Publicado en: 13/07/2025 Agustín Miranda Comentarios: 0

Pocos escritores han suscitado tanta controversia como Mario Vargas Llosa. Su obra, sus ideas, su vida pública como la privada, fueron y son objeto de loas como de feroces diatribas. Su figura ha sido elogiada y enaltecida como denostada y maldecida.

En esta columna nos ocuparemos del histórico binomio artista/obra en relación a uno de los escritores más renombrados de los últimos cincuenta años.

Vargas Llosa en sus ochenta y nueve años de vida tuvo una producción verdaderamente copiosa que fue traducida a más de treinta idiomas.  Sobrepasa medio centenar de trabajos publicados entre novelas, cuentos, ensayos, memorias y obras de teatro, sin contar el sinfín de artículos periodísticos que escribió ininterrumpidamente durante casi setenta años.

No muchos narradores han tenido un volumen de obra semejante, pero la cantidad no es todo, la calidad de sus trabajos lo hizo acreedor de los más prestigiosos premios del mundo; entre ellos se destacan: el Biblioteca Breve de Novela (1963), el Rómulo Gallegos (1967), el Príncipe de Asturias de las Letras (1986), el Cervantes (1994), el Konex Mercosur a las letras (2004) y el Novel de Literatura (2010). Asimismo fue reconocido con 20 doctorados honoris causa por importantes universidades de América, Europa y Asia. En 1985 el gobierno francés lo condecoró con la Legión de Honor, en 2010 el gobierno de Perú le otorgó la Orden de las Artes y Las Letras, en 2011 el rey Juan Carlos I de España le concedió el título de Marqués de Vargas Llosa, el mismo año el gobierno mexicano lo galardonó con la Orden del Águila Azteca. Fue miembro de la Academia Peruana de la Lengua, de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, de la Real Academia Española y de la Academia Francesa de la Lengua, entre otras.

Fue el escritor más premiado, galardonado y condecorado de la historia. Frente a este hecho resulta difícil comprender que ciertos lectores, e incluso personalidades de la cultura, pongan en tela de juicio el valor de su obra. Cabe preguntarnos si es ella la que despierta ojeriza a determinados sectores o es acaso otra cosa.

Rara vez coinciden en una misma persona la figura del artista y la del intelectual, aquellos que trabajan mediante la creatividad, utilizando la imaginación para expresar sentimientos, y aquellos que lo hacen con la razón para producir ideas. Vargas Llosa fue tan artista como intelectual. Este último costado de inapelable fuste, como lo demuestra la calidad de su cuantiosa producción de ensayos y artículos académicos y periodísticos, es a nuestro entender el que desató en algunas personas una profunda aversión hacia su obra, sus ideas y su persona.

En su primera juventud estuvo próximo al marxismo, vivió con mucha esperanza la revolución cubana hasta que la misma comenzó a perseguir a artistas que ni siquiera se mostraban contrarios al régimen. Su desencanto fue inmediato y no tardo en alzar la voz públicamente de manera crítica para denunciar los atropellos contra el primero de los derechos humanos: la libertad. Posteriormente se acercó a las ideas de la social democracia, finalmente a las del liberalismo, pero a un liberalismo clásico, propio de las ideas de Voltaire, que poco y nada tienen que ver con lo que hoy se entiende por este vocablo.

No solo manifestó sus ideas a través de sus obras y en múltiples medios de comunicación masiva. En 1990, a sus 54 años, convencido de llevarlas a la praxis en la arena política, se postuló a presidente por su país; elección que perdió en segunda vuelta contra Alberto Fujimori. Esta “aventura política”, como él mismo la definió, profundizó las diferencias ya existentes con quienes no compartían sus ideas.

