Publicado en: 23/09/2022 Mercedes Andrada Comentarios: 0

MUJERES QUE ESCRIBEN DISTINTO

JOVENES ARGENTINAS

 

Una nueva generación de mujeres  está rompiendo con lo establecido, con una escritura más oscura, inspirándose en la literatura gótica y de terror, con historias absurdas y distópicas que pueden leerse como metáforas de la Argentina histórica y actual: dos voces destacadas son las escritoras argentinas Mariana Enriquez y Samanta Schweblin.(1)

 

Son escritoras que hace tiemp dejaron de sonar como promesa para consolidarse dentro de la “nueva narrativa”, nacieron en los ’70, crecieron en los ’80, fueron adolescentes y jóvenes en los ’90. Los medios de comunicación, adictos a las identificaciones cómodas, les extienden el certificado de buena juventud. (2)

 

BIOGRAFIAS CONVENCIONALES DE MUJERES QUE HUYEN DE LO CONVENCIONAL

Samantha Schweblin nació en 1978  Buenos Aires, Argentina, y reside actualmente en Berlín. Egresó de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la UBA. En el año 2001, ganó el primer premio del Fondo Nacional de las Artes por su libro de cuentos El núcleo del disturbio, y su relato «Hacia la alegre civilización de la Capital» obtuvo el primer premio del Concurso Nacional Haroldo Conti. Su segundo libro de cuentos, Pájaros en la boca (2009), obtuvo el Premio Casa de las Américas en 2008, y fue publicado ese mismo año bajo el título de La furia de las pestes. Dos años más tarde fue elegida por la revista británica Granta como una de los veintidós mejores escritoras en español menores de 35 años. Su cuento «Un hombre sin suerte» obtuvo el Premio Juan Rulfo en 2012.

 

En 2014 fue distinguida con el Premio Konex, Diploma al Mérito, por su trayectoria como cuentista durante el periodo 2009-2013 y publicó su primera novela, Distancia de rescate. Al año siguiente, publicó su tercer libro de cuentos, Siete casas vacías, el cual ganó el premio de Narrativa Breve Ribera del Duero y ese mismo año, ganó el Premio Tigre Juan por Distancia de rescate. La versión inglesa de la novela, fue seleccionada entre las finalistas del Premio Booker Internacional. En 2018, la novela obtuvo el Premio Tournament of Books como «mejor libro del año publicado en los Estados Unidos», y el Premio Shirley Jackson en la categoría de novela corta. Además, ese mismo año Schweblin publicó su segunda novela, Kentukis, y su cuento «La respiración cavernaria» (perteneciente a Siete casas vacías).

 

Kentukis obtuvo el Premio Mandarache y el Premio IILA-Literatura.

La adaptación cinematográfica de Distancia de rescate alcanzó en Estados Unidos la primera posición en las películas más vistas  y en nuestro país logró el séptimo lugaren en la plataforma.

Al año siguiente, en 2022, Schweblin ganó el Premio O. Henry de ficción corta por su cuento «Un hombre sin suerte».

 

Sus influencias

 

Schweblin ha mencionado a «la tradición del fantástico rioplatense, de Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Antonio Di Benedetto y Felisberto Hernández» como una de sus tantas influencias. Asimismo, Anne Carson y Amy Hempel son consideradas por Schweblin como las escritoras contemporáneas que más le han influido, debido a que «se meten en tu escritura y te cambian las decisiones que tomas acerca de cómo contar una historia, más allá de lo que uno cuenta».

 

Mariana Enríquez nació en 1973 en la ciudad de Buenos Aires, pero creció en Valentín Alsina, mamando las historias y supersticiones de su abuela correntina. Años después se mudó junto a su familia a la ciudad de La Plata, en donde se acercó a la literatura y al punk. Se licenció en periodismo y comunicación social en la Universidad Nacional de La Plata, y fue apodada a lo largo del tiempo como la maestra de lo macabro.

 

Comenzó a escribir atravesada por la lectura de clásicos del terror  de autores tales como Stephen King y H.P. Lovecraft. A los 19 años escribió su primera novela, Bajar es lo peor, que retrata  temas que inquietaban a la juventud de su época: la ansiedad adolescente, el alcohol, las drogas, el rock. Por manos amigas, el manuscrito llegó a las manos de Juan Forn, de Editorial Planeta, quien decidió publicar la novela, que aunque no recibió buenas críticas, se convirtió en un éxito de ventas y con el tiempo tornó en un libro de culto, ubicando a Enríquez en la escena literaria argentina a pesar de su corta edad y carrera.

