Publicado en: 01/06/2023 Ebel Barat Comentarios: 0
Foto: www.sierralagoresort.com

Enigma perenne, naturaleza incuestionable y hábitat de la música.

 

Juan Rulfo sorprende a quien lo lee. Ha irrumpido en la literatura en lengua hispana para después ser traducido ―singular desafío ― a otros idiomas, asombrando a los lectores avezados, en particular a los escritores y expertos: inmediatamente se dan cuenta de que tras la historia de Pedro Páramo hay un filón que concentra las evidencias de un lenguaje donde el ajuste, la eufonía y, en particular, la solución de la forma con el fondo, provocan un registro y una sensación que remiten a lo musical.

No es igual para quienes abordan su novela emblemática pretendiendo un pasatiempo en el que lo lúdico se imponga al gusto de develar la trama y el desarrollo y paladear el lenguaje.

El concepto tradicional de la novela como conjunto de relatos que convergen alrededor de un eje, algunos fundidos con ese mismo eje, otros más distantes parece adecuarse a la estructura del texto testimonial, simbólico y existencial que es Pedro Páramo. Entendemos que para introducirse en su obra cumbre es saludable afrontar los peldaños que conducen a esa cota, es decir sus relatos ―adrede el término en referencia al modo de narrar del autor cuando el tramo a recorrer es más corto.

Rulfo, en sus cuentos, no hace más ―ni menos― que reseñar sucesos, impresiones, cargados de un feroz realismo local donde lo trágico está siempre al acecho. Sus materiales son la pobreza de la clase sumergida, la fatalidad de sus derrotas, la aceptación de la vida como tránsito sufriente donde las únicas oportunidades de evasión son las fiestas, el aguardiente, y las bellezas del paisaje cuando se muestra afable. Ni siquiera el amor es un báculo duradero porque, salvo excepciones ―”El llano en llamas”― llega cargado de lo que signa las vidas: la impotencia frente a la desilusión y la muerte.

Puede considerarse a Rulfo un escritor vernáculo del Jalisco mexicano. Si bien los paisajes no corresponden a una localización cierta, los materiales con que Rulfo los constituye son los que conoce como hombre nacido y criado en esa región. Su ambiente, descrito con profunda verosimilitud, se presenta traspasado por los hechos históricos: rudos, implacables, incluso viles, propios de la condición humana cuando el ámbito es el de la guerra civil. Corresponde a aquél de las revoluciones de la primera mitad del siglo veinte: la “Maderista” protagonizada por Pancho Villa en primer lugar y la revolución “Cristera”, en segundo y acontecida durante su infancia.

La degradación del comportamiento humano, la cotidianeidad de la muerte, la pobreza, la sujeción a las catástrofes climáticas, la resignación del pueblo frente a la imposibilidad de cambiar su destino, están presentes en los testimonios del autor, así como las referencias al forzamiento de los límites y la moral, entremezclándose los valores humanos con las más bajas manifestaciones del instinto.

En ese ambiente los hombres exhiben sus pasiones, sus creencias, sus supersticiones y, repetidas veces, actúan dejándose llevar por el desenfreno.  Hay poco lugar para la reflexión, apenas esbozos que, aun así, pueden ser particularmente profundos.

Las mujeres, en general, encarnan la sentencia a cumplir lo que la tradición indica y son pocas las que intentan cruzar las fronteras de lo admitido, pagando casi siempre precios más onerosos que sus pares adecuadas a la realidad que deben soportar.

Como puede verse en numerosas sociedades, son ellas las que abonan los cimientos de la tradición y el conservadurismo, como si no hubiera otras posibilidades de afrontar la vida. Tradición, catolicismo secular y laico, violencia, son instrumentos del autor, así como la interpelación al concepto de límite en tanto lábil e incierto.

En sus relatos Rulfo expresa con sugestión la debilidad humana, enmarcándolos en un realismo palpable por la presencia de las costumbres del pueblo, el habla y el paisaje cuyas descripciones parecen estar exquisitamente dosificadas brindando al lector la posibilidad de situarse y experimentar vívidamente ―en un sentido parasensual― lo que conforma la geografía donde ocurren los hechos.

Los límites morales son transpuestos repetidamente y quizás, a pesar del crudo realismo de lo que acontece en los cuentos, esa pérdida de referencia sea el material que, forzado en sus posibilidades nos lleve, ahora sí, al realismo espectral de “Pedro Páramo”, su obra cumbre. Acéptese la posibilidad de trocar el término mágico por el de espectral porque en la concentrada novela los confines del espacio-tiempo son trastocados impidiendo una indiscutible descripción del argumento. Lo real y lo fantástico se ven interrogados constantemente advirtiendo al lector que la verdad es un concepto inasequible como fruto del razonamiento.