Hasta en sus últimas entrevistas se mostró sin ambages como un defensor del libre mercado con límites, del abstencionismo estatal moderado y parcial, y de los derechos de primera generación, principalmente de las libertades individuales. También lo fue de los de segunda y tercera generación, sin dejar de señalar que en reiteradas ocasiones a lo largo del siglo pasado algunos estados en aras de defenderlos y con el sofisma intervencionismo para su salvaguarda consolidaron dictaduras que en rigor eran el fin ulterior. Fue un ferviente opositor de los nacionalismos por considerarlos el germen de la discriminación y de la opresión de los pueblos, se manifestó a favor de la supresión de fronteras estatales, de la libre circulación de personas y de los derechos de las minorías. Abogó por la democracia marcando sus falencias e imperfecciones y destacó que es el único sistema que tiene la capacidad de limitar el poder y en su caso devolverlo a su verdadero titular, el pueblo; Rousseau, presente. Criticó todos los populismos de igual forma, los de izquierda y los de derecha, fue opositor de Nicolás Maduro como de Donald Trump.

Nunca presentó sus ideas con violencia ni con agravios personales a quienes tenían otros puntos de vista. Defendió sus postulados con convicción siempre dentro del debate de ideas.

Sus agudos señalamientos fueron rechazados principalmente por quienes se posicionaban ideológicamente en posturas extremas, que en reiterados casos llegaron hasta atropellos de gran envergadura como ocurrió en nuestro país en la feria del libro en 2011, a menos de un año de haber ganado el premio Nobel. En esa oportunidad quienes arengaron ferozmente para que Vargas Llosa no hable en dicho evento fueron funcionarios públicos de la administración de turno de aquel entonces. Este flagrante ataque a la libertad de expresión, propio de gobiernos totalitarios, tuvo como resultado el opuesto al deseado por sus detractores, quedando expuestos en sus verdaderas convicciones, generando un escándalo  que la prensa internacional se ocupó cubrir con mucha preocupación y enalteciendo la figura del autor.

No solo los sectores de izquierda o los próximos a ella lo atacaron, también lo hicieron, aunque visto con mejores ojos, los de derecha, por considerarlo un militante del centro y por criticar a varios gobiernos afines a ellos. Para los conservadores, fue demasiado liberal.

Hubo excepciones a lo largo y ancho del cromatismo político, pero los que más próximos estuvieron a sus ideas fueron quienes se ubicaban lejos de los extremos, los “simpatizantes del centro”. Cabe preguntarnos si la máxima pronunciada por Aristóteles in medio virtus consistit (la verdad está en el medio) aplica en este caso.

Otro aspecto a destacar en el trinomio obra artística/ producción intelectual/ vida pública y privada, fueron los ataques a esta última. Sobre ella no haremos juicio de valor, han sido de público conocimiento ciertos enredos, amores y desamores amplificados por la prensa amarilla siempre deseosa de escándalos, donde el autor en cuestión hizo escuetos pronunciamientos cuando fue interrogado por estos asuntos. En líneas generales, opto por la discreción y el silencio. Entendemos, como lo hacen todos los sistemas jurídicos occidentales y democráticos, que los actos de la vida privada que no configuran ilícitos están reservados a ella. Sin embargo hay quienes no piensan de esta manera e intentan denostar su obra artística y su producción intelectual con sucesos irrelevantes de su vida privada.

La animadversión hacia Vargas Llosa data de más de medio siglo. El vilipendio incesante no pudo con la estatura de su obra, la cual lejos de periclitar, se robusteció. La industria editorial lo acompañó desde el principio de su carrera confiando en su talento, el mismo que luego lo llevó a obtener los premios más importantes del mundo y el reconocimiento de las universidades y academias de la lengua más prestigiosas.

Uno de los aspectos que probablemente caracterice en mayor medida estos tiempos es el declive de las ideas y ascenso de las creencias, donde la intolerancia gobierna de forma cínica, pregonando la “tolerancia” (aceptación compulsiva e inquisitoria) de todo tipo de absurdos enumerados taxativamente en una cartilla de moda y despreciando de forma violenta aquello que este por fuera de ella. Una forma más de odio al distinto, que busca aniquilarlo con el eufemismo en turno: la cancelación. Los sesgos en todas sus vertientes, presentados apócrifamente como ideas, son también regentes de esta época que parece haber olvidado que el eje central de la democracia es la pluralidad de ideas.-

 

Autor:
Agustín Miranda

Compartir