A pesar de las ingentes visitas que pudieren hacerse a las obras de este autor no será fácil encontrar un denominador común que justifique su difusión y su reconocimiento por parte de los lectores y de la academia.
Su fulgurante carrera sin hiatos le dio renombre desde su juventud: Aunque nos veamos tentados a calificar su trabajo como consecuencia de una genialidad propia de algunos escritores que signaron la historia de la literatura, entendemos que no es éste el caso. Vargas Llosa exhibe una preocupación y una pasión propias de los enamorados del arte literario en tanto vehículo creativo como vía regia a la belleza y la iluminación. A ese arte le ha consagrado su vida, y su vasta obra es corolario de su compromiso, su disciplina y, por supuesto, su talento.
Resalta el concienzudo estudio aplicado a los descubrimientos estéticos, a las corrientes literarias, a las variantes de estilo, en fin, a las herramientas de que dispone o puede disponer el discurso escrito. Habrá de sumarse a estas preocupaciones una aguda observación del trasfondo de los sucesos, la plasticidad de las relaciones, al valor relativo de la moralidad y, en fin, sobre todo lo que atañe al comportamiento humano sin perder de vista la exhibición de hechos en su contexto histórico y sociopolítico.
Vargas Llosa comparte los valores de la mayoría de escritores de fuste: disciplina, consecuencia, curiosidad. Aun así, no terminan de explicar su altura. Hay que agregar, aquí, lo define la calidad de la obra: el modo en que se la manifiesta, es decir su arte. Importa tanto ―y aun menos― qué es lo que se va a contar que cómo se lo hará. La adecuación de la forma al fondo es una de las principales virtudes del escritor.
Así como no escatimó esfuerzos en el estudio y el esclarecimiento de los estilos con sus ensayos ―”La orgía perpetua”, “García Márquez: historia de un deicidio”― se aplicó. del mismo modo, a la búsqueda de los mejores vehículos para expresar sus ideas y exhibir la riqueza, tanto en lo escueto como en lo profuso.
Ha participado una cuota de sostenida experimentación en su extensa obra, especialmente en el largo período que antecede a sus últimos productos en los que se percibe una prosa circunscripta a denominadores más tradicionales.
En “Conversaciones en la Catedral”, quizás su obra más acabada, y en “Pantaleón y las visitadoras” podemos apreciar recursos originales que, una vez reconocida la clave expresiva, realzan una narrativa colorida y dinámica. No es extraño que diferentes escenas que competen a la trama se narren en simultáneo, recurriendo al contrapunto de diálogos que es posible ordenar por medio de las referencias de tiempo, de espacio, de tono. El lector se acostumbrará a esas mudanzas de ritmo vigoroso ―frenético en determinados fragmentos a fin de fomentar el vértigo propio de desenlaces parciales― y podrá ir completando el paisaje de la obra sin perder el sabor y la fertilidad de cada línea argumental.
La pluma de Vargas Llosa permite apreciar la textura de cada personaje, identificar su carácter al conocer sus sentimientos, sus percepciones, sus gestos, la situación espaciotemporal, dando al registro gran ritmo sin incurrir en la fatiga que suele acechar tales intentos. Por el contrario, ese juego de imágenes, propia de una compaginación estructurada con permutas escénicas, visual por cierto, entretiene y obliga a la atención, y aun a cierto temple a fin de que los hechos se vayan esclareciendo.
Una de las propiedades de sus desarrollos es el orden. Él álgebra interna de la trama, responde a un programa elaborado que el autor sigue a modo de guía, apelando, por supuesto, a estratégicos cambios durante el desarrollo que considerará apropiados. Vargas Llosa se diferencia de los escritores capaces de verter una novela siguiendo la profusión de sus afanes narrativos y, en cambio, pertenece al más difundido grupo que sigue una disciplina, un horario de trabajo. Esta actitud suele propender a obras cuyo ritmo es sostenido y regular. Las demoras y las aceleraciones formarán parte del programa que se acercará a un desenlace claro o poco dudoso. Los conflictos suelen desencadenarse en remates cabales que quedarán resonando como la palabra fin al cabo de una película.
