Publicado en: 13/07/2025 Alejandro Álvarez Gardiol Comentarios: 0

“Qué cosa extraña que el aspecto exterior de una persona dicte durante toda la vida el juicio que nos hacemos de ella”.
(María Gainza)

 

 “Di Virgili se encargará de propagar mi nombre, él dará testimonio: Also sprach el señor Nuñez”.
(Abelardo Castillo)

 

– ¿Me puedo sentar? Este asunto del diván no me sirve – se impacienta, se levanta el

señor Nuñez.

– Claro, en análisis el diván es opcional – asiente, piensa en su día de golf el terapeuta.

– Es que esto que le cuento supone una observación directa, minuciosa y sagaz de parte

suya – cruza los brazos, observa el vuelo de una mosca el señor Nuñez – ¿No es así?

– Sí, es parte del tratamiento, desde luego – carraspea, gira en su sillón el terapeuta.

 

– ¿Otro psicólogo? – las manos en súplica, muerde su labio inferior la hija. – ¿Será para

tanto lo de papá, o está exagerando las cosas?

– Ya no lo sé, querida –friega la mesada, escucha la radio la señora de Nuñez. – Lo

cierto es que ya cansa con esta historia, pero debe ser él quien lo resuelva. Sigue con eso

del dichoso fenotipo, ya lo habrás oído…

 

– El asunto viene de lejos pero ahora es agobiante– se rasca la nuca, mira una mancha

del techo el señor Nuñez – Usted es el tercer profesional al que consulto. En síntesis: mi

cara no refleja lo que siento, y en ocasiones se contrapone con lo esperado. Es una

situación incompatible para mi vida de relación, ya que ni queriendo fingir puedo

expresar lo que a cualquiera le nace de manera natural. Como usted, que ahora pone esa

cara de interés que asumo sincera, no se ofenda.

– Veamos –enciende un puro, le da una larga pitada y exhala el humo lentamente cubriendo la cara de Nuñez el terapeuta.

 

– Tu padre necesita tratamiento – sirve el té, habla por teléfono con su suegra la señora

de Nuñez. – Se lo pasa mirando fotos viejas. Yo lo he notado hace tiempo, es como una

indiferencia generalizada. Está triste, según él hasta los vecinos lo eluden, y dice que en la oficina tiene que actuar todo el tiempo. Parece un idiota.

– Esperemos que no sea depresión, o un principio de Alzheimer – piensa, lagrimea y abraza a su madre la hija de Nuñez.

 

– ¿Qué hace estúpido, me quiere provocar? – emerge de la nube de humo, tosiendo se inclina sobre el escritorio expectante el señor Nuñez – ¿Cómo me ve en este momento?

– No veo sorpresa ni furia en su mirada– guiña un ojo, un tic del terapeuta. – Pienso en circuitos neuronales alternativos…, es más, ahora usted se está riendo, ¿se da cuenta, lo percibe?

– Sólo siento ganas de pegarle – cierra el puño, tiembla el señor Nuñez.- ¿Puedo confiar en usted, doctor?

– El psicoanálisis no da soluciones inmediatas; las obsesiones tienen una raíz profunda – se reclina, apaga el puro en el cenicero, junta sus manos el terapeuta.

– No creo en Freud – increpa monocorde el señor Nuñez – Pienso que es cuestión de fe, creer o reventar. Yo prefiero reventar, y los que creen, como usted, cuelgan su retrato en la pared.

 

– Mirá, flaco, este bolonqui es para un curandero – se acoda sobre la mesa del café, masca un escarbadientes su amigo Pepe. – Mi vieja conoce a uno muy capo, y sobre todo decente: el quía no te va a afanar, si ve que no es su tema te deriva enseguidita.

– Gracias Pepito querido – se agarra la cara Nuñez – Mi amigo incondicional.

– ¿Qué decís, che? Los amigos son como el amor: estamos más allá de bien y del mal –

se adelanta su amigo Pepe. -No sé quién lo dijo, pero es posta.

– Fue Nietzche, un filósofo alemán – y siente (o cree sentir) que en ese momento su gesto es el adecuado, quizás una sonrisa benévola para su amigo, se alegra Nuñez.

– Estás frunciendo la jeta como queriendo arrugar – señala, se asusta Pepe – Ya

mismito arreglo con el yerbero que te digo, así te cura ese tema del frenotipo, flaco.

 

– ¿Qué siente ahora, Nuñez? – espanta la mosca, se concentra el terapeuta.

– Ira, desprecio, estoy furioso porque usted va a darme una perorata con sus

argumentos seudocientíficos – sonríe enojado el señor Nuñez.

– Suficiente por hoy. En su casa practique frente al espejo dos veces por día, no más de

cinco minutos para no fatigar la musculatura facial y adulterar los resultados – se levanta

y abre la puerta del consultorio el terapeuta. –Vamos encaminados, pero necesito que

espejee todos los días, incluso los fines de semana y los feriados puente. Gesticule

cuando esté solo, evite las fotos en reuniones, por ahora sólo selfies, y las trae (no me mande Whatsapp, no lo miro) ¿Lo espero el martes a esta hora?

-Son todos iguales ustedes, especialistas en cronometrar -“ cretino, estafador” murmura entre dientes y se va sin saludar, sale a la calle, la lluvia ha cesado y el reflejo del sol en un parabrisas le hiere los ojos, siente el olor salobre que se levanta de las veredas mojadas, pisa los charcos, se concentra en el sonido continuo de las ruedas sobre el adoquinado, algunas ventanas se encienden, y de pronto recuerda un poema sobre la desilusión causada por un temporal que después de anticiparse con lujo de rayos y centellas pasaba de largo si haber vertido una sola gota de agua, provocando en el poeta un sentimiento de honda frustración, y piensa en aquellos momentos de su propia vida que se habían anunciado igual que la tormenta con fuertes señales de alguna importante revelación que nunca había ocurrido, y tal vez eso sea lo mejor después de todo, entonces una sonrisa, nunca tan justa, tan apropiada para la ocasión, se dibuja en su rostro y se ríe a carcajadas mientras apura su paso el señor Nuñez.

 

Autor:
Alejandro Álvarez Gardiol

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