Publicado en: 09/02/2023 Cristina Girardo Comentarios: 0

Siempre existen datos curiosos alrededor de escritores. Me quiero detener precisamente a relatar uno de ellos. Es con referencia a dos grandes de la literatura argentina como son Jorge L. Borges y Adolfo Bioy Casares. Ambos colaboraron en varias ocasiones.

Las fechas del hecho que quiero contarles son inciertas, el mismo Bioy en una entrevista relata que no recuerda bien si fue en el 1935 o 1936 y en su autobiografía data el acontecimiento en 1937, cuando su tío Vicente Casares, vicepresidente de la famosa fábrica de productos lácteos La Martona, le encargó un folleto sobre las virtudes terapéuticas y saludables de la leche cuajada. Casares pretendía un trabajo riguroso, basado en la ciencia, que le permitiese a la gente conocer las propiedades del producto, un verdadero elixir de la vida. Para llevar a cabo tan encomiable tarea, Bioy lo invitó a Borges; el encargo era pago y eran tiempos en los que a Jorge Luis le acuciaban problemas económicos. Para la realización de tan encomiable trabajo ambos se fueron a Pardo, a una estancia propiedad de su familia, localizada en la provincia de Buenos Aires, Cuartel VII del partido de Flores, donde Bioy había transcurrido una niñez feliz, a la cual evocaba como el “paraíso perdido”. Cuenta Bioy que ahí permanecieron con Borges unos ocho días, en un gélido invierno, de aquellos en que el frío penetra las entrañas y sólo reclama un chocolate caliente como único recurso para atenuar ese témpano en el cual se congela todo, menos la fantasía y el humor emanados por los dos amigos, que consultaban afanosamente libros científicos para el trabajo que debían realizar. Encontraron datos curiosos, sobre todo les sorprendió la historia de una población húngara muy longeva y decidieron inventar una historia. Escribieron un cuento y bautizaron a una familia con el nombre de Petkoff, que no les convenció. El fracaso no los desanimó y lo fantástico siguió armando otra historia. En este segundo intento proyectaron un cuento policial (según Bioy la idea fue de Borges) sobre un jardín de infantes regenteado por un nazi, llamado doctor Praetorius, quien por medios hedónicos (juegos obligatorios, música a toda hora) llevaba a cabo su objetivo final, el cual consistía en ir torturando y matando a los niños poco a poco. Es decir, además del folleto, escribieron este cuento policial, que es el primero de los muchos que posteriormente nos regalarán Borges y Bioy Casares. Lo rubricaron con el pseudónimo Honorio Bustos Domecq, que es la reunión de los apellidos de un bisabuelo materno de Borges, oriundo de Córdoba (Bustos) y del bisabuelo de Bioy (Domecq).

Bustos Domecq será posteriormente el autor de los cuentos de Isidro Parodi, quien parece haber sido un “bromista insoportable”, al decir de Bioy, lo cual evidenciaba cómo el humor fue una constante en Borges y Bioy. Hoy, actualizando los hechos, vale hacer mención de que algunos de los cuentos que relata H. Bustos Domecq se sitúan en Pujato, la vecina localidad que está a 12 km de Casilda y que acaba de entrar en la fama porque de allí es Lionel Scaloni.

¿Qué sabemos del folleto sobre la leche cuajada? Escrito en 1935, tuvo dos ediciones. La primera, con la portada diseñada por Silvina Ocampo. El texto no fue firmado por los autores, aunque ha sido recordado por ellos en algunas entrevistas. Hoy lo podemos leer en la edición del libro Museo, así como en algunas páginas de internet, gracias a quienes se tomaron el trabajo de revisarlo y transcribirlo para ponerlo al alcance de los lectores. Los autores, al escribirlo, estaban convencidos de que se trataba de un “hecho literario”. Como nos ilustra Cristina Parodi, el folleto puede interpretarse “al menos de dos maneras: como un texto que presenta una novedad cientifica echando mano de diversos tipos de discursos (es anuncio publicitario, biografia, estudio cientifico, indagación histórica, etnográfica y etimológica, es creación literaria y, también, arte culinario); para otra lectura, el folleto será sobre todo una broma encubierta, disimulada”[1].

Con la profesionalidad que la distingue, en el análisis que hizo del folleto, Parodi nos entrega una disquisición en torno a estas dos interpretaciones. Borges y Bioy no escatimaron la ficción. El género fantástico en su máxima expresión ocultaba bromas e ironía; encubriéndose en la ciencia, en las promesas de la eterna juventud, en la fe de las curas milagrosas, los dos autores entregaron un texto literario que distaba de ser sólo un folleto comercial. Representa el primer trabajo realizado a cuatro manos por los autores que seguirán varios años publicando juntos. Los clientes que recibieron la publicidad, no quedan dudas, han sido instruidos sobre el producto milagroso, quizá el asombro y las dudas rondaron sus cabezas… No sabían con certeza las verdades científicas, que a este punto tal vez a La Martona ya poco interesaban. La empresa láctea había reunido a dos grandes de la literatura en un icónico opúsculo.

Recomiendo su lectura, e invito a nuestros queridos lectores de (En)tropi@ a leer el folleto y sus comentarios en Museo. Textos Inéditos. Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi. Emecé Editores.[2]

[1] “Borges, Bioy y el arte de hacer literatura con leche cuajada”. En Reescrituras. Editor Rodaballo.  Serie Texto y Teoría Literaria. Volumen 33. 1º de enero de 2004.

[2] Texto completo en Facundo Calabró, “La leche cuajada de La Martona. Disponible en: www.catadordealfajores.com

 

 

Autor:
Cristina Girardo

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