 

Comenzó a trabajar como periodista, primero de freelance y luego en el diario argentino Página/12, donde se convirtió en subeditora del suplemento cultural Radar.Varios años después, en 2004, publicó su segunda novela, Cómo desaparecer completamente.

 

En 2005 publicó en la antología La joven guardia su primer cuento, titulado El aljibe. Al año siguiente los cuentos Ni cumpleaños ni bautismos y Una terraza propia: Nuevas narradoras argentinas, fueron incluidos junto a varios otros relatos que exploraban el género del terror.  En Los peligros de fumar en la cama (2009) el primer libro de cuentos de Enríquez,  se pueden encontrar textos como «El desentierro de la angelita» y «Chicos que faltan», relatos que están atravesados por la persistencia de la muerte en el mundo de los vivos o el trauma de lo no resuelto.

 

En 2016 publicó el libro de cuentos de terror Las cosas que perdimos en el fuego, que se convirtió en un éxito en ventas y ganó el Premio Ciutat de Barcelona en la categoría de lengua castellana.

 

En 2019 ganó el Premio Herralde de novela, que convoca la Editorial Anagrama, por su novela Nuestra parte de noche, título tomado de unos versos de Emily Dickinson. Aquí se conjugan los temas recurrentes en su obra: los santos paganos, referencias a los mundos de H.P. Lovecraft, Emily Brontë y Sábato, el vampirismo, el sexo entre hombres, la turbia belleza baudelaireana, la belleza injuriada de Rimbaud, la literatura fantástica y de terror, los subterráneos, los demonios-hombres y demás manías que le recuerdan la vulnerabilidad de la vida misma.

 

En 2020, durante el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) durante la pandemia por coronavirus, Enríquez escribió una serie de entradas a modo de «diario de cuarentena» en la página oficial del Centro Cultural Kirchner.

 

ELLAS CONTADAS POR ELLAS MISMAS

 

Samanta Schweblin

A los 12 años dejó de hablar, no por problemas orgánicos, sino porque la superaba la enorme diferencia entre lo que ella quería decir y lo que entendía la gente.

«A mí me frustraba mucho el lenguaje. Me fastidiaba la distancia que había entre lo que yo quería hacer, transmitir, y que finalmente llegaba al otro».

La directora del colegio le dijo a su madre que si después del verano no volvía con un certificado de la psicoanalista de que Samanta era normal, no pasaba a la secundaria.

«Mi psicoterapeuta que es una genia total y a la que le voy a agradecer toda la vida, le mandó una carta que decía que yo era una persona muy normal, pero que tenía un completo desinterés por el mundo que me rodeaba».

Samanta y el lenguaje no eran amigos. Hasta que aprendió a dominarlo con una herramienta mágica: la literatura.

«La literatura me dio la oportunidad de poder manipular el lenguaje con una pinza casi científica, aunque tome días, meses, años para decir exactamente lo que quiero decir».

El tema común de los relatos de Schweblin son las relaciones familiares, especialmente las de padres con hijos y viceversa.

«Cuando uno educa, prepara a alguien para la vida y trata de formarlo, inevitablemente también lo está deformado. Le está transmitiendo todos sus prejuicios, mandatos y sin embargo se hace con mucho amor. Eso para mí es una tragedia».

No son relaciones fáciles, ni agradables y tienen que ver muchas veces con la violencia emocional, la pérdida y los quiebres. Schweblin explota aquellas cosas que ocurren en todas las familias, pero que prefieren taparse con un velo.

«A mi me gusta mucho la institución de la familia. Me fascina porque creo que es el lugar inicial del drama del ser humano. Me fascina lo extraordinario, lo anormal, lo insólito y curiosamente no necesito salir del núcleo familiar para encontrarlo, está todo ahí».

Reencuentro con el lenguaje

Schweblin decidió radicarse en Berlín, en donde comenzó a dictar talleres literarios para latinoamericanos, excelente experiencia, según comenta. Y reflecionando sobre el idioma dice: «No escribo de una manera universal. Yo soy argentina y escribo en porteño», aclara.

