Publicado en: 24/03/2022 Mercedes Andrada Comentarios: 0

Julio Florencio Cortázar nace por azar en Bruselas a las 3 de la tarde del 26 de agosto de 1914, “en circunstancias pintorescas, como podría haber sido en Helsinki o en Guatemala”, debido a las funciones asignadas a su padre, agregado comercial en la Embajada Argentina.

Su llegada al mundo sucede cuando Alemania se lanza a conquistar Bélgica, un nacimiento bélico que dió como resultado a uno de los hombres más pacifistas del planeta.

De padres argentinos nativos, siendo Argentina un país neutral en la guerra de 1914, la familia pudo abandonar Bélgica y tras un paso efímero por Suiza desembarcan en España.

Vive en Barcelona hasta sus 3 años y en 1918 viene a instalarse a nuestro país hasta 1931. Reside en Banfield, “pueblecito de campo, el típico barrio que tantas veces encuentras en las letras de los tangos, muchos jardines unidos. Pésima iluminación que favorecía el amor y la delincuencia por partes iguales”.

A sus 6 años su padre se va de su casa, enterándose Cortázar muchos años después de su muerte, por el llamado telefónico de un abogado cordobés.

Ante esta situación su madre queda en pésimas condiciones económicas y con dos niños pequeños.

Cortázar cursa la primaria en una escuelita rural y termina los estudios con un título de Profesor en Letras (que le permitía enseñar en secundarios, cualquier materia). Busca el camino universitario, pero comprende que debe abandonar los estudios y volver a enseñar para ayudar económicamente a su madre.

De 1939 hasta el 1945 dió clases en el sur de la Provincia de Buenos Aires (Bolívar y Chivilcoy), y durante poco más de un año dictó Literatura Francesa en la Universidad de Cuyo, “recién fundada e improvisada al punto que no contaba yo con título universitario alguno”.

En 1948 se graduó de traductor público de inglés y francés cursando en nueve meses estudios que normalmente llevan tres años, provocándole el esfuerzo síntomas neuróticos.

En 1951, con el primer gobierno de Perón se marcha a París voluntariamente,  sin ser exiliado. Su sentimiento antiperonista se desprende de una interpretación de “Casa Tomada” que Cortázar consideró indirecta pero posible,  al ser producto de un sueño escrito apenas ingresado a la vigilia. Según sus palabras se sentía “ahogado dentro de un peronismo de alpargatas sí, libros no”, y también “preferí renunciar a mis cátedras antes de verme obligado a sacarme el saco, como les pasó a tantos colegas que optaron por seguir en sus puestos”.

Allí se queda hasta su muerte, volviendo siete veces a la Argentina.

Sin renunciar a su nacionalidad argentina optó por la francesa en 1981 -tres años antes de morir- en protesta contra la dictadura militar en nuestro país que lo persiguió y prohibió y que él denunció a la prensa internacional.

El   29 de agosto de 1975 la DIPPBA (Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires) creó el legajo número 3178 con una ficha que contenía seis datos: apellido (Cortázar), nombre (Julio Florencio), nación (Argentina; Francia), profesión (escritor) y antecedentes sociales o entidad: «Habeas».

Visitó Argentina por última vez en 1983 tras la vuelta a la democracia y fue recibido calurosamente por sus admiradores, en contraste con la indiferencia de las autoridades nacionales.

Alfonsín organizó una recepción formal con numerosos intelectuales en un acto de reafirmación de los principios democráticos.. Allí no estuvo Cortázar porque no fue invitado, pese a su deseo de ir.

En ese sentido, Osvaldo Soriano relató que «Julio no pidió la entrevista, pero le parecía interesante equilibrar o contrarrestar la presencia de los Sábato y de los extremadamente moderados en el gobierno, o gente que había estado durante la dictadura. La idea era que alguien que había estado afuera, en el centro de la famosa campaña antiargentina, pudiera ser recibido por el flamante presidente como señal de que esto iba a ser una cosa abierta. De ahí el fuerte significado político de ese episodio».

Su amigo Hipólito Solari Irigoyen le confirmó, avergonzado, que no había conseguido la audiencia. «No es nada, hombre, visita más visita menos, lo que quisiera es que le fuera bien, que maneje bien el Gobierno…», cuentan que fue la respuesta de Julio, pocas horas antes de su partida definitiva.

