Publicado en: 11/02/2023 Ebel Barat Comentarios: 0

La literatura de Adolfo Bioy Casares y la de Jorge Luis Borges conforman un cuerpo cuyo estilo se diferencia del resto de las expresiones de ese arte en Argentina y en el mundo. Borges y Bioy parecen haber desarrollado una peculiaridad expresiva sobre la que se puede teorizar cuando se consideran puntos en común: ambos frecuentaron el ambiente patricio de la capital federal, ambos entregaron su vida a los oficios de la lectura y la escritura, ambos compartieron el tiempo que los vio vivir, ambos concretaron una escritura compartida cuya expresión más genuina le corresponde al ficcional ―o no tanto― Bustos Domecq.

Creemos que es muy difícil estudiar a Bioy sin considerar a Borges

Las causas que podrían explicar el carácter único de su modo de “decir” sirven como referencias, pero parecen insuficientes. Los giros, la sintaxis, incluso las ideas y, en especial, la eufonía del lenguaje ―que para el ciudadano ordinario tiene registros que remiten a cierta extranjería, a cierto ideario que le es ajeno― les dan un carácter único donde, como se ha dicho, resalta la elaborada elegancia.

No debe asignársele a la frase ― aun siendo la ironía uno de los recursos y aficiones más frecuentados por ambos autores― una referencia al artificio. Esa elaborada elegancia es producto de la persecución de un estilo que felizmente se concreta y que suele satisfacer a uno de los propósitos primeros de la literatura: el placer del lector. Ambos escritores han sabido combinar como ingredientes los recursos literarios, la expresividad aprendida y desarrollada, las ocurrencias, y, particularmente, el ingenio.

Es más frecuente, al abordar la obra de Bioy pensar en Borges que viceversa. Suele sentirse a nuestro autor como un discípulo avanzado del mayor escritor argentino. Puede que así sea a pesar de las expresiones de Borges en las que subraya que es él quien aprendió de Bioy. Sabemos que las mordacidades ―algunas, por públicas, en el límite de lo tolerable― corresponden al carácter de estos escritores.

Si bien es amplia la obra que, como artesano disciplinado, produjo Bioy, las preocupaciones y géneros con los que las elaboró son menos variados que en el caso de Borges. Vale aquí recordar que la poética, la narrativa, el ensayo y la crítica fueron los útiles con que trabajó el último y que sus temas son de una universalidad reconocida.

En el estilo de Bioy se puede percibir el efecto de la interacción con su amigo. Y, con impronta propia, ese efecto, como decíamos, genera un lenguaje tan original que permitiría, más fácilmente que en otros casos, descubrir la autoría de un texto desconocido de alguno de ellos.

Probablemente sea más sencillo, aun, en el caso de Borges por su estilo muy circunscripto y consolidado.

No solamente encontramos originalidad y exclusividad en la narrativa de Bioy, sino también, como se ha dicho, un desarrollo estético en el que la belleza expresiva ha sido una meta a la que, por cierto, ha llegado. Es admisible deducir que el manejo del lenguaje ha tenido peso en su consecución del Premio Cervantes de Literatura.

Ironía, tropos literarios, ingenio, estupor, sorpresa, desmesura, forman parte de las herramientas de las que echa mano Bioy para concretar su obra.

Si el estilo sostenido puede cristalizar la propia voz, el autor deberá, en cambio, afrontar en cada nueva obra una temática, un argumento, diferente, a fin de no repetirse.  Excepción hecha de lo que podemos considerar una saga, donde los sucesivos escritos siguen la guía de un hilo conductor establecido y de lo que conforma una obra coral en la que el ambiente, el tiempo y los personajes se sostienen, interactuando parcialmente para construir un panorama donde los conflictos son, como en la vida misma, múltiples. Cuando no se incurre en estos géneros se hace más acuciante abordar diferentes problemas con cada novela.

La obra de Bioy, situadas en diversos ambientes y tiempos y protagonizadas por personajes de carácter que puede parecerse, suele comentar algunos temas recurrentes, entre los que sobresale la preocupación ―aquí es oportuno registrar que es una preocupación compartida con Borges―por el enigma del “tiempo” visto como la variable signante y misteriosa de la dimensión humana.

El tiempo es el elemento que concreta lo finito, lo sujeto al juego del principio, del progreso y del fin. La muerte es el corolario. Sin embargo, el ser humano guarda la esperanza de sustraerse a sus consecuencias vistas como condena a la desaparición. Entonces intuye o urde ―a propósito los verbos― el orden divino. O la posibilidad de hallar algún método o doctrina que le permita evadirse de ese destino. No es casual el interés del autor (también en Borges) por el budismo y el concepto de infinito presente como abolición de los procesos, tangible en la genial idea de “La invención de Morel”, a nuestro criterio uno de los momentos más felices del autor.

La preocupación por el problema del tiempo vuelve a reiterarse en la concepción de realidades paralelas en las que los hechos siguen ocurriendo y se desplazan por la propia cuerda (La trama celeste), en la lucha por vencer el decaimiento propio de la vejez (Historia desaforada), en la posibilidad de la replicación de las personas (Máscaras venecianas), y en los anacronismos y la ilimitación del mundo onírico (En memoria de Paulina).

La obsesión por el oficio del tiempo no es él único sujeto que se aborda reiteradamente. Aparece como otra obsesión del autor el amor erótico cuyo carácter más recurrente es la imposibilidad de consumarse sin consumirse y, entonces, las historias no permiten la gracia de su realización. No hay “final con beso” o, en todo caso, el autor se reserva cuotas de incredulidad y desazón. Eso no impide el apremio de ir en pos ―en general dentro del universo del amor cortés― de la ilusión que, en definitiva, sigue traccionando para provocar desenlaces más bien tristes o melancólicos y de carácter semejante.

Bioy se asigna ―respecto de sus obras donde el amor es el principal protagonista― el conocimiento de ese mundo. Escribe, entonces y según sus palabras, de lo que conoce. Y lo que conoce parece resolverse siempre en la incapacidad humana de la felicidad que promete, sin cumplir, la fantasía amorosa. La mayor parte de su obra como escritor veterano. (“Guirnaldas con amores” es un hito a considerar) aborda, con fatigosa reiteración, el problema amoroso y la propia obsesión con que lo experimenta.

Cabe subrayar, además, que las localizaciones, las ubicaciones geográficas donde transcurren las historias merecen considerarse como una de los caracteres que convocan al escritor. Los sitios lejanos, aún los más próximos, tienden a exhibir un halo misterioso y exótico que enriquece el decurso de los hechos y adicionan interés fomentando la curiosidad y la imaginación del lector.

Tiempos curvos, sueños, sitios únicos, proyectos afiebrados y amor erótico representan en Bioy una manera equívoca de escapar del yugo principio-fin y se reiteran en su obra sin que esas obsesiones invaliden su lectura.

Entendemos, para completar una primera aproximación a la obra de Bioy que, así como el álgebra provoca a Borges, los hallazgos de la ciencia provocan a nuestro autor y la ficción sobre sus posibilidades le permite conjeturar premonitoriamente situaciones que el futuro ya ha confirmado o empieza a confirmar.

La abstracción que razona sobre las inmensas posibilidades de los nuevos contextos y hallazgos es un uno de los instrumentos predilectos de Bioy y abre al lector la posibilidad cierta de que lo fantástico pueda volverse realidad.

El estilo pulido, las ideas, las resoluciones, el ingenio de Bioy, conforman un cuerpo literario valioso. Visitar su obra es recomendable por acogedora y sugerente.

 

 

Autor:
Ebel Barat

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