Y me veo caminando alrededor de la mesa recién puesta, y de pronto digo será mejor no pensar tanto, lo digo en voz alta y me detengo un poco asombrado al escuchar mi propia voz y entonces me llevo una mano a la boca, y tal vez no sea la primera vez que hablo solo, pienso, al menos hasta ahora nunca lo había notado, ¡qué extraño! digo otra vez en voz alta y cierro la boca y aprieto los labios para seguir pensando pero ya sin hablar, porque desde cuándo se ha visto eso de hablar solo, y miro el humo que sale de la fuente sobre la mesa recién puesta y pienso, como él también está pensando, que no es tan grave hablar solo, es un hábito para nada infrecuente, muchos hablan solos, incluso mi mujer, y veo las volutas de humo blanco que todavía salen de la fuente, claro que cuando alguien habla solo, sólo dice palabras sueltas, insultos por lo general, o también alguna frase corta o una exclamación pienso, y retomo la marcha alrededor de la mesa recién puesta, y me detengo cada tanto para arrimar alguna silla que en el apuro ha quedado alejada de la mesa, que está recién puesta con el mantel de lino y la vajilla y las servilletas que hacen juego con el mantel de lino, esa vajilla heredada de los abuelos pero que luce tan bien con el mantel que mi mujer acaba de tender y sobre el que dispuso primorosamente toda la vajilla que era de los abuelos o de los padres de los abuelos, y que brilla con la luz que entra por la ventana sobre la mesa iluminada con esa luz que parece dirigida por un spot y la delimita a la perfección, la separa de la penumbra del comedor y ahora, parado de espaldas a la ventana veo la mesa insoportablemente blanca, como encendida con una incandescencia propia, dejando en penumbras al comedor y veo cómo mi mujer está tendiendo el mismo mantel sobre esa misma mesa por primera vez aquel día en el que el buen Dios nos unió en matrimonio, ella de blanco y de negro él, ese que va con el ceño fruncido alrededor de la mesa hablando solo, el mismo que aunque sabe que todos lo están esperando camina alrededor de la mesa recién puesta como si no hubiera nada que hacer, y sigue ahí con el recuerdo de aquel primer día en que vinieron de visita padres, hermanos y padrinos y algún amigo ¿estaba Alan?, sí claro que estaba, cómo no iba a estar su amigo de toda la vida, piensa, y muy feliz de acompañarlos, el único invitado que no era de la familia dice ella, y él recuerda que su mujer llevaba un vestido de seda blanco que ceñía dócilmente su figura y que hoy luce igual, como si no hubiese pasado el tiempo, tan linda y elegante como entonces, tan atractiva ella de blanco y de negro él, recuerda y sonríe, y ahora echa en su copa un chorro de vino de la botella recién abierta, sólo un trago antes de salir, piensa, y mira la copa a contraluz de la ventana y ve los diferentes tonos del vino tinto, sólo un trago antes de salir dice ahora en voz alta, cómo no probar esos rojos tan intensos que destellan en gradientes irisados del naranja al azul violeta, casi medio círculo cromático y piensa, como suele pensar, como lleva años pensando que debería volver a pintar, sí, plantar sobre el lienzo inmaculado las distintas formas del color con las que solía expresarse por entonces, los ocres y azules y naranjas y verdes y rojos, como el vino, sí, y algo de negro también, atender a sus impulsos y darle libertad a cada trazo, dejarse llevar por los gestos sin pensar, sólo la pintura, sí, el arrastre de la espátula cargada de materia para que los elementos plásticos ganen autonomía, y cada pigmento deberá llevar siempre algo de negro, y que las texturas sean ellas mismas por sí solas, que los claroscuros, los relieves y las líneas prevalezcan sobre cualquier intención formal, privilegiando la abstracción, la expresión de lo que él siente, pintar sin detenerse a pensar o perder el tiempo hablando solo como un loco, cargar la espátula con óleo espeso, pura materia, y arrastrar el óleo con el pincel y con los dedos, y que todo resulte en una