Publicado en: 19/08/2023 Agustín Miranda Comentarios: 0

Pocos escritores de narrativa han generado tanta atención como Kafka; su obra ha sido, y es, objeto de estudio de literatos, juristas, politólogos, sociólogos, filósofos, psicólogos y lectores en general, quienes lejos han estado de tener una interpretación unísona ¿Qué es lo que atrae tanto de la obra del praguense? ¿Es solo ella lo enigmáticamente cautivante? ¿Qué factores se dan para que hasta en un mismo campo de la ciencia haya interpretaciones diametralmente opuestas?

Antes de afrontar estos interrogantes y a modo de encuadre, es importante señalar un espíritu imperante en tiempos del autor, presente, en particular, en los países centroeuropeos: el rupturismo. El autor referido fue contemporáneo de Giacomo Puccini, Thomas Mann, Arnold Schönberg, Marc Chagall, Sigmund Freud, Gustav Mahler, Serguéi Rajmáninov, Auguste y Louis Lumière, Claude Debussy, Pablo Picasso, Martin Heidegger, Virginia Woolf, Igor Stravinski, Albert Einstein, José Ortega y Gasset, Nikola Tesla, Marie Curie y Max Weber, entre otras personas disruptivas, cuyos deseos, curiosidades y sólidas convicciones, los llevaron a romper moldes preestablecidos. Cierto es, que en todos los momentos históricos hubo personalidades que desafiaron el statu quo de su tiempo y dejaron legados valiosos, pero también lo es, que, sobre finales del siglo XIX y principios del XX, hubo una cantidad asombrosamente significativa de personas con extraordinario talento y virtuosismo en los ámbitos de la ciencia, el arte y el pensamiento, que generaron consistentes vanguardias con un poder de cambio trascendental materializado más allá de sus campos concretos de acción.

Probablemente la influencia más próxima del autor de la metamorfosis la podemos encontrar en el existencialismo de Jean-Paul Sartre y en el absurdísimo de Albert Camus. Ambos escritores señalaron públicamente en reiteradas oportunidades el peso determinante que tuvo la obra de Kafka en el desarrollo de sus postulados filosóficos. Sus textos dan clara cuenta de ello.

Uno de los primeros problemas al que nos enfrentamos al ingresar al universo de este singular y paradigmático escritor, es el histórico dilema, no solo de la literatura en particular sino de las artes en general, de la separación del autor y su obra. Cierta doctrina que no es minoritaria y esgrime fundamentos sólidos, aboga por la escisión; dentro de esta hay sensibles gradaciones: quienes mantienen una postura radical de separación total, y quienes adoptan una postura moderada, pero no por ello menos firme, de división con sensibles matices. En su contracara se encuentran aquellos que sostienen la inseparabilidad del autor y su obra. La historia, el desarrollo y los fundamentos de estas doctrinas no son el objeto de esta ajustada columna de opinión, sin embargo es de gran importancia mencionarlas para poder abordar de mejor manera la producción del autor en cuestión. La complejidad que se da en este punto es que su obra es inmensamente autorreferencial, con elementos autobiográficos más o menos disimulados y con remisiones directas e indirectas a sus miedos, angustias y culpas auto infligidas, así como también a una constante y perturbadora sensación de encorsetamiento que le impedía encontrar una salida a sus aflicciones. Este dilema (autor y obra) cobra una inminente relevancia al analizar su producción, dado  que como se ha señalado, es innegable que su narrativa tiene un anclaje en la percepción que él  tuvo de su propia realidad, manifestada a través de metáforas de asombrosa originalidad que naturalizan lo que no lo es, de aquí lo absurdo; pero también cabe remarcar enfáticamente que no toda su obra es estrictamente autorreferencial, por ello al estudiar y analizar sus textos no lo estamos haciendo con su vida, o al menos no de una manera cabal, por más que ellos nos permitan conocer una parte central de ella.

Kafka padeció una gran inestabilidad emocional, insomnio, trastornos alimenticios por repugnancia a ciertos sabores derivados en enfermedades renales, aversión aguda a sonidos y olores, hipocondría, episodios depresivos y tuvo un gran desprecio por su apariencia física. Cabe aquí preguntarse hasta dónde operó un sesgo cognitivo producto de su neurosis en la percepción de la realidad, si es que aquél existió.

Todas estas dolencias que le provocaron serios tormentos, le generaron una infatigable obsesión de observarse a sí mismo y muchas veces, como afirmó su amigo y confidente Max Brod, lo hizo con humor, otras con desesperación. Kafka se autoanalizó y llego al paroxismo del autoanálisis. Su curiosidad por sus padecimientos lo llevó a un autoconocimiento elevado y una paulatina y creciente asimilación de su neurosis, pero no se quedó ahí, tuvo la inmensa y valorable capacidad de hacer con ello arte; para muchos analistas, un auténtico caso de sublimación. De su extensa producción epistolar se desprende sin atisbo de duda que la escritura era lo único que le hacía justificar que la vida mereciera ser vivida: “La escritura es una forma de oración”. Nunca dejó de escribir, lo hizo hasta en el estadio más avanzado de su enfermedad que lo llevó a su muerte. La escritura en él fue el último reducto de la pulsión de vida.

La Real academia de la lengua española incluyó en su lexicón oficial el adjetivo “kafkiano”; cito textual: “1. Perteneciente o relativo a Franz Kafka, escritor checo, o a su obra. Las novelas kafkianas. || 2. Que tiene rasgos característicos de la obra de Kafka. Una visión del mundo muy kafkiana. || 3. Dicho de una situación: absurda, angustiosa”.

He aquí la definición formal, pero ¿podemos afirmar que materialmente esta definición se ajusta a un ser disruptivo que haciendo uso de una libertad narrativa total de fondo y forma rompió con lo preestablecido? La gran paradoja es que, describiendo situaciones con tintes absurdos, aparentemente imposibles de solucionar y, por lo tanto, condenatorios, el artista quebrantó moldes desde lo concreto. Podemos aquí preguntarnos si debemos utilizar este vocablo para señalar la absurda imposibilidad de salir o para marcar una salida determinada y precisa desde la ruptura.

No es el objetivo de este escrito confeccionar un manual de abordaje de la obra de Kafka, la forma de contemplarla, analizarla e interpretarla puede y debe ser realizada por cada persona que se adentre en ella, he aquí una de las maravillas que genera el arte. Es de destacar que en sus trabajos el lector cobra una importancia preponderante, dado que el escritor no formuló una tesis concreta y cerrada por más que superficialmente parezca lo contrario, lo que hizo a través de la ya mencionada libertad narrativa de fondo y forma, fue señalar ciertos aspectos característicos de la condición humana, no con exclusividad, pero sí con especial ahínco en los más sórdidos de ellos. Al no concluir sus postulados ni emitir juicios de valor directos y expresos sobre sus señalamientos, y valiéndose en muchos casos de la ambigüedad como herramienta discursiva, es que se genera una posibilidad interpretativa vasta que excede lo estrictamente literario del mundo Kafka, un mundo sin par.-

 

 

Autor:
Agustín Miranda

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