 

De su compromiso político y social

Cortázar no limitó su exquisita sensibilidad al arte, la volcó también en un gran compromiso a la realidad social, política y económica: se identificó con las clases marginadas y estuvo muy cerca de los movimientos de izquierda.

En este sentido, su viaje a la Cuba de Fidel Castro en 1962 constituyó una experiencia decisiva en su vida y el detonante de un radical cambio de actitud que influiría profundamente en su vida y en su obra: el intelectual introvertido que había sido hasta entonces devendrá en activista político.

En 1970 se desplazó a Chile para asistir a la ceremonia de toma de posesión como presidente de Salvador Allende y, más tarde, a Nicaragua para apoyar al movimiento sandinista. Como personaje público Julio Cortázar intervino con firmeza en la defensa de los derechos humanos y fue uno de los promotores y miembros más activos del Tribunal Russell.

 

De sus primeras obras. Cortázar por Cortázar

En 1938 publica unos “sonetos, poemas, bajo el seudónimo de Julio Denis, en una edición de 250 ejemplares destinada a los amigos”.

No fue escritor precoz en el plano de la edición, sí en la escritura, al punto que un médico le recomendó a su madre más aire libre y menos libros.

Se sabe diferente, aunque lo manifiesta con una profunda humildad y lo siente con tristeza: “Mi noción de estilo no es áulica, es propia”.

Admirador de Arlt, Poe, Borges, Julio Verne, Víctor Hugo.

Cuenta: “Hay una o dos copias de un manuscrito de 700 páginas, sin editar, del que guardo nostalgia, se llamaba El Examen, podría ser una novela que no fue aceptada por un editor de Buenos Aires, por tener palabrotas, estar escrito en forma vulgar… quizás hubiera tenido una cierta incidencia en lo que estaba sucediendo en Buenos Aires y Argentina, en plena descomposición social y política”

“Los Reyes” es la primera obra publicada por Cortázar con su verdadero nombre. Poema dramático, escrito en forma de teatro.

Resulta fascinante la explicación de Cortázar sobre el Minotauro.

Cortázar reinventa el mito, en el minotauro ve al poeta, “al hombre libre, al hombre diferente al que la sociedad, el sistema, encierra inmediatamente en el laberinto o en un psiquiátrico”. “El poeta es el que no se conforma con éste lado de las cosas, sino que busca siempre el otro lado”.

“El minotauro es un ser inocente que vive con sus rehenes, que juega y danza a su alrededor y ellos son felices en el laberinto. El laberinto encierra un enigma: Minos es el verdadero prisionero del minotauro. Entonces llega el joven Teseo, que tiene los procedimientos de un perfecto fascista y que lo mata inmediatamente”.

La inversión del drama mitológico causó un cierto escándalo en los medios académicos, pero cuenta Cortázar que le divirtió escribir la obra en un lenguaje suntuoso, lleno de palabras que bailan y que cantan.

Se autodefinía como “solitario, con un desgarramiento interior al estilo de Dr. Jekyll (quien trata de hacer alguna cosa buena con el prójimo) y Mrs. Hyde (el malo, el solitario)”. Fácilmente sentimental, de los que lloran a escondidas en el cine. Defiende su soledad “como derecho y con orgullo, con cierta culpa”.

 

Rayuela, un mandala desacralizado

En 1963 moría el Papa Juan XXIII. Argentina, bajo el gobierno de facto de José María Guido se preparaba para las elecciones presidenciales en las que resultaría electo Arturo Illia. Martin Luther King pronunciaría su célebre “I have a dream”, Dallas se transformaba en la tumba de John Fitzgerald Kennedy. A ese mundo, que aún tenía al Che Guevara agitando la revolución en Cuba, llegó “Rayuela”.

Calificada por algunos como novela experimental dijo Mario Vargas Llosa, “sería injusto llamarla una novela experimental. Esta calificación despide un tufillo abstracto y pretencioso, sugiere un mundo de probetas, retortas y pizarras con cálculos algebraicos, algo desencarnado, disociado de la vida inmediata, del deseo y el placer. Rayuela rebosa vida por todos sus poros, es una explosión de frescura y movimiento, de exaltación e irreverencia juveniles, una resonante carcajada frente a aquellos escritores que, como solía decir Cortázar, se ponen cuello y corbata para escribir. Él escribió siempre en mangas de camisa, con la informalidad y la alegría con que uno se sienta a la mesa a disfrutar de una comida casera o escucha un disco favorito en la intimidad del hogar. Rayuela nos enseñó que la risa no era enemiga de la gravedad y todo lo que de ilusorio y ridículo puede anidar en el afán experimental, cuando se toma demasiado en serio”.

