Publicado en: 12/09/2022 Cristina Girardo Comentarios: 0
Foto: Rogelio Cuellar

Sandra Lorenzano (Buenos Aires, 1960),  narradora, poeta, ensayista y crítica argentino-mexicana. Entre su vasta obra literaria podemos mencionar algunos trabajos como  Escrituras de sobrevivencia, Narrativa Argentina y dictadura (2001) – libro que recibió la Mención Especial en el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas-. También ha editado Aproximaciones a Sor Juana (2005) y Políticas de la memoria: tensiones en la palabra y en la imagen (2007), Lo escrito mañana. Narradores mexicanos nacidos en los 60 (2010). Es autora de las novelas Saudades (2007), Fuga en mi menor (2012), Herencia (2019), El día que no fue (2019)  y de los poemarios Vestigios (2010), Herencia (2019) y Quiebres (en prensa)

Sus libros y reflexiones sobre todo en torno al exilio y la memoria relacionados con la última dictadura en argentina acompañaron a las generaciones que la antecedieron, la vivieron y la sucedieron. 

Sandra escribe y nos introduce a través de sus relatos en cotidianos sociales que pueden ser temas como una dictadura militar, un exilio, un dolor por pérdidas de todo tipo, la muerte de mujeres, la violencia política, étnica y sexual, la herencia recibida de familia, la memoria como recurso o como reivindicación política para no olvidar. Invoca a los que padecieron destierros, migraciones. Escribircon cuidado estilo es para ella, no sólo un refugio, es más bien la necesidad de comunicar y generar algún tipo de consciencia. Ve la literatura como una herramienta válida para luchar contra problemas sociales que nos aquejan a todos. Presento a una escritora, que al igual que otras como Samanta Schweblin y Mariana Enriquez, aunque con el uso de recursos literarios distintos, escriben para perturbar, para cuestionar, incluso como “acción política”, apelando a argumentos, en casos más racionales y realistas y en otros más inverosímiles. Con Sandra recorreremos un mundo literario que recupera y se renueva, que re-inventa una escritura para seguir acompañando nuestras lecturas.

 

 

C:  Sandra abro el diálogo, yo sé que a ti no te gusta que te etiqueten o te encasillen, por lo que he leído y por haber conversado contigo o haberte escuchado otras veces. Sin embargo, y teniendo en cuenta el protagonismo cada vez mayor en la literatura –tanto mexicana como argentina– de mujeres escritoras, a mí me gustaría que tú me dijeras, si es posible, cuál es el lugar de tu obra dentro de un género literario desde esa mirada feminista que te caracteriza. Y entonces ahí yo te haría la segunda pregunta, que es: ¿Cuál es la manera de situarte en tu mundo creativo? Y dejaría esa última –¿Cómo ves esta instrusión exitosa de nuevas escritoras?–.

SL: Es verdad que hay una especie de “boom” de la escritura de mujeres, especialmente en México y en Argentina, pero también en el resto de América Latina. A la vez lo que estamos viviendo es una visibilización mayor de la escritura de mujeres. Mujeres que ya estaban ahí, tanto en términos históricos, como mujeres que están empezando a escribir. Entonces diría que hay una suerte de convivencia muy productiva y muy enriquecedora de varias generaciones de mujeres que estamos escribiendo en este momento.

Por otra parte, se está cumpliendo uno de los compromisos fundamentales del pensamiento feminista, que es el de la memoria, el de la memoria de aquellas escritoras que nos precedieron y que un poco habían quedado –un poco o mucho– fuera del canon, fuera de los cánones nacionales, pero también fuera del propio canon de la escritura de mujeres. Ahora se están reivindicando. Se están republicando y releyendo.