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La inspiran imágenes. «Algo que escuché, algo que leí, pequeñas iluminaciones que no están completadas. Y justamente porque están cojas es que no puedo evitar pensar en eso. Y pensar, y pensar».

«Saberme leída me importa muchísimo, pero en la instancia de la escritura, estoy sola», cuenta. (3)

——“El mal no es la tecnología; es quien está al otro lado”. Sobre la novela ‘Kentukis’, nombre de unos peluches de última generación a través de los cuales disecciona la sociedad tecnológica de hoy. Ellos son “Algo a medio camino entre un teléfono y un peluche.

 

«La gente se toma la novela como algo de ciencia ficción, pero toda la tecnología que sale ya existe. Desde hace muchas generaciones pensamos la tecnología como este mal gigantesco pensante. La Inteligencia Artificial, un Gobierno supremo, una mega empresa…. No digo que eso no vaya a pasar, pero hoy por hoy ese mal no está en la tecnología en sí, sino que está en el otro”. El otro, en su novela, puede ser alguien que se convierte en tu mascota un par de horas al día, pero también un voyeur, un espía, alguien que espía.

“El ejercicio de Kentukis en todas sus historias es disparar los interrogantes que tienen que ver con los límites de esas tecnologías. ¿Hasta qué punto es o no legal, moral, correcto?”.

“Hay gente dispuesta a pagar por vivir la pobreza unas horas, hacer turismo sin moverse de sus casas, pasear por la India sin una sola diarrea, un chico sin piernas que quiere un amo que practique deportes extremos, pero también quien buscaba pasearse como muñeco toda la noche sobre los papeles de un estudio de abogados en Doha. Las nuevas tecnologías llegan antes de la regulación, que al final es decidir quién saca beneficio de ellas. Hasta entonces, se pueden hacer cosas maravillosas con ellas. También terribles”.

“Las tecnologías han cambiado ya todas las artes. Música, cine, teatro… ¡y lo ha hecho para bien! Ha hecho una herramienta más preciosa, exquisita y sensitiva”. Pero“En el único lugar que no pudo meterse es en la literatura. Creo que como sociedad es de vital importancia tener un espacio donde funcione la ficción. Me parece algo curativo, ordenador, el espacio en que nos pensamos, nos probamos como individuos y volvemos a nuestra vida ilesos y con una información vital”(4)

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La vida en Berlín…”tengo pocos amigos, y si me encierro en mi casa nadie llama a mi puerta Mi español está manchado de otros españoles. Mis amigos ya no son solo porteños, hay mexicanos, chilenos, guatemaltecos, venezolanos… Por un lado se neutralizó mi español, por otro descubres nuevas esquinas, formas”.

 

Hay otra burbuja, más informal, a la que también siente que pertenece Schweblin: la de las escritoras latinoamericanas de su generación, gente como Mariana Enríquez, Selva Almada, Fernanda Melchor, Valeria Luiselli y Brenda Navarro. ¿Hay grupo? “Hay grupo. No todas somos amigas, no todas nos conocemos. Pero todas nos leemos. Hay mucha admiración mutua y hay la alegría de estar en una fiesta en el mejor momento. Hace diez o quince años, la literatura escrita por mujeres no tenía este nivel de visibilidad. Y también creo que todas estamos de acuerdo en que nos molesta la etiqueta de “el nuevo boom latinoamericano”. Lo del boom está de más. ¿Cómo va a ser un movimiento marketinero o una moda lo que escribe la otra mitad de la población?». Así que no hay boom, pero sí fiesta(5).

 

 Mariana Enriquez

“No escribí mi primera novela porque quería ser escritora ni porque quería publicar, la escribí porque no encontraba nada ni nadie que explicara lo que me pasaba. Mi vida en ese momento era de noche en bares patéticos, vino baratos, baños meados, y cocaína cortada con antibióticos”.

“Nuestros padres no tenian trabajo, dos o tres eran alcohólicos, estaban medicados, supongo que eran pacientes psiquiátricos, una vida entera de crisis económicas y dictaduras los habían vuelto incapaces de criar cualquier cosa, y menos hijos adolescentes. Pero ellos no se daban cuenta”.

