Publicado en: 13/07/2025 Martín Francés Comentarios: 0

– Comisario Rodríguez, ¿cómo anda la cosa? -irrumpe altanero el comisario general Bucetich
– Buen día jefe, llevándola como se puede ¿vio? Bah en realidad uno cree que la va llevando y la que realmente lo va llevando es la vida misma.
– ¿En qué sentido? –ordena los papeles del escritorio y con el puño de la manga limpia un poco de yerba que yace sobre el escritorio Bucetich-. Explíqueme mejor.
– Eso, lo que le digo, que la vida algunas veces te lleva a pasear en carrozas y hay otras que te empuja al precipicio sin siquiera darte explicaciones, ¿me entiende?
– Sí, claro que se entiende inútil –se limpia las botas con una campera que encontró de paso al baño y orina dejando la puerta abierta con total impunidad el sumariante Malarzuck-. Explicaciones vas a tener que dar vos en el juzgado.
– Tratemosnó con un poco más de respeto Malarzuck, máxime estando yo presente – guarda un ventilador de pie roto y mugriento, adentro de un placard Bucetich-. Están las calles llenas de agua, la lluvia no para desde hace tres días y encima la cantidad de ramas y hojas que hay en el piso empeoran todo.
– Y a mi marido no lo dejan salir de la comisaria; van veinte días ya que lo tienen preso ahí sin decirle cuál va a ser su destino y encima no lo podemos ir a visitar –dobla la ropa de sus hijos sobre la cama Raquel-. Yo pongo las manos en el fuego por él, incapaz de haber hecho eso de lo que lo acusan. Le hicieron la camita, eso le hicieron.
– Bueno, roguemos que no lo boleteen señora –tira agua a baldazos sobre el piso de la galería la Lucre-. Reverendo hijo de puta tu marido Raquelita regurgita por dentro y se muerde los labios por temor a que se le escape alguna palabra.
– ¡Ni que pensarlo Lucrecia y que la boca se le suelde de por vida por favor!
– Usted no sabe quiénes son ellos señora Raquel, son capaces de cualquier cosa, pero de cualquier cosa –baja los helechos colgados para regarlos la Lucre-. A un amigo de mi hijo que lo tenían preso ahí, lo dejaban salir cada tanto si a cambio, salía a robar para ellos o a vender falopa en la villa. No sabe lo que son ahí.
– Ni me lo cuente.
– Dieciséis años Rodríguez, ¡dieciséis tenía! Andá pensando a donde te vas a morir, andá eligiendo las paredes entre las cuáles te vas a querer pudrir –perfora, abrocha y encarpeta expedientes el comisario inspector Aguilar-. No tenés salvación hermano.
– Me enamoré Aguilar, me enamoré y perdí la cabeza, hacía varios años que venía soñando con ella y no es por repetir frases hechas pero la carne es débil- limpia resignado los inodoros con cloro Rodríguez-. Encima era amiga de mi hija, cuando se entere, me va a odiar hasta después de muerto.
– Y tan prolijo que fuiste toda tu vida, tan cumplidor de la imagen perfecta, tiraste todo por la borda -camina adrede sobre lo que acaba de limpiar Rodríguez, con cierto regocijo Aguilar-. Además, cuando se empiece a correr la bola acá en el pueblo, creo que lo más conveniente para vos va a ser estar guardado.
– Terminá con los baños y prepará la comida que es casi el mediodía –se acomoda el cuello de la camisa frente al espejo del baño Bucetich-. Después de comer vení a mi despacho que vamos a hablar de este quilombo y otros.
– ¿Y por qué hace veinte días que tu papá no vuelve a tu casa? –se ata el pelo e increpa con ironía y goce Paloma-. Están con mucho trabajo en la comisaría parece.
– No me claves un puñal sin sentido, sabés bien lo que estoy sufriendo y yo no tengo nada que ver -busca un pañuelo en el bolsillo de su campera, mira para abajo negando con la cabeza Glenda-. A veces creo que todo esto es mentira.
– Tan colaborador con la iglesia, tan firme en mantener el orden del pueblo, en hacer acatar las leyes al pie de la letra y se dejó llevar, dice mientras cruzan en diagonal por la plaza de la escuela, Paloma. Se distrajo, piensa. Caminan en silencio, solo el sollozo de Glenda hace que los metros que faltan para llegar sean compañeros.
– Le cambio las sábanas de su cama, por si llegara a venir “el jefe” que encuentre todo lindo -comenta mientras saca sabanas limpias del ropero la Lucre-. ¿a quién no le gusta volver a su casa y ver que está todo en orden para recibirlo a uno?
– Hace como quieras, él no va a venir por estos días -responde de muy mal modo Raquel-, yo voy a salir un rato que tengo que hacer unas cosas y vuelvo.
– Pasá, cerrá la puerta y sentate –se pasa un clip entre los dientes Bucetich-. Agarrá de ahí y ayudame a girar el escritorio, no quiero darle la espalda a las montañas y a toda esa arboleda. Señala las palmeras y se queda mirando la lluvia torrencial.