En este sentido, hay dos proyectos importantísimos: uno es el que dirige María Teresa Andruetto, nuestra queridísima escritora cordobesa -que por cierto acaba de estar aquí, en México, en la Feria Internacional del Libro de las Universitarias y los Universitarios, la FILUNI, con muchísimo éxito, sobre todo hablando de la literatura y la lectura como resistencia, que es uno de los temas clásicos de Tere- , una colección que dirige en EDUVIM, la editorial de la Universidad de Villa María en Córdoba, maravillosa propuesta editorial hecha por Carlos Gazzera. En México nació hace un par de años la colección Vindictas en libros UNAM, encabezada por Socorro Venegas, directora general de publicaciones de la UNAM, escritora ella misma, en este momento con mucho éxito, tanto en México como en España, y sobre todo con una gran sensibilidad hacia lo literario y hacia qué hace falta traer a la escena de lectura, traer a la escena literaria de aquello que ha quedado silenciado, acallado o poco escuchado en la historia de nuestra literatura. En este sentido, pienso que tenemos entonces una cadena generacional de mujeres que están leyéndose entre sí y que están escribiendo mucho. Las más jovenes, con mucha polenta, con mucha energía, que en general reconocen como herencia de las escritoras mayores, y una generación, que es a la que pertenezco, que es la generación de las mujeres nacidas en los años sesenta, digamos, por ponerle más o menos una frontera temporal, y donde en la Argentina hay gente tan importante y que yo quiero tanto como Claudia Piñeiro, por ejemplo, y en México escritoras como Rosa Beltrán o Ana Clavel. Y todas nos sentimos, en cierto modo, parte de un grupo. Creo que también les pasa a las más jóvenes, sobre todo por esta incorporación que se ha hecho desde el trabajo editorial. Pienso en gente ya muy prestigiosa y con la que tú has trabajado, con la que has hablado, como la propia Samanta Schweblin. Conversaba el otro día con Juan Casamayor, el editor de Páginas de Espuma, que tanto ha hecho también por esta difusión de las nuevas escritoras latinoamericanas, y hablando del tema generacional,  me decía “fíjate qué interesante que es gente como Samanta Schweblin, que ya es una autora consolidada, que está a su vez leyendo a las anteriores”. Y en México, en la colección Vindictas, autoras tan jóvenes como Ave Barrera, por ejemplo, están prologando a las escritoras que habían permanecido ocultas, ocultadas por el canon. Ahora bien, hay que tener mucho cuidado con todo esto, y es el cuidado que hay que tener siempre frente al mercado.

C: ¿A qué te refieres precisamente, con tener cuidado?

S.L: A mí a veces me da horror pensar que todo esto no deja de ser –o podría no dejar de ser– un fenómeno de mercado. Entonces nos tenemos que apropiar como mujeres, como lectoras, como escritoras, de este “fenómeno”, entre comillas, y convertirlo en realidad. Ir más allá de lo que dicta el mercado, de las ediciones que se están haciendo, no de las editoriales pequeñas o independientes, sino de los grandes “holdings” editoriales, que también se han dado cuenta, de manera muy inteligente, que aquí hay una movida interesante para la venta, para el marketing, y tomarlo para nuestra propia lucha, que es la reivindicación de la palabra de las mujeres. Siguiendo con esto, recuerdo una entrevista que hace muchísimos años le hice a Diamela Eltit y que está publicada ahí en una de las épocas de oro de La Jornada Semanal aquí en México, cuando la dirigía Juan Villoro, y Diamela era una autora que apenas empezaba a ser conocida fuera de Chile, cuando vino como agregada cultural de la Embajada chilena en México a nuestra ciudad. Yo le preguntaba sobre el auge de la escritura de mujeres –que en ese momento empezaba una cierta movida por ahí, que después quedó como ralentizada- y ella decía “tú fíjate cómo son las cosas. Hay un boom de literatura escrita por mujeres, pero en este boom están quedando fuera las escrituras más incómodas”. Y decía “privilegiamos” o “se privilegia” o “el mercado privilegia una escritura de mujeres poco problematizadora”.

C: Claro muy bien, y ¿en este sentido vos crees que las mismas escritoras hoy se van imponiendo a esa selección mercantilizadora?

S. L: Yo creo que ahora este auge de la escritura de mujeres es de una escritura muy

contestataria, muy de ruptura, muy de descolocarnos del lugar donde nos habían colocado como mujeres y como escritoras, y desde ahí se están haciendo cosas geniales.

Mucho de lo que tiene que ver con la literatura de horror o el fantástico, que tú por

ahí has trabajado y le has dado un espacio en estas entrevistas –pienso en la propia Samanta Schweblin, ya mencionada, en Mariana Enríquez, en la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero, pienso en Liliana Colanzi, muchas escritoras que, digamos, forman parte de esta nueva ola de la literatura femenina latinoamericana y que están haciendo cosas muy, muy desde el lado de la ruptura–. Ahora, a esta idea de la ruptura es a la que me sumo, no desde la literatura del horror ni desde lo fantástico, sino desde mi propio tipo de escritura.

C: ¿Son escenas que no te conducen a lo que estamos acostumbrados?

