Soundtrack (*)
La música mejora la escritura y la escritura el oído. He aprendido a escribir gracias a la música (Haruki Murakami).
La calle como escenario y las personas como actores. Sucesos a veces muy singulares, anodinos las más. Hombres, mujeres, niños, aves y mascotas, todos circulando o simplemente dejándose estar, haciendo la vida. Intérpretes incesantes de la existencia urbana. Casi las cinco de la tarde de este otoño caluroso en algún lugar del centro rosarino. La gente en mangas cortas, algunos en shorts. Los últimos destellos de sol sobre las tenues hojas de los fresnos y las lámparas del alumbrado público, parpadeantes ahora, dando lustre a los adoquines de la calle. Una mujer de solero rosa empecinada en amontonar con su escoba la hojarasca con viento en contra, vana tarea. Y un Golf blanco por la bajada Sargento Cabral, regulando.
– Gracias, Luis. Va a ser breve, dice ella.
– No hay apuro. Si no consigo estacionar doy algunas vueltas. Tengo música pendiente, y el tiempo vuela.
– Tu soundtrack de cada día ¿eh? Celu + Bluetooth + parlantes = happiness.
– Sí, la música condiciona las cosas. Ve la alegría que hay en el fondo de las penas, y al revés: logra atrapar el lado triste que se esconde en toda dicha.
– Demasiado filosófico. Me gustan muchas canciones, sí, pero no sé tanto como vos. Me pierdo cuando hablan los críticos, los musicólogos, no entiendo nada.
– No se trata de entender. A la música se la escucha, se la siente. Monk decía que “escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura”. Escuchá: https://youtu.be/ujChUYkPvec. Con los primeros golpes de batería ella resopla y dice:
– El jazz me aburre, sabés que es muy sofisticado para mí.
– El jazz ve cosas, saca cosas de la gente que la pintura y la literatura no ven.
Genial, justo antes del container hay un lugar.
– Voy y vengo, dice ella y baja del coche.
Él se hunde en el asiento y selecciona “San Diego Serenade” en la voz de Tom Waits https://youtu.be/8UEPqQiclis. No cree imprescindible conocer la letra de las canciones, y en algunos casos hasta le resulta un fiasco. No es éste el caso, la canción es poesía pura. Sumergido en la música, vemos que su estado de ánimo alegre de hace un momento ha desaparecido y siente una insidiosa desazón, aunque no podemos saber lo que piensa. Somos omniscientes, sí, pero sólo a veces. De pronto frunce en entrecejo y se yergue en el asiento para mirar por el retrovisor ¿Qué será? Un pordiosero se acerca lentamente, y de vez en cuando se detiene para espiar al interior de algún auto, con más curiosidad que intención. Luis traba las puertas. El hombre pasa indiferente y se detiene al llegar al contenedor de la basura, ahí no más, a un par de metros adelante. Lleva un sobretodo oscuro prendido hasta el cuello (vale aclarar que hoy la térmica es de treinta grados). Su barba es pura virulana oxidada y el pelo un estropajo opaco de mechones ensortijados que apuntan en todas direcciones, como si hubiese recibido una descarga eléctrica. No parece advertirnos. Levanta la tapa del contenedor y ahí se queda, sosteniéndola con sus brazos desnudos saliendo de las mangas del abrigo. Mira hacia el interior con atención. La escena perturba a Luis, y hasta parece que fueran a saltarle unas lágrimas, aunque ignora que tuviese motivos para llorar, o al menos ninguno concreto. Busca rápidamente y elige un blues eléctrico de Pappo: “Sucio y desprolijo”(https://youtu.be/qOrxtapNMtw). Pero el tema se corta abruptamente y arremete “Oblivion” de Piazzola https://youtu.be/2C8ZP5hl6Oc. Y con la melodía del bandoneón, que es hermosamente triste, el mendigo entra al basurero y deja caer la tapa tras de sí. Desconcertado por ese cambio de tema que él no ha generado, Luis procura volver al rock and roll pero la pantalla no responde. No entiende lo que pasa, algo anda mal. Hay como un pliegue en el aire, una luz que baja de una manera extraña, aunque a esta hora del día todo suele tener un aspecto extraño, piensa. Entonces sucede lo siguiente: el contenedor comienza a dar sacudones breves y enérgicos, pareciera a punto de estallar. Luego se detiene en seco, la tapa se abre súbitamente cuando de los parlantes del auto irrumpen las estridentes cuerdas y metales del primer movimiento del “Gloria” de Poulenc bajo la dirección del maestro Seiji Ozawa https://youtu.be/VrCATR68qeQ . Y como si hubiese estado esperando esa señal, del cubo verde loro emerge un hombre dorado. De rostro severo y cabellera magnífica, su barba también es dorada, bien podría ser un Cristo de Dalí. El nuevo ser, desnudo, vuela hacia el firmamento. “¡Gloria in excelsis Deo!”, se obstina el coro celestial. Luis no entiende cómo estos injertos musicales se disparan automáticamente. Y no sabemos cómo es que consigue asimilar lo del hombre de oro, quien ya se eleva hasta desaparecer en el cielo gris moteado de pequeñas nubes ambarinas. Perplejo, con las dos manos aferrando el volante, ahora sí mira todo bajo la bruma de sus lágrimas. Ve, por ejemplo, que una chica rubia de vestido negro y ajustado pasa y le sonríe, mientras mueve afirmativamente la cabeza al ritmo de “Despiértate nena” de Pescado Rabioso https://youtu.be/uOROF14JPJY “Y así verás, lo bueno y dulce que es amar” canturrea él, emocionado, y le devuelve la sonrisa.
Alguien golpea la ventanilla. Sobresaltado, Luis se apura a destrabar la puerta. Es ella que está de vuelta, sube a auto y le habla:
– Hola, ¿no me oías? Estoy tocando desde hace un rato.
– Ah, sí… Recién te veo, perdoname.
– ¡Qué cara! Parecés el sobreviviente de un intento de suicidio.
– Estoy bien, ¿y vos?
– También, podemos irnos. Te dije que era un instante.
Él da marcha al coche, y vemos que el reloj digital del tablero marca las cinco en punto. Arranca con la suave cadencia de la “Sonate Pacifique” de LÍmperatrice https://youtube.com/clip/UgkxZ6oQujX6xkQbcyIz2YylT0dgetquUjLW. Ella se mece siguiendo la armonía, y lo mira con un gesto de afectada sensualidad. Él le devuelve la mirada con una expresión de ternura que, sospechamos, no supone ninguna garantía, y cambia a “No obstante lo cual” (RIFF) https://youtu.be/8J3cEXqaZgs. Sube el volumen, acelera y el Golf entra a toda velocidad en el túnel del bajo.
F I N
(*) Nos valemos del formato digital pegando links para quien desee escuchar. Es engorroso, sí, pero pensamos que puede ser enriquecedor.
Autor:
Alejandro Alvarez Gardiol