– ¿Qué tal salió la comida hoy? Le puse de todo, sobre todo empeño -se lleva las manos al pecho y se inclina hacia adelante Rodríguez-. Quizás me faltó tiempo pero no ganas.
– Estas hasta los huevos Rodríguez -increpa Buceta, sin siquiera contestarle su pregunta anterior-. Estuve esta mañana en el juzgado que lleva tu causa y parece que no menos de veinte años adentro te van a dar. ¿Qué mierda te pasó? Además, te pusiste a la iglesia, tu iglesia, en contra. Te pasaste la vida pregonando en contra del aborto y mirá como terminó la historia.
– Le cuento un poco: Todo empezó el día de la fiesta de fin de año, querían que se postulara como reina pero como era menor de edad, no se lo permitieron ¿se acuerda? Yo la veía siempre en mi casa, venía a estudiar con Glendita. Un día vino a casa y la nena mía no había llegado todavía y nos pusimos a conversar y yo sentía que se me hacía agua la boca y fue ahí, ese día me animaría a decir que nació este amor, bah amor, este fuego que no sé cómo llamarlo.
– Perdón si interrumpo algo pero me olvidé el teléfono -irrumpe sin anunciarse en la oficina que comparte con Buceta, saca de su bolso un salame envuelto en papel blanco, un gato de cerámica, un cable enroscado y varias cosas indescifrables el comisario Aguilar-. Saco esto y me voy rapidito.
– No se vaya, un momento. No estoy seguro si es así pero un homicidio culposo agravado por alevosía, sobre una menor, ¿tenés idea cuantos años adentro? –juega pasando el cigarrillo encendido por dentro de las argollas de humo que salen de su boca Buceta-.Si no sabe no hable, matarlo de un infarto no es lo que estamos buscando.
– Y depende del juzgado pero calcúlele unos veinticinco caminando -huele el salame y frunce la cara Aguilar- , habría que ver bien todo, le estoy tirando eso medio en el aire.
– Le dejé algo preparado para que coma por si venía más tarde señora –apaga el fuego y sigue revolviendo la Lucre-. ¿Alguna novedad?
– Gracias Lucrecia, no se hubiera molestado. ¿Novedad de qué?
– Del asunto éste, del que nos tiene a todos muy angustiados señora.
– Métase en sus cosas. Cuando haya alguna novedad se va a enterar enseguida. El pueblo está pendiente de esto.
– Y el día de la fiesta, cuando subió al escenario para hacer su número, verla moverse, verla vibrar, cantando con el alma, empecé a sentir que le bailaba la garganta, le cantaba la mirada, y me miraba a mí. Y me miraba a mí –se peina con las dos manos los bigotes hacia abajo, cierra los ojos y se acomoda para seguir hablando Rodríguez-. Y después no la ví por unos días hasta que el destino hizo su trabajo: ponérmela en el camino, y casi sin decirnos una sola palabra, nos íbamos sacando la ropa como quien desflora una margarita, sin dejar de clavarnos las miradas y de repente mi cuerpo se escondió en el de ella hasta que la pasión culminó en un solo grito.
– ¡Abrí los ojos para hablar!, me da un poco de asco escucharte decir eso y con los ojos cerrados peor –se masajea la sien con dos dedos Buceta.
– Y la historia duró unos cuantos meses, pero nos veíamos poco -sostiene en tono socarrón y mira por la ventana como el gato que vive en la comisaria se rasca sobre la reja -, porque la clandestinidad y el temor a ser vistos eran aliados para el infortunio.
– Seguí hablando. Contame de ese desastre, del desenlace.
– Y… Ella no quería saber nada -empieza a quebrar la voz- y la tuve que llevar por la fuerza. Y encima no cualquiera te lo quiere hacer porque no se quieren comprometer y la terminé metiendo a Nidia en este quilombo, supuse que por ser enfermera de la maternidad del hospital de niños lo podía hacer. Además me cobraba mucho menos que una obstetra.
– Ella tampoco se la va a llevar de arriba. La condena está por salir, creería que en estos días –golpea con los nudillos sobre el escritorio y se pone de pie Bucetich-. Ya no da para mucho más que andes deambulando por la comisaria, van a creer que te estamos cubriendo.
– No me puedo acostumbrar Pauli, me seca el alma ver mi casa abandonada, yo no pude volver nunca más y mi mamá ya debe hacer como un año que tampoco quiso seguir viviendo ahí. Mi viejo tiene para varios años y verá él que hace cuando salga en libertad. Para mí ni siquiera está muerto -respira hondo, niega lentamente con la cabeza y cierra los ojos con lágrimas Glenda-. Para mí pasó a ser una pesadilla de la que nunca voy despertar.

 

Autor:
Martín Francés

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