SL: Hay una serie de autoras de esa camada que están haciendo una literatura escalofriante y superinteresante. Pero decía que en términos de mi propia creación literaria me ubico más desde una ruptura de géneros y una propuesta híbrida de géneros. Yo siempre digo que a mis novelas las llamamos “novelas” casi de cariño, para decirlo de una manera un poco irónica, porque me gusta mucho jugar con los géneros. Me gustan los géneros híbridos, me gusta la ruptura, me gusta la mezcla de géneros. Hace pocos días terminé de leer un texto de otra escritora, también argentina, que estuvo en la feria, en la FILUNI, que es Clara Obligado: su nuevo libro, que se llama Todo lo que crece. Naturaleza y escritura. Y es este género híbrido que es en parte ensayo, en parte narrativa, autoficción, prosa poética, un poco todo mezclado, el que se vincula con mi escritura. Pienso en otro libro que está teniendo tantísimo éxito: el más reciente de Rosa Montero, que cerró la FILUNI, El peligro de estar cuerdo, que es un poco lo mismo…

C: ¿Es más tipo ensayo…?

SL: Ensayo literario poético.

C: Yo creo, sin embargo, que ahí también el mercado y las editoriales vieron como una oportunidad. El ensayo llega a mucha gente, despierta interés.

S.L: Sí, pero son ensayos que justo rompen con una de las tradiciones ensayísticas…

C: Claro, así es.

S.L: …está la presencia del “yo” como muy importante y como punto de partida. Es un poco mezcla de todo esto y eso me interesa muchísimo. Creo que que está siendo muy productiva esa ruptura, donde aparecen también una de mis pasiones, que son las cronistas o las periodistas contemporáneas. Sobre todo en México. Yo creo que en México es el gran género de las mujeres en este momento. Y pienso en mujeres como una queridísima argen-mex que tú conoces muy bien, que es Paula Mónaco Felipe…

C: La conozco de chiquita a Paula, imagínate. Su tía Liliana Felipe es una gran amiga, con quién hemos hechos algunos proyectos interesantes.

S.L: … como una gran, gran periodista que está poniendo en escena, desde su “ser hija de un desaparecido, de dos desaparecidos argentinos” a su “ser testigo e implicada con los desaparecidos actuales en México”. Pienso en ella, pienso en Marcela Turati, pienso en Daniela Rea, en Mónica González, en fin, Daniela Pastrana… Hay una serie de mujeres periodistas, pero es este periodismo narrativo que se está dando en México con muchísima fuerza. Desde el cruce de géneros que te comentaba, me siento muy cercana a esos espacios… Tú sabes que yo siempre reivindico mucho el ser argen-mex, desde ahí comienza lo “híbrido” que tanto me interesa como lugar de enunciación y de creación.

C: Me interesa mucho ese punto Sandra, tú ser arge-mex, ¿ podrías ampliarlo, en que sentido influye en tu obra?

S.L: Nací en la Argentina, y allí me formé en la infancia y primera adolescencia, ahí están parte de mis interlocutoras e interlocutores, además de queridísmxs amigxs, pero, por otra parte, mi lugar es México. Hace 46 años que vivo aquí y mis lectores y lectoras más cercanos son fundamentalmente mexicanas y mexicanos.

C: Sin perder las raíces, pero sí hay un hecho de continuidad y discontinuidad, nunca de ruptura, pero esto sí me lleva, y me pareció interesantísimo, hacia dónde vas canalizando, a esa parte donde, por ejemplo, en el ámbito de lo fantástico. Tú has escrito mucho, eres conocida, como decíamos, en el ambiente literario, has recibido premios, perteneces –justamente lo que explicabas– a esta generación de mujeres que dieron continuidad y discontinuidad a la vez a esta literatura latinoamericana, vamos a decir así, aunque en Europa también hay mucho de eso, que hemos conocido como el boom latinoamericano, y que innovaron en este género más fresco, más heterodoxo, vinculado a problemas sociales, cercanos, como estábamos hablando, a movimientos del feminismo, la ecología, los derechos humanos, incluso la música. Y de esta manera van develando con la literatura muchos temas que van a permitir observar críticamente la realidad con su carga de pobreza, de violencia, de injusticias, de impunidad o de falta de solidaridad, que cada vez esto está más presente. Sin embargo, y yo creo que ahí sí eso queda claro y tú misma lo dijiste anteriormente, tu obra literaria, a mí me parece, me gustaría hablar así un poco, con más lectoras tuyas, pero como más real, más realística, que ese género fantástico que usa la Samanta para la denuncia social y política. Al punto que ella, usando ese género literario hace una denuncia social, pero para que llegue a buen puerto… La pregunta es:

¿A ti no te parece que lo fantástico vela la realidad, es decir, que distrae, que es una manera de comunicar respecto a la literatura que adoptan estas escritoras, pero que el género tan fantástico llevado al extremo para abordar la crítica social desvía la mirada? ¿está develando algo o no?