“Esto no se mencionaba en ningun lado, nadie hablaba de las experiencias que yo vivía”.

“Los protagonistas de las novelas vivían en mi cabeza y tenía que desalojarlos, los personajes se construyen pero a mi me pasa que mis personajes son gente con la que convivo y llega un momento que interfieren tanto con la vida cotidiana que tengo que escribir”.

“Tengo un concentrado de obsesiones adolescentes que son muy parecidas a las actuales, vampirismo, el sexo entre hombres, el decadentismo francés, la literatura fantástica y del horror, los subterráneos, los demonios”.

“Bajar es lo peor” fue una especie de escritura de mi mundo privado. Quería ver reflejada mi experiencia, pero no queria que fuese realista, pensar que la experiencia sólo se puede expresar en el realismo es un error común y una falta de imaginación grave, la misma que nos hace pensar que el realismo es para adultos y lo fantástico, lo épico o el terror para jóvenes o niños”.

“No pensaba en publicar, mi esperanza era ser corresponsal. Pero mi novela llegó a Juan Forn que dirigía la Biblioteca del Sur en Planeta, yo no sabia quien era él,  no conocía escritores, no estudiaba letras, no sabía ni si existían talleres literarios, tampoco era mi ambición escribir novelas. Juan me dijo cosas que me resultaron raras como “la novela está bien, pero tenemos que cambiar estas partes donde se delata que tu generación puede hacer cualquier cosa con la literatura “.

“Me ofendió porque me pareció que él no podía imaginar un escritor que viniese de otro lugar, de un mundo mas entrópico y obsesivo. No tenía técnica, no la tengo ahora, la técnica se aprende leyendo”.

“Después Juan entendió mi diferencia y yo aprendí por qué me faltaba madurez para sostener voces, entendí el poder de sugestión de las palabras, entendí que tenía que contener mi enamoramiento con los personajes y evitar adornarlos con demasiadas adjetivos”.

 

“La novela fue leída como una novela de realismo sucio, la destrozaron en general, me mandaron a escribir guiones para telenovelas. La editorial la promocionó con un slogan de la escritora más joven de Argentina. Salí en la radio, me invitaban a la tele y ahí entendí que a los escritores se les pide que tengan opiniones como si trabajar con la plabra conllevara algún tipo de formación, sabiduría, sensatez o sentido común en la mirada sobre el mundo, pero no todos los escritores tienen opiniones más inteligentes sobre feminismo, política, mercado editorial, etc. No suele ser así salvo los escritores que son intelectuales públicos, que hay un montón pero no es mi caso”.

“Tuve mucha exposición pública, y me dio mucho miedo por lo inesperada, no soy tímida pero sí insegura y fue un tormento. Escribir y publicar me había encantado, todo lo demás me había parecido triste y vergonzoso”.

“Me tomó 10 años volver a publicar; escribí una novela que fracasó, era horrible,  pero el fracaso no me espantó, esa novela mala me hizo dar cuenta de que quería escribir para siempre, y fue muy útil porque supe qué era lo que no debía hacer”.

“Nunca releí  “Bajar es lo peor”, ni quise corregirle nada cuando se volvió a publicar en 2013. Tiene muchos errores pero me gusta. Corregir los libros me parece incorrecto, porque los libros le pertenecen al autor más jóven, una persona diferente al de ahora”.

“En esa década me dediqué al periodismo, leí mucho con algún tipo de sistema, mas ordenada”.

 

“Tenía varios problemas, no podía escribir ficción de horror en castellano, cuáles eran nuestros miedos, monstruos, fantasmas, porque en mi opinión la ficción de horror tiene una resonancia social. En Frankestein y Drácula se ven realidades de esos tiempos que generaban terror en la gente”.

“Escribir tiene muchos aspectos técnicos y por eso se puede aprender pero el impulso literario es misterioso”

“Otro problema adicional, es que no lograba ser una narradora femenina, me resultó dificilísimo hacer de narradora mujer, decidí probar si encontraba la voz en un cuento de terror. El terror suele ser más efectivo en un relato corto, y así escribí “El aljibe”, mi primer cuento y encontré que mi narradora femenina favorita no era la protagonista sino la testigo , más distanciada “.

