
Querido Ernest Hemingway
Creo que el mejor modo de iniciar esta carta es contándote la conmoción que me produjeron los impactantes sucesos de tu vida. Mientras trabajábamos tus cuentos, me fui dando cuenta del poder y la consecuente influencia en mí de esos sucesos que atravesaron tu existencia. Noté que su resonancia contaminaba las emociones que yo experimentaba ante tus sugerentes relatos. Así, en ese estado de perturbadora confusión que me hacía oscilar entre la admiración y la lástima, el encantamiento y el enojo, finalmente arribamos a la lectura de “El viejo y el mar.” Entonces fue cuando tu historia de vida terminó de emerger para permitirme ser plenamente consciente de ella. Diría que la reconocí y la acepte como compañera inseparable durante toda la travesía del texto.
Desde entonces me acechan tantos supuestos, tantas inferencias y preguntas en torno a la interrelación entre tan excelente producción literaria y tu azarosa vida que no puedo dejar de escribirte sobre eso. Necesito compartir con vos estas divagaciones, en parte, como alivio personal, como descarga, pero fundamentalmente como confidencia ya que esas conjeturas se remiten a los hechos que te tocaron vivir..
Antes quiero expresarte mi deseo de que en el permanente batallar del conflicto existencial que signó tu vida, hayas encontrado períodos de tregua, en especial, durante el tiempo que vertías en la escritura tu disconformidad y tu honda insatisfacción. Sin embargo todo parecería indicar que el alto nivel de tu producción literaria no bastó para contener tantos sueños truncos, tanta desilusión, ni tu inexorable sentencia sobre la condición humana.
¿Por eso fuíste tan implacable con la tuya? ¿O quizás ese vivir al límite fue razón y sostén de tus horas?
Seguramente los sucesos dolorosos que golpearon tu infancia y juventud dejaron huellas. Acaso te hicieron más fuerte. Acaso dejaron una herida interna que te exaltaba, lanzándote al mundo para perderte de vos mismo entre aventuras, ávidos enamoramientos y acción desenfrenada.
Siempre al límite, y al final la frustración, la hartura con su consecuente sensación de vacío. Recuerdo y anticipación que me parecen descifrarse también entre las líneas de tus cuentos. En ellos percibo cierta angustia, una eterna búsqueda y un fracaso seguro, del que te levantabas cada vez para seguir confrontando, como tomado por un conjuro que no te permitía esquivar desafío alguno.
Mas aún, a pesar de que tu marcha por este mundo fue con frecuencia difícil, ibas un paso adelante del resto, con un andar desmedido como conminándote a ser la excepción.
Me pregunto entonces, si esos desafíos con la vida fueron tu modo de resistir, de superar tu condición de humano…velando tanto un anhelo de dejar de ser como un rechazo a eso mismo.
Pero al leer “El viejo y el mar”, deduje que allí se exponía otro capítulo de tu vida. Como si esa mortificante dualidad de ser vencedor o víctima de un otro indigno parecía superada en esta profundamente hermosa historia.
Su protagonista, desde una venerable humildad y saber hacer, libra una contienda conmovedora e intensa con un adversario tan honorable como el pescador. En el relato tu estilo sobresale en su exquisita singularidad. Tanto dicen tus palabras, idóneas y precisas, que no necesitaste llenar un extenso tomo para plasmar experiencia, valor, y amor por el mar. Todo lo existente en la naturaleza se funde armoniosamente.
Cada detalle: las manos la piel, la mirada; cada gesto y decisión de los protagonistas emanan pureza, respeto y lucidez. En el viejo, especialmente, es donde más se deja sentir el amor por el mar y cuánto lo conoce. Ese amor y ese conocimiento le han permitido, más allá de aprender los secretos marítimos, desentrañar los misterios del orden natural y de todos sus seres. Como si fusionándose con ellos pudiera desenvolverse con una fortaleza y una tenacidad superiores a la humana.
Enternecedor y entrañablemente duro, como la vida misma, es este relato en el que la comprensión y compasión – con-padecimiento- sustituye superadoramente a la angustia de trasfondo presente en tus cuentos. Por él, creo que serás recordado, y permanecerás tanto entre las letras, como diseminado entre los pescadores artesanales, el olor a mar, sus vientos, sus peces, el sol y las estrellas.
Me despido retomando la idea original que me movilizó a escribirte, Tu peculiar existencia de soberbio hombre fue vehículo de tu excepcional escritura.
Hasta siempre querido Ernest.
Autor:
Nancy Botta