S.L: No lo veo de esa manera. Yo creo que -y hablemos  básicamente de Samanta Schweblin y de Mariana Enriquez-  en sus textos la crítica social es bastante evidente. Habrá quien no quiera verla, claro, como hay cantidad de gente que no ve, en fin, muchas cosas que están en la literatura… Yo creo que está y que, como pasa también desde otros géneros, no tiene que ser mencionada “con nombre y apellido” para que sea clara. Me parece que la propuesta ética y poética que ellas hacen permite tener absoluta certeza de su crítica. Ni es más claro el realismo ni es menos claro el fantástico. Tiene que ver con el modo de escribir, tiene que ver con el ejercicio ético, estético, político, poético que tenés ahí.

C: También puede ser que hay una forma de comunicar de una generación más joven. Lo hacen con la música, con el rock, con el rap, o sea, puede haber otro vocabulario para empezar…  Samanta, tiene unos recursos que son riquísimos, pero permite que alguien se dé una licencia de decir yo lo interpreto como quiero.

S.L: Ahí yo tengo un problema con la idea de “quiso decir…”. Pareciera que estamos reduciendo la creación literaria a su mínima expresión, y la riqueza de la literatura es justamente permitir mucho más, incluso mucho más que aquello que la propia autora se propone.

C: Y que de eso nos vamos a dar cuenta dentro de unos años.

S.L: Claro, si no resulta muy reduccionista esa lectura. La literatura abre. No podemos desde la lectura o desde la crítica literaria cerrar aquello que el propio libro está abriendo.

C: Yo dudaba que, entre lo fantástico, lo fantasmagórico, lo que oculta, lo que da miedo, terror y es más ficcional pero real, hay un punto liminar que es como lo consciente y lo inconsciente, es decir como un filtro mental que las escritoras hacen. Pero el realista para mí es más fotográfico, no deja espacio para la duda.

S.L: Siempre puede quedar espacio para la duda, porque el trabajo poético de la literatura tiene que ir más allá de lo estrictamente denotativo.

C: Y comunicativo… Eso me llevó… porque leí una entrevista que te habían hecho a ti con respecto a la fotografía y la escritura. Y a mí me pasa con la música. Tú decías la escritura, si mal no recuerdo, “que la fotografía puede crear conmoción”, mencionando a Susan Sontag, ¿no?

SL: Porque era a partir de ese libro, Ante el dolor de los demás, que es un libro interesantísimo, donde ella habla de la fuerza que pueden tener las imágenes para conmover, para provocar una reacción inmediata frente a eso. Y quizás lo literario lo que hace es que el efecto quizás no sea tan inmediato, salvo cuando estás haciendo una denuncia periodística. Frente a esas fotografías del horror –no era en general la fotografía–, frente a, qué se yo, la foto de un “descabezado” -una de las formas en que el narco sea hace presente-, la reacción es tan brutal que queda poco espacio para una elaboración simbólica de eso. A mí me parece que ahí tiene que ver con el espacio que uno le dé a lo estético. Siempre me gusta decir que la denuncia que a mí me interesa es la que prioriza el diálogo entre lo ético y lo estético. No me interesa el panfleto, ni en fotografía ni en literatura, ni en cine, ni en nada. Me interesa un trabajo que reúna esos dos ejes, que los trence, y que te permita entonces decir: aquí hay un trabajo artístico, estético interesante.

C: Sí, incluso con la música, ¿no? El libro de Thomas Mann, cuando él se interroga si la música es más revolucionaria que la literatura. Y había toda una disquisición en torno a ese tema.

SL: Es que yo he trabajado cosas de música y pienso, por ejemplo: una obra como la de Luigi Nono, que se construye a partir de cartas que enviaron los presos de campos de concentración nazi, ahí lo interesante son las cartas, pero es el trabajo musical y estético que él hace a partir de eso, porque, si no, te quedás en una canción de denuncia, que no era el objetivo que él buscaba.