Insistimos en volver al concepto del artesano, de su trabajo paciente y atento. Artesano al que deberá adicionarse una gran capacidad de observación y de urdir historias producto de una imaginación y una energía que parecen, por momentos, inextinguibles.
De las novelas totales al sentido del humor
Aquél concepto compartido con compañeros de lo que dio en llamarse boom latinoamericano ―él negaría el valor de esa denominación― referente a la búsqueda de novelas totales en las que su propia realidad pudiese competir con lo que convenimos en llamar realidad misma, por su vastedad, su vitalidad, su complejidad, está presente en la primera etapa literaria de Vargas Llosa y su corolario es “Conversaciones en la catedral” en que la descripción de la situación y el espíritu de la sociedad peruana se presenta con equidad y pesimismo.
El ambiente severo, dramático de la novela citada tiene poco lugar para el sentido del humor y, este elemento queda relegado hasta la aparición de “Pantaleón y las visitadoras” en las que el autor necesita ese recurso por abordar la casi insoportable sordidez de un tema en el que se tensiona la moral pública, las buenas costumbres, la dignidad del trabajo, las creencias. Personajes entrañables con quienes el lector entabla una relación estrecha, se suceden y es admisible atribuir ese logro al aporte del humor, inherente a la condición humana.
Los héroes difíciles en el ambiente real
En la obra tratada, el carácter de ciertos personajes suele resaltar hasta la hipérbole y no es fácil convenir que pueda haber seres humanos de tales naturalezas. Nos remiten al concepto de estereotipo o de héroe, propio de las narraciones épicas. Sin embargo, la descripción del ambiente, de las costumbres, es tan afinado que se difuminan los espíritus épicos siendo aceptados como reales por el lector. Contribuye a ese realismo, la apelación a inflexiones y léxicos propios de cada personaje asegurándose una potente individualidad. Hacemos mención del ingente trabajo que significa darle expresión propia a infinidad de personajes, aun de la misma extracción social. Acrobacia de quien, aún dotado, ha hecho un esfuerzo notable.
No hay ahorro en la convocatoria de personajes ni de hechos. No hay prejuicio de número, al contrario, lo que no obsta para establecer relaciones de simpatía con sus héroes.
A diferencia de aquellos escritores de ambientes restringidos donde la exploración de los interiores del yo es el principal objetivo, en este autor son, más bien, los hechos los que hacen reflexionar al lector y a hacerse una idea de lo que sucede tanto en los interiores como en el paisaje amplio de la narración. Lejos, entonces del lenguaje neutro en el que la idea nos aleja, un tanto, de lo que se puede conocer por medio de los sentidos. Las “mentiras verdaderas” de Vargas Llosa dan en obras en las que el imposible sugiérese posible, incluso ejemplificador.
Vargas Llosa se convocará en su obra ―“La tía Julia y el escribidor”, “El héroe discreto”― pero a modo de personaje refrendando así el concepto de realidad creada, de mentira verdadera, antes mencionado
De la virilidad creativa, la reflexión filosófica, el compromiso.
Las novelas de una última etapa se ven impregnadas por las opiniones propias. Un largo periplo ideológico en el que las posiciones progresistas devinieron en conservadoras ha trabajado la obra de Vargas Llosa. Las dudas y las incertidumbres que suelen ser fuente de riqueza estética se ven eclipsadas por las convicciones. Sucede también un asentamiento del lenguaje acercándose al canon (“El paraíso en la otra esquina”, “El sueño del celta”). La experimentación pasa a segundo plano. Nos encontramos con productos de un autor cuyas convicciones se han consolidado y, en el tradicional orden de sus argumentos se podrán vislumbrar ―y valga la redundancia― argumentaciones y críticas más manifiestas. La obra responde, ahora, al concepto de compromiso que tantos antecesores y contemporáneos de Vargas Llosa propugnaron.
La gama de opciones que ofrece el autor sorprende y será difícil no encontrar textos que entusiasmen al lector, textos que, además, constituyen una fuente de consulta teórica por las cualidades y la originalidad de su forma.

Autor:
Ebel Barat

