Publicado en: 28/09/2024 Agustín Miranda Comentarios: 0
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La vida de Héctor Tizón ha sido asombrosa. No solo fue un gran escritor, fue abogado, juez de la Corte Suprema de Justicia de la Provincia de Jujuy, agregado cultural en la embajada argentina en México, cónsul en Milán, Italia, director de un periódico, convencional constituyente en la reforma constitucional de 1994 y  ministro de gobierno, justicia y educación.

Fue un hombre de mundo, de mucho mundo. ¿Qué implica serlo? Viajar y solo conocer geografías, al igual que hacer turismo (en la acepción tradicional del vocablo) no otorga dicho carácter. La verdadera elevación ocurre cuando lo vivido en otra latitud comienza a ser parte del torrente propio de quien atraviesa la experiencia, donde ideas y creencias anteriores pierden arraigo. Es un aprendizaje que genera un grado de renuncia a una singularidad precedente para constituir una nueva, nutrida por la otredad, que inevitablemente se opone a todo tipo de chauvinismo. Requiere  necesariamente el ejercicio de una de las más grandes virtudes: la alteridad. La prosa de este gran escritor da cuenta de ello.

Tizón vivió en diferentes países a consecuencia de su labor diplomática desde 1958 hasta 1962 y también como exiliado entre los años 1976 y 1982. Durante estos períodos, lejos de su Jujuy natal, conoció a grandes artistas y dio a luz a su primer libro en México, titulado A un costado de los rieles (1960); desde entonces, no cesó de publicar hasta poco tiempo antes de su muerte en 2012. Su extensa producción literaria, integrada por cuentos, novelas y ensayos, fue traducida a diversos idiomas, acreedora de múltiples premios y aclamada por la crítica internacional. En el año 1996 obtuvo uno de los máximos galardones a los que puede aspirar un escritor, el gobierno francés, a través de su  ministerio de cultura, le otorgó la condecoración  de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras.

Dos aspectos en torno a su figura llaman poderosamente nuestra atención: en primer lugar, es inusual que una misma persona sea talentosa en diversos campos, se desarrolle simultáneamente en ellos de manera sostenida a lo largo de toda su vida y de forma exitosa; recordamos que además de haber sido un extraordinario escritor y diplomático de alto rango, fue un jurista de prestigio. La inmensa mayoría de escritores con su volumen de obra y reconocimiento, se han dedicado exclusivamente a las letras. Tizón, quien parece ser un hombre del renacimiento, ha dejado un legado importante no solo en la literatura.

En segundo lugar, encontramos una paradoja que rompe con toda lógica. Pese a la calidad de sus cuantiosos trabajos, al prestigio internacional que tienen, y al acompañamiento de una de las editoriales más importantes de habla hispana, su obra no goza del debido reconocimiento local, y por ello, no ocupa el lugar que debería ocupar dentro de la literatura argentina. No encontramos una respuesta totalmente satisfactoria para esta contradicción, probablemente sea por su condición de “fronterizo”, como él mismo se autodenominaba, por haber nacido y sido criado en el límite septentrional del país a mil quinientos quilómetros de Buenos Aires, en un pueblo que está en las antípodas de la pampa húmeda que tanto caracteriza a la república Argentina. La cultura, los usos y costumbres que lo acunaron y vieron florecer fueron muy distintos a los de un urbanita de cualquier gran ciudad o a los de un habitante de un pueblo fuera del altiplano; su procedencia, a la que se refirió en reiteradas oportunidades, no estaba vinculada a lo que fue el Virreinato del Rio de la Plata sino al del Perú. Sin embargo, destacamos que su obra, en la mayoría de los casos, es narrada por alguien que conoce muy bien los lugares que describe, pero no parece ser estrictamente local, no entra en costumbrismos ni regionalismos. Utiliza un lenguaje rico que denota la inmensa cultura y erudición que poseía, sin entrar en pretensiones ambiciosas, vacuas o arrogantes. Sus personajes atraviesan situaciones universales y las protagónicas locaciones, que suelen ser inhóspitas, bien podrían ser de cualquier parte del planeta. Otra posible respuesta al bajo reconocimiento local, es que fue un libre pensador de sólidas y firmes convicciones, que, por su condición de abogado y juez, supo manejar cabalmente el arte de argumentar para fundar sus postulados, tal como queda demostrado en su obra No es posible callar (2006), un exquisito ensayo que a su vez es una lección de retórica. Aristóteles, José Ortega y Gasset y José Ingenieros se manifestaron en el mismo sentido al señalar categóricamente que todo aquel que piensa por sí mismo y lo hace de forma crítica, no es aceptado por las mayorías.

La belleza del mundo, su última novela, fue publicada en el año 2004 y es una prueba más del enorme talento de Tizón. Inspirada en La Odisea de Homero y dividida en tres partes, relata en la primera, la historia de un solitario joven de veinte años, al que el autor no lo llama por su nombre sino por su oficio de apicultor, que, por primera vez en su vida, experimenta el amor con una mujer con la que prontamente se casa. Con la inmensidad del paisaje como protagonista, los hechos ocurren en una modesta parcela rural, que fue propiedad del difunto padre del personaje principal, ubicada en las inmediaciones de un minúsculo pueblo que podría estar situado en la puna. Un hecho trascendental que el protagonista no pudo advertir por su bonhomía, honradez y ciega confianza, cambia su vida. En la segunda parte, que transcurre veinte años después de aquel acontecimiento, en clara alusión al tiempo que le llevó a Ulises regresar a Ítaca desde Troya, el apicultor  deja de ser llamado así para adquirir nombre propio, Lucas, y con él una nueva identidad. Ingresa en una larga diáspora que lo lleva por distintos lugares muy alejados de la que fue su tierra, en la que queda atrás el joven que alguna vez fue para dar paso a un hombre que adhiere a aquella corriente filosófica derivada de la socrática que desconcertó a los griegos del siglo IV a. C. y cambió la historia del pensamiento: el cinismo. Esta filosofía, que nada tiene que ver con el sentido que hoy le damos esta palabra, buscó y encontró la plenitud en la existencia a través del abstencionismo, es decir, de la renuncia a posesiones materiales, llevando una vida sencilla y de consuno con la naturaleza.

En su peregrinaje, que comenzó por tristeza, desasosiego y dolor, Lucas dejó el estupor inicial y las aflicciones que tanto lo atormentaron para vivir una vida nómade, contemplativa, desprendida de todo tipo de materia y de vínculo humano. La odisea se resuelve en la tercera parte de la obra de forma magistral donde su título cobra sentido.

La belleza del mundo es una de las mejores novelas breves argentinas de principio de este siglo y su autor, un escritor que debemos reivindicar.-

 

 

 

 

Autor:
Agustín Miranda

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