C: Claro, exacto. Ahora, siguiendo un poquito en este tema, tengo entendido también por algunas lecturas de tu obra que para vos la palabra no entendida como forma de silencio significa mucho, eso quiere decir mucho para un lector. Es una reflexión profunda que me lleva nuevamente a preguntarte sobre la identidad, los modismos, la lengua y lo que me decías: yo nací en Argentina pero mi público, mi comunicación y mi escritura… Pero en cuanto al idioma, yo creo que hay un idioma expresado en la escritura, tiene mucho que ver,  yo te pregunto: Tú fuiste escolarizada en Argentina y desde muy joven vives en México, ¿en alguna manera esto condicionó tu producción? Claro que es la misma lengua, y llevada a cabo, a mí me fue mucho más fácil aprender el italiano que en México hablar en español, porque todo lo que rodea al español no tenía nada que ver con lo nuestro en Argentina. Los silencios, la mirada. Bueno, eso lo sabemos quienes vivimos en México. Pero no sé cómo es eso cuando lo vuelcas a la escritura. Y te pregunto porque los cuentos de Samanta, al vivir y escribir en Alemania, mucha gente ha encontrado en ella en su escritura, como permisos literarios que muchas veces ustedes, las escritoras y los escritores, se lo pueden permitir. Y que cuando se los analiza muchas veces hacen ruido.

S.L: A ver, tiene varios niveles eso que estás preguntando. El primero es que hagamos una distinción: yo hace 46 años que vivo en México; no es el mismo caso de los escritores y escritoras que ya adultos se fueron a vivir a Europa. No es lo mismo además ser exiliada que haber decidido migrar, sobre todo gente que no tiene necesidad económica o política de migrar, sino que lo toma como una decisión de otro tipo. Entonces mi relación con México es una relación muy diferente a la que puede tener alguien que se fue a vivir a España o a Italia o a Alemania hace pocos años, sobre todo porque yo terminé de escolarizarme también en México, y llevo aquí prácticamente toda la vida. Tengo 62 años, y 46 de esos años los he pasado aquí, en México.. Segundo elemento. Vuelvo después al primero. El segundo es: yo tengo la convicción, la certeza, heredada de Paul Celan y después de Juan Gelman, de que la lengua con la que escribo –escribimos, algunas personas– es una lengua que ha pasado por el enmudecimiento del horror. Decía Paul Celan en su famoso Discurso de Bremen, que solo una cosa había permanecido, había sobrevivido al horror, y esa era la lengua, pero era una lengua que no podía permanecer igual. Él dice “una lengua calcinada”. Después Juan Gelman retoma esta idea y habla de lengua en duelo. Para mí eso es fundamental. Yo reivindico el discurso quebrado. Reivindico el discurso discontinuo. Reivindico la fragmentariedad, no como moda sino como expresión de ese horror que nos ha pasado por el cuerpo. Entonces, no soy testigo del horror en el sentido de verlo desde afuera, sino testigo desde adentro. Ahí va otra vez Paul Celan, que dice: “el único testimonio que vale es el de aquellos que ya no pueden dar testimonio”, es decir los que murieron en el horror. Pero, digamos, hay también una visión un poquito más amplia del testimonio, que es, sí, el mío. De ahí viene un discurso quebrado por ese horror del que suelo hablar, ¿no? Es primero el horror de la dictadura y después pasamos –bueno, la historia es muy larga porque son 46 años–… pasamos a este horror del México actual, donde todos estamos inmersos, en la violencia. No nos olvidemos que estamos hablando de más de 105 mil personas desaparecidas en el país. En ese sentido, sí, reivindico y valoro el asumir esta lengua quebrada como mi lengua. En ese lugar el silencio ocupa un lugar fundamental, porque es el silencio de lo innombrable. El horror no puede ser nombrado. Lo único que hacemos es construir en torno a él. Por eso no es exactamente igual lo que escribimos todas las mujeres que estamos escribiendo en el momento contemporáneo. Tercer elemento y que retoma el primero, es mi relación con el español de México. Yo siempre cuento que, cuando llegué a los 16 años a México, lo único que quería era ser igual a todas las otras chicas y chicos de mi edad. No quería ser “la argentina que acababa de llegar”, sino que quería ser una adolescente más. Y entonces casi casi me obligué a adoptar un español mexicano, y sólo me permitía hablar “en argentino”, o dejar que apareciera lo argentino cuando tenía interlocutoras o interlocutores argentinos: mis amigos argentinos, mi familia, mi hija, etcétera. El resto del tiempo me daba vergüenza cuando se me colaba un argentinismo o una ‘s’ aspirada. Tuvieron que pasar muchos años, mucha, mucha vida y mucho asumir finalmente quién era, dónde estaba, para asumir que este español que hablo –que tiene mucho de mexicano pero también mucho de argentino– es una mezcla, como lo soy yo misma. Y mi literatura tiene mucho que ver con eso. Para mí fue clave una historia muy bella de Héctor Tizón, un autor al que yo adoro, jujeño, y que por ser jujeño ha quedado bastante relegado del canon argentino, lamentablemente. Es un autor que me encanta y es una experiencia diferente a la que vive, por ejemplo, otra autora que yo trabajé junto con Tizón en uno de mis primeros libros –Escrituras de sobrevivencia–, que es Silvia Molloy. Una escritora que me duele en el alma que haya muerto hace pocas semanas, y que pensaba mucho sobre la lengua y pensaba mucho sobre su lengua, pero su lengua como argentina que vivió en Francia y después en Estados Unidos. No es lo mismo lo que nos pasa a quienes llegamos a vivir a otra variante del español, y creo que es algo poco trabajado. Es como si nuestro español pasara a ser de segunda, porque no es el de los países centrales. Ni estamos en Europa ni estamos en Estados Unidos. Bueno, sobre España hay un primer trabajo que hizo Goloboff hace mil años en un encuentro sobre el exilio. Ahora le sumaría las reflexiones de Clara Obligado y de Andrés Neumann. Pero  estamos, por otra parte, los que nos exiliamos en América Latina.  Es importante pensar qué nos sucede con el español cuando nos mudamos a otra variante del mismo idioma, en un país no “central”. Me gusta, en esta reivindicación de una lengua quebrada, que esa lengua quebrada también se escuche, no solo se escriba, en mi caso. Cuando empecé a escribir ficción lo primero que me pregunté fue para quién y cómo escribo. Y aquí voy a la anécdota de Tizón que quiero contar. Él llegó a vivir a México siendo muy joven para trabajar en la embajada argentina, estaba recién casado y de hecho su hijo mayor nació en México. Después volvieron a la Argentina, y ya el exilio de la dictadura lo vivieron en España. Pero él decía que, siendo este autor joven que publicó acá su primer libro, conoció a Juan Rulfo y le dijo: Mire, Rulfo, usted me ve así como un joven funcionario de una embajada, pero quisiera escribir y no sé en qué lengua hacerlo, porque yo como jujeño, sumando además la lengua de mis niñeras indígenas, pero la mía no es la lengua literaria de mi país. Y entonces yo no sé si tengo que abandonar esta lengua para escribir en aquella lengua que privilegia el centro. Y Rulfo le respondió:  “Escriba para su gente. No trate de ser ecuménico. Solo el Papa es ecuménico y habla mal en todos los idiomas”. Me encanta la historia.

