La crítica literaria se ha ocupado de la obra de Haruki Murakami en reiteradas ocasiones, realizando análisis de fondo y forma muy completos, que a grandes rasgos coinciden en la descripción de los elementos que utiliza el autor, como ser el factor fantástico, diálogos melancólicos, personajes curiosos o atmósferas confusas y espesas; sin embargo no coinciden en ciertas valoraciones. Sobre algunas de ellas nos detendremos.
Indiscutidamente es un autor que, con sus singularidades, maneja cabalmente el oficio de narrar, el cual lo llevó a trascender las fronteras de su país natal. A lo largo de ese vertiginoso iter cosechó un gran número de admiradores y detractores ¿Qué es lo que genera sentimientos antagónicos en los lectores?
Como punto de partida para responder este interrogante, debemos señalar que es un escritor que tiene una producción muy amplia entre novelas, relatos, cuentos y ensayos, la cual ha sido traducida a cincuenta idiomas, y ha ganado numerosos premios internacionales de renombre, el último de ellos fue el Princesa de Asturias de las Letras en el año 2023; sin pasar por alto que fue candidato al premio Nobel de literatura en reiteradas oportunidades.
Con esta trayectoria resulta comprensible que tenga fieles lectores alrededor del mundo que valoran y admiran su obra ¿Qué es lo que sus detractores esgrimen? Resulta imposible enumerar todas las críticas, pero hay dos que se repiten asiduamente y por su tenor merecen ser analizadas.
En primer lugar, se le reprocha que su literatura no representa a la literatura japonesa. Murakami nació, vive y escribe en Japón y la inmensa mayoría de los hechos narrados en sus obras transcurren allí. Cabe preguntarse por qué pese a esto se lo acusa de no encarnar la literatura de su país. El argumentos dado es que su forma de escribir es eminentemente occidental, lo cual, en parte, es cierto; sin embargo no debemos dejar de señalar que Japón es un país que desde principio del siglo XX mira a occidente, sus habitantes tienen costumbres mayoritariamente occidentales; Tokio, que es el mayor conglomerado de habitantes del planeta, es una ciudad que se parece a Nueva York en infinidad de aspectos. La industria nipona, más allá de abastecer al propio país y de caracterizarse por una calidad superlativa, está dirigida a occidente, y en efecto, allí se consume; instrumentos musicales, equipos de audio, motores náuticos, autos y motos, por citar algunas ejemplos, dan prueba cabal de ello. Resulta difícil concebir que abordar el Japón de hoy y quienes lo habitan represente un atentado cultural. Pareciera, bajo la consideración de sus detractores, que debería escribir exclusivamente sobre gueishas, samuráis, catanas y bonsáis para ser un fiel representante de su país.
El segundo punto por el cual se lo ataca y se pretende descalificarlo, es que es un autor “demasiado leído”. Indiscutidamente su obra ha calado en todo el mundo con volúmenes de ventas muy importantes, y esto para quienes lo denuestan pareciera no ser compatible con la calidad literaria. Lo que hay por parte de quienes profesan estas ideas, en rigor de verdad, es una subestimación del lector, como si careciera de juicio propio y que lee solo lo que la mayoría por mímesis.
La obra de Murakami, como la de cualquier otro artista, puede gustarnos o no. El gusto, por antonomasia, es un elemento subjetivo que varía según la percepción de cada sujeto, siendo por ello imposible de objetar.
Estas críticas mencionadas, no hacen un análisis de los elementos objetivos de la obra del autor, sino lo que pretenden, valiéndose de argucias y sofismas, es desacreditarla y desecharla ipso facto.
En estos tiempos, caracterizados por la radicalización de ideas y creencias, donde la intolerancia en todas sus formas ha crecido de forma exponencial; los lectores, en la materia que nos ocupa, debemos defender, dentro del marco de la ley y con los límites que esta impone, el derecho de los escritores a narrar con total autonomía, y el de los lectores, de leer lo que les plazca con independencia de géneros, formas y estilos; para así ser efectivos garantes del derecho a la libertad de expresión.-
Autor:
Agustín Miranda