El motivo de estas líneas es agradecerte. Si, agradecerte la prosa armónica y penetrante, en la que se puede apreciar la naturaleza pródiga de la región que acunó tus primeros años de vida. Al leerla volví a experimentar lo mismo que sentí hace ya unos veinte años. Los paisajes, por supuesto, pero, más que eso, los afectos que las conversaciones y la proximidad con tus coterráneos me despertaron. La hospitalaria serenidad con que escuchan, la transparencia y calidez de su mirada, no volví a hallarlas en lugar alguno.
Tu estilo contundente y sobrio traza con precisión sus rasgos de identidad: el decoro y la sabiduría de la puna cuyos habitantes portan como marca de origen.
Allí, donde las tradiciones de los pueblos nativos se mixturan con la de los que arribaron después. Allí donde la majestuosidad y calma de su belleza natural impregna a sus criaturas por igual.
En tono confidencial quiero comentarte que, en relación a ellas, me invadió el desconcierto ante alguno de los protagonistas de tu obra. Los presentás con una gran fortaleza producto de la adversidad del hábitat de procedencia, pero, así como fuertes, tan vulnerables e ingenuos ante el “progreso” arrollador.
No fue fácil pero valió el esfuerzo poder distinguir a través de tus textos “su capacidad de mantenerse y recuperar la calma y la firmeza ante lo inevitable” de “una sumisa y completa rendición que claudica su raigambre”
Entendí que precisamente en esas historias radica y emerge una comprometida denuncia del avasallamiento histórico y territorial del que han sido y siguen siendo objeto.
La identificación con el terruño amado queda plasmada en tu expresión tan austera como rica en sugerencias y habilita al lector a palpitar la deslumbrante inmensidad de esos rincones latinoamericanos.
Tu estilo y alma, entramando paisajes y estirpe hacen de tu pluma voz y memoria de esas comarcas.
Más allá del regionalismo, aún más allá del testimonio, tu obra literaria es un legado que permanecerá y permanece resistiendo a las embestidas y las profanaciones de la globalización.
En tus últimos años concretaste la indeclinable decisión que llevabas dentro: reencontrarte con ese equilibrio, esa paz, esa compasiva comprensión que sigue albergando la tierra para aquellos capaces de descifrar su bienaventuranza.
Antes de despedirme querido Héctor, prefiero citar a uno de tus personajes: “Cuando el paisaje es imponente a uno se le desarrolla otra habilidad por añadidura: el arte de estar tumbado a la sombra o a la resolana. Allí uno se hace más consciente del cielo, de la redondez y el movimiento de la tierra, de la transparencia del aire y el breve rumor de la brisa, del horizonte monocolor y de la apacible lentitud del tiempo inexorable.”[1]
Un abrazo desde el litoral, pero mirando al norte
Nancy
[1] TIZON, Héctor (2004) – No es posible callar (El paisaje y el arte de ir muriendo. Pag. 23) – Buenos Aires. Alfaguara.
Autor:
Nancy Botta