Publicado en: 29/11/2023 Ebel Barat Comentarios: 0

Una literatura que congrega a una ingente cantidad de lectores en todo el mundo merece atención por lo menos desde el punto de vista sociológico. Si agregamos que la temática de esa literatura se aboca a la cultura japonesa, la atención podrá convertirse en curiosidad, Si, además, advertimos que el estilo recurre a recursos que son frecuentes en la literatura americana sospecharemos, tal vez, de su calidad.

Si informamos que, por otra parte, no apela a escenas sobrecogedoras expuestas y que los hechos estarán revestidos de un halo que los difumina, algunos lectores recuperarán el interés y otros se mantendrán expectantes. Si describimos un uso de los narradores original donde las primeras personas del singular y del plural suelen ser protagonistas habremos despertado los intereses de aquellos que intentan desentrañar las claves del arte escriturario.  Si recursos propios de lo visual se utilizan a manera de guion sabremos que, como en escritores coterráneos de nuestro autor, el paisaje y los ambientes jugarán un papel relevante. Si los diálogos participan activamente en los textos habremos informado acerca de muchas de las características que aplican a Haruki Murakami.

Murakami representa el caso de un escritor cuyas ediciones remiten al best seller dada la difusión y el consumo de su obra. Resulta inevitable que opere el prejuicio ―y el error― que clasifica a lo popular como trivial y, por lo tanto, de poco valor artístico. La discusión entablada entre sus numerosos defensores y sus ―más contenidos― detractores puede extenderse, como es lógico, al análisis técnico acudiendo a los parámetros que definen la calidad de una narrativa.

Surge una suerte de desconcierto frente a su obra. Hechos anodinos se suceden ocupando largos fragmentos y en los diálogos, en especial, aparecen lugares comunes. Sin embargo, el interés y la comodidad que provoca la lectura consigue lo que, para muchos, es tan deseado como difícil: agradar. Podrá parecer ―rasgo que sobrevuela su obra― superfluo. Dudamos de que lo sea, en todo caso, habremos de visitar lo que traspasa la condición humana cualquiera sea la cultura: sus pasiones, sus deseos, sus amores. Adrede el sentido de la palabra cultura: Murakami nos habla de sucesos que suelen transcurrir en el país que conoce y que representa: Japón. Justamente en Japón ciertos foros defensores de la tradición clásica se han mostrado reticentes con su obra por el estilo en el que se percibe la influencia de la literatura occidental, particularmente la americana. Suele suceder que los purismos son restrictivos y, entonces, el acceso a sus valores se limita a aquellos que reconocen y frecuentan las claves de esa tradición. He ahí una de las virtudes de la obra de japonés: la universalidad de acceso y comprensión, hecho que también puede verse en otras expresiones artísticas del Japón como películas y series de consumo masivo y de gran calidad. Penetrar la intimidad de un modo de pensar con la sencillez que permite el lenguaje claro nos remite al ansia del viajero cuyo desafío y placer es develar lo que encuentra en su camino. Podrá concluirse que al abordar la lectura de su obra no se pretenderán recursos retóricos elaborados. Esos recursos están en la medida y la dosis que no los hace resaltar. Subrayamos que, en cuanto a lo paisajístico y ambiental en combinación con lo erótico ―emblemas de los grandes escritores japoneses―, Murakami se desenvuelve con solvencia y belleza como sus predecesores, integrantes de lo que dio en llamarse “neo sensualismo japonés” (Kawabata, Mishima, Tanizaki).

Japón está en las historias de Murakami y da gusto reconocer las peculiaridades y las homologías del ambiente urbano de ese país tan particular que, fruto de una tradición oriental signada por el Imperio Chino, desarrolló, sin embargo, una cultura aislada y por lo tanto muy propia.

He aquí la cuestión de los límites y aquello que los difumina: la condición humana trabajada por la combinación de sentires y experiencia como causa de cada comportamiento. Si bien pueden apreciarse las virtudes de algunos y las marcadas bajezas de otros, las lindes no son netas y siempre rondará una suerte de incerteza y desconcierto que fomenta el deseo de develar. En esa cuerda, el ritmo del autor se muestra solvente y el desenlace claro en su indefinición. Porque eso produce el oficio de ser: mutación permanente.

Los hechos se definen como tales por la percepción individual e instantánea y es imposible el acceso a la verdad químicamente pura. La calificación de instantánea remite a la utilización del presente conjugado, frecuente en sus textos, en el que es imposible el análisis y la crítica porque se remite a afectar los sentidos y la imaginación. Los hechos hablan por sí mismo y en la evocación el lector irá forjándose una opinión de ellos y de sus protagonistas.