trama espontánea y casi mística, y bebe otro trago de vino y otro más y vacía la copa, y mira la copa vacía que sostiene alta contra la luz de la ventana, y piensa que las cosas viven demasiado, atraviesan los años, y mira el juego de porcelana blanca con florcitas celestes en el borde de los platos y la fuente que perduran a través del tiempo dejando atrás a las personas, viajando a través de familias y generaciones, y las personas, sus dueños, los dueños de las cosas, los que van desapareciendo como si nada, y entonces me sale aquel poema que termina diciendo que las cosas durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos ido (JLB), y piensa tal vez que debería estrellar la copa contra el suelo, sí, romper todo en mil pedazos, a ver si ocurre algo, ¿pero qué podría ocurrir, y por qué vienen esas ideas tan rebuscadas?, esos pensamientos absurdos justo ahora que hay que irse, ya que todos están esperando por lo de Alan, ese amigo que ha muerto temprano en la mañana, amigo de toda la vida, recuerdo cuando recién nos conocimos en la escuela, Alan con el pelo enrulado de color zanahoria y esa mirada tan vivaz, como si supiera lo que iba a ocurrir y lo que está ocurriendo, y seguramente que hoy no hubiese entablado ningún tipo de relación amistosa con un pelirrojo de mirada tan aguda y suficiente, y pienso que ya debería salir, pero ahora arrima otra vez alguna silla casi tocando el borde de la mesa, todo bien alineado, y veo la panera y la fuente recién servida con el pastel de papas, la fuente de porcelana que todavía sigue humeando en el centro de la mesa, y cómo suben las volutas de humo y se desvanecen, qué ganas de volver a fumar, encendería un cigarrillo nuevo, qué bien que vendría ahora un cigarrillo, piensa mientras camina alrededor de la mesa, y ya ¡basta de pensar en fumar!…¿cómo se le ocurre fumar justo ahora? con el esfuerzo que hizo para abandonar el tabaco hace un año, o quizás dos, piensa, y sabe que el pensamiento es un enemigo silencioso, pero no puede dejar de pensar, tal vez sea mejor volver a fumar, y piensa en lo que van a pensar si él se queda en casa y peor aún si saben que está con la idea de encender un cigarrillo, que es en realidad lo que quiere hacer, quedarse fumando y no ir al funeral y menos en la urgencia, como ahora que todos han salido a la corridas, pero ¿cómo no ir ? si Alan es (era, digamos) su mejor amigo, hay que ir, aunque después de todo la amistad…piensa en los amigos que están vivos pero sólo extraña a aquellos que ya no están, a los que ya se fueron, y los que están…qué van a decir ellos si él no va, seguro que lo esperan, como también lo esperan su mujer y su hijo, tan amigo del hijo de su amigo que ha muerto esta mañana, pobre Alan, la noticia llegó cuando estaban por sentarse a la mesa justo en el momento en que mi mujer apoyaba la fuente con el pastel de papas en el centro y llegó la llamada, Alan, ese amigo de toda la vida, y sigue caminando alrededor de la mesa, y deteniéndose para centrar la fuente, apenas humeante ahora, y piensa en el sabor del tabaco y camina alrededor de la mesa, aunque será mejor apurarse y bajar de una buena vez, ya que todos lo deben estar esperando para ir juntos al velatorio, su mujer, su hijo, su hermana y su cuñado, que acaban de salir apurados y dejaron la mesa recién servida, se precipitaron escaleras abajo apenas llegó la noticia, ¡cómo puedo ser tan indiferente!, aunque no es que esa indiferencia se deba a que Alan nos haya jugado una mala pasada, eso fue hace tanto tiempo y el tiempo, como se sabe, es un sanador natural de heridas, las seca y quedan solo cicatrices que no duelen, y menos a esta altura, sólo a veces se siente un escozor en el pecho, más vale pensar que fue un malentendido, tan sólo un error, ocurrido sin pensar, no hubo intención de lastimar a nadie dice ella, eso es, un malentendido, un error, ocurrido al pasar, como la dicha que llega sin pensar, como la tristeza y esa opresión en el pecho, y la felicidad es no