Hablamos de condensación y vale aquí hacer una advertencia que suele cristalizarse en la percepción de los lectores cuando se enfrentan a la obra: lo abreviado. El trabajo de reducir, de eliminar todo lo superfluo ―como una escamonda que fuerza lo puntilloso bordeando lo excesivo― hace difícil una primera lectura de la que se pueda experimentar un gusto inmediato. Tan puntillosa como esa poda habrá de ser la lectura para que, después de comprender la clave de la narrativa y por lo tanto el argumento y, aun quizás, las intenciones del autor, se pueda disfrutar en sus logros: testimonios, interrogaciones existenciales, moral, caras y contracaras de los actos, fatalismo, y giros poéticos de riqueza expresiva evidente que coronan la eufonía general.

La propuesta que decanta en Pedro Páramo es la comprensión de la línea brumosa de su condensado argumento y el posterior disfrute de su pintura del universo vernáculo de Jalisco y de México cargada del pesimismo y desánimo que también atraviesa sus relatos cortos.

Pedro Páramo significa un salto cualitativo en la narrativa de Rulfo. En la obra está presente el realismo de sus cuentos, pero tensado hasta la distorsión, provocando un efecto de sugestión que multiplica los mensajes y las interpretaciones posibles.

En las pocas entrevistas que acordó en brindar, las respuestas del autor son un tanto contradictorias o difusas, como si advirtiera que es imposible, aún para él, saber los verdaderos argumentos de su obra, y de su vida. Ha llegado a jugar con su lugar y fecha de nacimiento, así como el motivo de su acotada producción literaria después de haber publicado su novela.  Son infinitas entonces las explicaciones, las causas, las líneas argumentales de una y otra, como si intentara advertir con sus testimonios la imposibilidad del saber “químicamente puro”.

Es sugerente el número de ediciones de Pedro Páramo, avaladas por Rulfo, que guardan diferencias entre sí. Nos gusta inferir que el autor parece no haberse preocupado en cuidar afanosamente el ajuste al original porque ese mismo original ha estado mucho tiempo en proceso y cada edición permite que siga así, a sabiendas de que el cuerpo estará preservado en su integridad y, en todo caso, este o aquel pequeño matiz cambiado no hará otra cosa que enriquecerlo y convertirlo en material vigente de discusión. Más que en otros casos, la obra de Rulfo parece haber seguido su propio camino, volviéndose a moldear con cada lectura y, finalmente, por su difusión y su vigencia, honrando a su autor.

Hasta aquí se ha intentado ofrecer una somera introducción al universo literario de Rulfo a fin de que el lector se vea advertido al abordar una narrativa difícil de apreciar en su valor sin precaución. No obstante, este análisis es incompleto si no se menciona aquello que realza la obra: su musicalidad. El pulso, la armonía, la dosis adecuada del recurso retórico, el giro regional, provocan, como se esbozara arriba, un ambiente magnético que hace que las, de por sí, escasas páginas, aún sin comprenderlas del todo, fluyan en la lectura. El lector se convence de que se han diluido los límites de la realidad y que debe dejar de preocuparse en cercarla. Paradójicamente hay sí en Rulfo una sutil lógica argumental que requiere de agudeza. Esa lógica es la propia del autor cuyas reflexiones cambiantes no por eso dejan de conservar una secuencia racional. Así, son profundos los mensajes y la exploración de la condición humana sujeta al imperio de los sucesos que la exceden por mucho. La amargura deja de serlo para convertirse en una suerte de normalidad aceptada, incluso convocada.

Rulfo parece formar parte del exiguo número de autores cuya obra es fruto de un instinto literario atávico y, si bien sabemos de sus esfuerzos en el acabado de cada producto, es claro que ese impulso se percibe en su arte y sus hallazgos.

No se ha incluido a Rulfo entre los autores que representan el Realismo Mágico Latinoamericano. Si nos atenemos a la obra de quienes son emblema de ese movimiento podremos comprender que Rulfo no surja como miembro pleno. Nuestro autor pertenece a un período previo y además su dramatismo no se ve traspasado por el disparate amable y el sentido del humor que sí tiene alguna presencia en Rulfo, por cierto, dosificada, de un modo más sugerido que flagrante.

El universo literario de Pedro Páramo, sin embargo, ha calado en los autores del movimiento.

Gabriel García Márquez, particularmente, ha admirado la obra del mexicano y, como es natural, él, como otros, han sido influidos y tentados a reditar el universo de Rulfo, subrayando que, seguramente, han extendido sus posibilidades con sus propios recursos, lo que les ha permitido allegarse ―y, de alguna manera, allegar a nuestro autor― al gran público.

Los, en su momento, novedosos contratos literarios que propone Rulfo implican la anuencia del lector y, una vez firmados, retribuyen con el gusto propio de una literatura particularmente sugerente.

 


Autor:
Ebel Barat

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