Las lecturas de Murakami parecen propias de un hambriento aficionado en tiempos en que el Japón de posguerra se ve invadido de influencia occidental, en especial americana. Nombres como Raymond Carver, Kurt Vonnegut, Truman Capote; Richard Brautigan, han, según sus palabras, influenciado su obra. Escritores del otro lado del océano, en especial grandes nombres como Fiódor Dostoyevsky, Franz Kafka; Anton Chéjov, Marcel Proust están entre aquellos que, también, jalonaran su camino como lector.

Se ha calificado, alguna vez, a Murakami como un artista Pop. No como en la música o en las artes plásticas esa escuela goza de menos prestigio en la literatura, algo pasible de discusión y disenso. Pop remite a popular, como nuestro autor. Insistimos en que esa condición no es óbice a una producción de calidad. Al profundizar en el universo del escritor, como suele suceder con frecuencia, comprenderemos que hay otras características que se alejan de las producciones del Pop y se acercan al acervo estético de su país. Encontraremos lo que frecuenta las expresiones de antecesores ilustres: la presencia del paisaje (urbano y a veces silvestre) como un protagonista más con su sugestión y su registro metafórico de cierta indefinición que hace borroso los límites y los caracteres: No hay valoraciones morales salvo las propias de los personajes que el lector someterá a juicio. Fluye la vida en la que, inevitablemente, se combinan pasiones, virtudes, bajezas, angustias, deseos constituyendo personas cuya interpretación y comprensión corren por cuenta del lector. Murakami exhibe hechos donde lo fantástico o inexplicado pueden combinarse sin forzamientos en un contrato fácil de firmar para los que se avienen a su lectura.

Sabemos que Murakami es un corredor de grandes distancias y apelando a una analogía podremos considerar a la fluidez como una de las virtudes de su narrativa. Agréguese a eso una incursión al carácter de un país que solía calificarse como exótico y habremos avanzado en comprender el fenómeno Murakami.

Así como ciertos diálogos remiten a estereotipos americanos quitando verosimilitud al intercambio, encontramos en el estilo logros que compensan esa fisura. Construcciones metafóricas, profundización en el misterio del alma humana, amores, paisajes, impotencias frente al destino, realzan su producción en la que la naturalidad y la ausencia, a priori, de un desenlace definido son considerados por Murakami como un objetivo y una virtud.

El concepto del trabajo literario como un ejercicio reglado ha sido discutido por otros autores como Juan Forn que se expresa acerca de la pérdida de calidad propia de un trabajo que no se permite el hiato, la elaboración de un argumento o la posible riqueza de la holganza.

Que la producción de Murakami no exhiba un conflicto fundamental (salvo la propia condición humana), ni suspense sostenido, ni un desenlace se acerca al ánimo que han cultivado grandes escritores en los que suspense y desenlace tienen menos importancia que el flujo de la conciencia. Allí las literaturas de James Joyce, Marcel Proust, Virgina Woolf, William Faulkner, tan ilustres como reconocidos (salvo por el premio Nobel que sólo Faulkner recibiera)

Es inevitable recurrir, entonces, a lo que simboliza la carrera en la vida del escritor. El hombre que corre, se desplaza, percibe y fluye en su pensamiento. Seguramente la bitácora de sus novelas seguirá hitos establecidos en ese proceso.

La disciplina, el orden, componen un ritual en el que el autor ha persistido y al cual asigna principal responsabilidad en sus textos.

Hay una natural facilidad para escoger al narrador ―ese ente singular o plural, ubicuo o limitado, más real o más fantástico― que realza un estilo donde, como se ha comentado, lo visual juega un papel preponderante.

Nos enfrentaremos, entonces, a recursos que son propios del cine como las tomas móviles, el zoom, los cambios de ambientes, el relato coral, recursos que promueven fluidez y comodidad.

El registro de lo nimio y de lo dramático, la sugestión, la extrañeza son ingredientes que brindan carnadura a sus personajes, con los que se pueden establecer lazos que solazan el oficio de la lectura

Por fin diremos que sus historias suelen testimoniar incapacidad de conseguir lo que se anhela, imposibilidad, impotencia propias de la condición humana y en el sentido de los sueños truncos. Sin embargo, a pesar de todo y también, voluntad de vivir y posibilidad de goce.

Habrá entonces que asignarle a cada acto el valor de una ilusión para renovar la carrera y seguir avanzando. Una ilusión que, como tal, no puede consumarse nunca.


Autor:
Ebel Barat

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