Otros han hablado de «antinovela», ya que rompe con todos los cánones preestablecidos en la época. Sin embargo, a Cortázar dicho término le parecía una «tentativa un poco venenosa de destruir la novela como género». Él prefería denominarla «contranovela», pues buscaba «ver de otra manera el contacto entre la novela y el lector»: incitar a éste a que modificara su actitud pasiva frente a la novela, y ser parte de ella.

“Terminé una larga novela que se llama Los Premios, y que espero leerán ustedes un día – le escribió Julio Cortázar en una carta a Jean Bernabé, en diciembre de 1958-, quiero escribir otra, más ambiciosa, que será, me temo, bastante ilegible; quiero decir que no será lo que suele entenderse por una novela, sino una especie de resumen de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas y también, por qué no, de muchos fracasos”.

“La verdad, la triste o hermosa verdad es que cada vez me gustan menos las novelas, el arte novelesco, tal como se lo practica en estos tiempos. Lo que estoy escribiendo ahora será (si lo termino alguna vez) algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género”; explicaría al mismo Bernabé, en otra carta, seis meses después.

En 1960, en una nota dirigida al editor Paco Porrúa, Cortázar le aclaraba: “Ignoro cómo y cuándo lo terminaré, hay cerca de cuatrocientas páginas que abarcan pedazos del fin, del principio y del medio del libro, pero quizás desaparezcan frente a la presión de otras cuatrocientas o seiscientas que tendré que escribir entre este año y el que viene. El resultado será una especie de almanaque, no encuentro mejor palabra (a menos que “baúl de turco”). Una narración hecha desde múltiples ángulos, con un lenguaje a veces tan brutal que a mí mismo me rechaza la relectura y dudo que me atreva a mostrarlo a alguien; y otras veces tan puro, tan poco literario. Qué sé yo lo que va a salir”.

“Casi he terminado. Como una especie de libro infinito (en el sentido de que uno puede seguir y seguir añadiendo partes nuevas hasta morir) pienso que es mejor separarme brutalmente de él. Lo leeré una vez y enviaré el condenado artefacto al editor. Si te interesa saber qué pienso de este libro, te diré con mi habitual modestia que será una bomba atómica en el escenario de la literatura latinoamericana”; aseguró en una carta al poeta norteamericano Paul Blackburn; fechada el 15 de mayo de 1962.

“¿Querés una anécdota?” – le preguntó Cortázar a Manuel Antin, en una nota que le escribió en agosto del 1964– “Rayuela no se iba a llamar así. Se iba a llamar “Mandala”. Hasta casi terminado el libro, para mí se seguía llamando así. De golpe comprendí que no hay derecho a exigirle a los lectores que conozcan el esoterismo búdico o tibetano. Y a la vez me di cuenta de que “Rayuela”, título modesto y que cualquiera entiende en Argentina, era lo mismo; porque una rayuela es un mandala desacralizado. No me arrepiento del cambio”.

 

Rayuela y los jóvenes

Cuando Julio Cortázar escribió “Rayuela” pensaba haber hecho un libro para la gente de su generación. La gran sorpresa sería que la gente de su edad no la valoró como las generaciones más jóvenes.

Por el contrario tuvo una enorme aceptación en ellas cuando el libro se publicó en Buenos Aires y empezó a ser leído en América Latina.

En una entrevista publicada en Cuadernos de Texto Crítico (Universidad Veracruzana, México, 1978), cuando Evelyn Picón Garfield le preguntó por qué fueron los jóvenes los que encontraron algo que los impresionó, Cortázar respondió: «Yo creo que es porque en “Rayuela” no hay ninguna lección. A los jóvenes no les gusta que les den lecciones. Los adultos aceptan ciertas lecciones. Los jóvenes, no. Los jóvenes encontraban allí sus propias preguntas, sus angustias de todos los días, de adolescentes y de la primera juventud, el hecho de que no se sienten cómodos en el mundo en que están viviendo, el mundo de los padres».

Existen dos maneras de influir en la gente joven: enseñar con textos y teorías, y transmitir a través del juego experiencias anecdóticas o existenciales. «Para mí, una literatura sin elementos lúdicos era una literatura aburrida, la literatura que no leo, la literatura pesada…».