 

“Otro tema es el de la tradición dentro del género de horror que no se dá en argentina y america latina, puede ser un tema de la influencia del catolicismo o de clase, es raro que nuestras creencias locales aparezcan en literatuta. Creo que porque eran consideradas creencias supersticiosas de los iletrados, de los brutos. No tenemos esa tradición”.

“También tuve que encontrar terrores propios leídos en mi idioma y me dí cuenta de que eran por ejemplo, los de la dictadura, que era peor que la ficción. Publiqué “Los peligros de fumar en la cama” y usé ese tema intentando no vanalizar un tema serio”.

 

“Pocos años después llegué a “Las cosas que perdimos en el fuego”, en donde uso la iconografía del terror sumado a lo que S. King llama factores de presión fóbica Uso la leyenda urbana por ejemplo, con la dictadura, nuestra y del Paraguay”.

“No sólo encuentro miedo en la historia, mis protagonistas muchas veces son mujeres y tratan sobre la adolescencia el cuerpo el deseo el poder la culpa. La anorexia, la enfermedad mental, la automutilación.  La mayoría de mis mujeres son adolescentes, que es ser una especie de monstruo, detestada, odiosa, incomprendida, perdida. También el adolescente de entonces, atravezado por una crisis económica brutal de Alfonsín sentía que todo podía desaparecer”

“Ese procedimiento de usar alguien real y darle un marco de personaje es un procedimiento éticamente arriesgado y voy a ese limite seguido porque otro de mis temas es la violencia institucional, especialmente la provocada por la desigualdad. En “Bajo el agua negra” tomé el asesinato de Ezequiel Demonti, el riachuelo como signo de negligencia y abandono, aunque alguien pensó que era un cuento ecologista, cosa que jamás pensé así. En “El chico sucio” usé el crimen real de Ramoncito, un niño de Mercedes , Corrientes”.

“Trato cuando puedo de buscar la religiosidad popular, el gauchito gil, san la muerte,  tan ausentes en nuestra literatura. Porque Buenos aires es para mi una ciudad muy ambigua respecto de los inmigrantes actuales y del ineterior, a los inmigrantes de nuestros abuelos los han idealizado . No es una ciudad tan abierta., es muy reactiva a los del norte y los paraguayos y me interesa cómo ellos le ganan a los prejuicios insertando sus creencias”.

 

“Para mi no hay literatura serias o menores, no hay nada mas serio que un fantasma que está atrapado en su trauma, personal o político , alguien que pide la justicia que no tuvo y cuenta su historia para siempre, incapaz de romper el ciclo. Es una metáfora poderosa que no debería estar confinada al mundo de la literatura juvenil o del entretenimiento  No es justo que nos roben la imaginación para ser realistas”.

“Sobre los finales digo, mis finales son abiertos, porque nuestra época es incertidumbre, mis historias terminan ahí, no por pereza, la vida es misteriosa como la literatura , no es la tarea del escritor proveer confort o tranquilidad. No creo que tengamos ninguna tarea pero si hay una, es provocar preguntas. Señalo el misterio sin tratar de resolverlo”. (6)

 

FINALES ABIERTOS

 

Nueva generación, nueva literatura que genera admiración o desprecio, por partes iguales, ellas no van por las medias tintas. Requieren paciencia en su lectura hasta que mágicamente llega el entendimiento, y le regalan al lector un enorme protagonismo. Porque dicen sin decir, insinúan en metáforas, alegorías o lenguajes cotidianos y a veces brutales, sus ideas. Con estas mujeres, hay que firmar contrato y dejarse llevar.

 

(1) Telam Digital, julio 2022).

(2) Por Silvina Friera,Pagina 12,julio 2010.

(3) Constanza Hola Chamy HayFestivalMéxico@BBCMundo, 26 octubre 2015. BBC News.

4) JORGE MORLA. Madrid – 25 OCT 2018 – 18:27 AR2, Diario “El Pais”

(5)CCCBLAB, Investigación e innovación en cultura, Begoña Gómez, 31 de mayo de 2022.

(6) “Cómo me hice escritora”, clase magistral de Mariana Enriquez , en “El cultural San Martín”.

 

Autor:
Mercedes Andrada

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