Entonces asumamos esta doble pertenencia, esta doble raíz y trabajémosla. Hagámosla productiva en términos textuales.

C: Sí, es una cosa que está en muchos escritores. Mira, acabo de ver el último libro de Coetzee, que lo saca en español primero que en inglés…

S.L: Totalmente, sí. Lo acabo de leer yo también.

C:  Bueno, Sandra, creo que hemos excedido los temas. Va a ser maravilloso. Voy a tener que reubicar algunos temas. La última era sobre la desterritorialización –que implicó tu exilio trajo otras desterritorializaciones. Bueno, esto sí influyó en tu identidad, me lo dijiste. Tus personajes se desterritorializan y vuelven, ¿no? ¿Qué se pierde y qué se gana? Yo creo que tú has ganado mucho, y has perdido… No sé… ¿Qué has perdido en toda esta desterritorialización?

S.L: Siempre hay algo que tenemos y algo que nos falta, ¿no?, estemos donde estemos. Entonces, yo lo que he intentado, me parece, es que eso, lo que tenemos y lo que nos falta, estemos donde estemos, esté presentes en lo que escribo.

C: Representado en la escritura. Me pareció bellísimo, aprendí un montón. Gracias por este encuentro, está plática tan amena. Ojalá abras todos estos temas en espacios propicios para ellos como son los talleres literarios.  Yo creo que sí tienes tienes lectores en Argentina, te invito a seguir esta charla en Rosario en el Taller de Ebel Barat.

S.L: Encantada de ir, cuando me digas.

 

 

Autor:
Cristina Girardo

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