 

De estilos

“Mucho de lo que he escrito, se ordena bajo el signo de la excentricidad, puesto que entre vivir y escribir nunca admití una clara diferencia… Se reprocha a mis novelas, ese juego al borde del balcón, ese fósforo al lado de la botella de nafta, ese revólver cargado en la mesa de luz, una búsqueda intelectual de la novela misma… ”.

Claramente rebelde y reacio a los encasillamientos, en una entrevista realizada por Rita Guilbert en 1968, cuando se le preguntó sobre el futuro de una nueva novela, respondió: «Me importa tres pitos; lo único importante es el futuro del hombre, con novelas o televisores o todavía inconcebibles tiras cómicas o perfumes significantes o significativos, sin contar que a lo mejor uno de estos días llegan los marcianos con sus múltiples patitas y nos enseñan formas de expresión frente a las cuales El Quijote parecerá un terodáctilo resfriado… El futuro de mis libros o de los libros ajenos me tiene perfectamente sin cuidado; tanto ansioso atesoramiento me hace pensar en esos locos que guardan sus recortes de uñas o de pelo; en el terreno de la literatura también hay que acabar con el sentimiento de la propiedad privada, porque para lo único que sirve la literatura es para ser un bien común… Un escritor de verdad es aquel que tiende el arco a fondo mientras escribe y después lo cuelga de un clavo y se va a tomar vino con los amigos. La flecha ya anda por el aire, y se clavará o no se clavará en el blanco; sólo los imbéciles pueden pretender modificar su trayectoria o correr tras ella para darle empujoncitos suplementarios con vistas a la eternidad y a las ediciones internacionales».

 

Y con respecto al lenguaje en sus obras, el escritor confesó a Omar Prego: «También hay un ataque al lenguaje anquilosado, al lenguaje quitinizado. Allí, a mi manera, yo libré un combate en el plano del idioma, porque pensaba (y lo sigo pensando) que ese es uno de los problemas más graves que hay en América Latina, toda esa hipocresía lingüística con la que habrá que acabar de una vez».

 

De su vida sentimental. Dolor y ausencia

En 1953 se casó con Aurora Bernárdez, traductora argentina, con quien vivió en París con cierta estrechez económica hasta que aceptó la oferta de traducir la obra completa, en prosa, de Edgar Allan Poe para la Universidad de Puerto Rico, trabajo que sería considerado luego por los críticos como la mejor traducción de la obra del escritor estadounidense.

En 1967 rompió su vínculo con Bernárdez y se unió a la lituana Ugné Karvelis con la que nunca contrajo matrimonio y quien le inculcó un gran interés por la política.

Su tercera pareja y segunda esposa fue la escritora estadounidense Carol Dunlop, quien muere a los 36 años de edad en noviembre de 1982.

Los últimos años de la vida de Cortázar están ligados al tormento de su ausencia.

«A esa casa que siempre tuvieron abierta para mí y en la que también entró Carol, a esa casa volveré pronto para estar con ustedes y también con ella, que seguirá conmigo en todos los viajes que me toque hacer, llegaremos un día los dos, seremos siempre los dos como tú nos ves en esas páginas que me destrozan.»

La carta dirigida a Félix Grande revela su ánimo atormentado.

Tras la muerte de Carol Dunlop, Aurora Bernárdez lo acompañó nuevamente, esta vez durante su enfermedad, antes de convertirse en la única heredera de su obra publicada y de sus textos.

Los derechos de autor de varias de sus obras fueron donados para ayudar a los presos políticos de varios países, entre ellos los de Argentina.

En el libro Julio Cortázar, la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, que fue amiga de la pareja, afirma que ambos murieron de sida. Dice que Dunlop se contagió de Cortázar, que había contraído la enfermedad por una transfusión de sangre que se le había realizado unos años antes en el sur de Francia. Sin embargo, el biógrafo de Cortázar, Miguel Herráez, escribe que Dunlop murió de aplasia medular y Cortázar de leucemia.

El 12 de febrero de 1984 Cortázar falleció. Dos días después fue enterrado en el cementerio de Montparnasse, en la tumba donde yacía Carol Dunlop. La lápida y la escultura fueron hechas por sus amigos: los artistas Julio Silva y Luis Tomasello. A su funeral asistieron muchos amigos, así como sus ex-parejas Ugné Karvelis y Aurora Bernárdez.

 

 

Autor:
Mercedes Andrada


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