pensar, y ahí está otra vez Alan tratando de explicar lo inexplicable, o mejor decir lo inevitable, y recuerda aquella obra de teatro en la que Alan actuaba y alguien decía que el hombre tiene dos caras; no puede amar sin amarse (AC), claro que era otro tiempo, un tiempo lejano que sólo se acerca en momentos en los que el pensamiento lo acorrala y no existe peor enemigo que el pensamiento ¿siempre vas a volver sobre lo mismo? pregunta ella cada vez que se habla del tema, y él lo entiende bien, claro que sí, tal vez así tengan que ser las cosas, y piensa que debería salir ya mismo, no demorarse más, pero no puede, o sí, ¡cómo no va a poder!, lo que ocurre es que no quiere, eso es, no tiene ganas pero tiene que ir porque es su deber como amigo, y además están los demás, la familia, los hijos, los otros amigos con quienes han compartido tantos momentos entrañables, han vivido tantos años, tal vez demasiados, piensa y lo recorre un escalofrío, otra vez esa opresión en el pecho ¿será miedo?, pero a qué ha de temer si sabemos muy bien que la vida conduce ineludiblemente a la muerte de todos nosotros, y que entre nacer y morir transcurre la vida, expulsados del claustro materno iniciamos un angustioso salto de veras mortal que no termina sino hasta que caemos en la muerte (OP), ya lo sabemos, sólo basta con tener una profunda fe en Dios nuestro Señor. Y de pronto se le ocurre que no será capaz de decirle nada a nadie, que permanecerá callado, que no va a dar con las palabras adecuadas y sin embargo las está pensando, y piensa que será mejor buscar lápiz y papel para anotar algunas líneas inspiradas que en caso de ir debería leer, algo que sea un aporte valioso y original o extremadamente original, de lo que todos se maravillen, sí, y se le ocurre que debería dar un discurso breve pero magnífico y siente la obligación de no olvidar esas palabras tan justas para conmover a todos y hacerlos llorar, y vamos por un lápiz o mejor una birome y un trozo de papel blanco, y se sienta a la mesa y escribe, y será mejor, piensa, que una vez escritas deberá memorizar esas ideas, piensa que debería decirlas de manera espontánea, como si fueran una ocurrencia del momento. También hablará de Dios, claro piensa, y recuerda que Alan no creía en Dios, decía que no había ninguna prueba de su existencia, y él le contestaba sabiamente que tampoco había pruebas de su inexistencia, y así se alargaban muchas de sus charlas, y qué orgullosa va a sentirse ella al oír esas palabras tan elocuentes, tan inspiradas, qué brillante mi marido, valió la pena esperarlo pensará ella, y todos aplaudirán y algunos no podrán evitar las lágrimas, emocionados o extremadamente emocionados, y ella tal vez procure no llorar para que no se le corra el rímel y tal vez, piensa, lo mirará avergonzada o muy avergonzada, y escribir lo alivia, pero (cosa extraña, piensa) también siente decepción. Siempre ha hecho bromas con la muerte y como es gracioso todos creen que es feliz, a qué va a ir entonces si se siente mejor a solas consigo mismo, y para colmo el día es radiante, afuera brilla el sol de mediodía y la claridad es implacable, ha de llevar anteojos de sol, piensa, no debe olvidarlos, y debe memorizar algo significativo y elocuente de eso que ha escrito como una declaración de principios, piensa, mientras dobla una servilleta y recoge unas migas de pan desparramadas sobre el mantel en el apuro de la noticia, acomoda un tenedor fuera de línea y es como si las cosas todas, las sillas y la mesa, la vajilla y los cubiertos, las copas y las botellas hubieran estado tramando algo a sus espaldas. Pienso que cuando vea a su amigo muerto volverá a sentir algo por él y hasta quizás llore un poco si la ocasión lo requiere, claro que sí, piensa y ahora decidido se endereza, camina hacia la puerta, descuelga el saco del perchero y se lo pone, guarda en el bolsillo interior el escrito y sale.
FIN
(JLB) Jorge Luis Borges
(AC) Albert Camus
(OP) Octavio Paz
Autor:
Alejandro Alvarez Gardiol