por una cuestión de trabajo. Mi mejor amiga de ese momento tenía un perro muy feo, callejero, pero feo. Viste que los perros callejeros suelen ser lindos o tener cierta gracia, este era feo, gordo, más ancho que largo, chiquito, un perro intranscendente en apariencia, y nunca muy simpático tampoco. Y bueno, su mamá lo encontró comiendo un hueso de pollo que había robado de la basura, e intentó sacárselo de la boca, que sabemos que es algo que no hay que hacer. Pero no sé si a ella le dio miedo, o qué pasó. El perro la atacó y la mordió en la boca, le arrancó los labios, le arrancó la boca entera y se lo comió. Estábamos muy cerca, así que llegué a ver la cara así, la boca sin boca y los dientes al aire. Es una de las imágenes más impactantes que vi en mi vida, ‘full body’ horror. Ahí le empecé a tener miedo a los perros, total desconfianza, no hay manera que a mí me digan que el perro no hace nada, yo vi lo que hacen.”
Ha cambiado sus modos de trabajo como escritora, ahora escribe por la mañana, pero de joven era muy nocturna. Suele hacerlo con música, ya esto la hace sentir en otro plano. Además, se deja influenciar mucho: consulta otros libros y lee mucha poesía cuando escribe ficción. Es una persona a la que le gusta que estén las influencias y que se noten, no esconderlas.
Es extraño no poder saber el día de nacimiento de esta autora, en ninguna de sus biografías consta en día y el mes, sólo el año de su nacimiento. No esconde la edad, no es coquetería, vale preguntarse cuál será su vínculo con los cumpleaños o con el día de su natalicio.
Siente que entre sus lectores todavía hay cierta curiosidad mórbida, como “¿qué le interesa a esta especie de Morticia?”. Pero lo que más me llama la atención es la insistencia en el género menor, como si estuviesen esperando que me recibiese de escritora, que “deje esas tonterías”. “No puedo creer que en 2020 estemos hablando de los géneros de la imaginación como géneros menores. Yo pensaba que no, pero propusimos para los premios del Fondo Nacional de las Artes, hacer los concursos de novela, cuento, poesía y ensayo en los géneros fantástico, terror y ciencia ficción. Y se armó un despelote… Me impresionó un poco eso.”
Define al miedo como algo que va más allá de una emoción que cuando es irracional es dificilísima de manejar. “En ese sentido, es un desorden y un caos mental al que yo le tengo muchísimo miedo. Es paradójico lo que estoy diciendo, pero es así”.
Sus cuentos y novelas están llenos de sus obsesiones personales –casas, el ocultismo, mutilaciones, seres andróginos–, pero también ha dicho que no quiere que sus obsesiones se apoderen de su obra.
Pretende no querer que sus obsesiones abrumen la ficción, pero al mismo tiempo siente que no es posible que un creador puede evitar las obsesiones.
Confiesa que las ideas para un cuento suelen estar disparadas por una escena o por una imagen. “Puede ser una escena callejera, o puede ser una escena de otro tipo, como de la ficción, algo que leí en un libro o que escuché. Por dar un ejemplo, la chica quemada del subterráneo de ‘Las cosas que perdimos en el fuego’, es una chica real que pedía dinero en el subterráneo de Buenos Aires. La idea va germinando mentalmente y después, cuando me siento a escribir, en general escribo de una sentada, quiero decir, hago un bosquejo final y luego vuelvo. Puedo pasar bastante tiempo corrigiendo, pero en general es un proceso muy rápido y fugaz”. Sus narradoras son casi siempre mujeres…
Hace pocas semanas Mariana Enriquez dejó la dirección del área de Letras y fue reemplazada por Florencia Abbate quien ya era codirectora desde febrero. La autora de “Nuestra parte de noche” se retiró de la gestión pública luego de dos años; “Necesito tiempo”, dijo a LA NACION el 6 de agosto de 2022 en una nota de Daniel Gigena, dando muestra con su actitud a la supremacía que da a su tarea de escritora.
Autor:
Verónica Baronio