Publicado en: 18/09/2022 Ebel Barat Comentarios: 0

En el marco de lo que está dando en llamarse Nueva Literatura Argentina se inscriben numerosas mujeres que constituyen una generación que ha irrumpido en la narrativa vernácula dotándola de un carácter singular muy valorado por los lectores y la crítica, nacional e internacional, y son múltiples las traducciones que se han hecho y se hacen de sus obras.

Son mujeres que levantando el guante que les arroja el presente se lanzan abiertamente a la propia expresión, sin seguir los dictados que, otrora, impusieron la mayoría de los escritores consagrados. Se advierte una formación razonablemente consolidada que se cristaliza en una capacidad expresiva muy ajustada a los sucesos.

En el caso de las escritoras comentadas, el lenguaje es simple, coloquial, amigable en términos de comprensión ágil. No se encontrarán, o en todo caso, en dosis mínimas, reflexiones, interrogaciones, afirmaciones y menos aforismos que pretendan revelar una verdad trascendente.

Lo lábil, lo brumoso, se imponen a las delimitaciones que sugieren, a priori, lo concreto de los actos, las situaciones y los lugares.

En ellas la realidad ordinaria, lo trivial, se ve y al acaso ―esta condición es distintiva en los diferentes estilos―subvertidos por hechos que extreman lo posible. Esos acontecimientos se narran en el mismo tono que aquellos que conocemos y que forman parte de la ritualidad de la vida.

En el caso de Enriquez, tal vez con más frecuencia que en Schweblin, lo macabro irrumpe en los diferentes escenarios con naturalidad desconcertante. Pensamos que se debe a la influencia de los autores que la escritora misma nombra como inspiradores y que, ateniéndonos a las clasificaciones y denominaciones más recorridas, se inscriben en lo que se califica como literatura gótica. Surgen nombres como Bram Stoker,  Horace Walpole.   Edgar Allan Poe , el mucho más actual H. P. Lovecraft,  y  el controvertido Stephen King. A diferencia de lo que sucede con la mayoría de esos antecedentes es necesario apuntar que, en general, los ambientes de Enriquez son domésticos y propios de lo urbano.

Así se presentan los personajes, obtenidos de la realidad urbana, sobre todo del gran Buenos Aires, ambiente que Enriquez ha recorrido y observado. Menos ajuste, en lo referente al medio (algo similar sucede en la narrativa de Schweblin) tienen las descripciones cuando se aborda lo rural. Se transmite la percepción distorsionada que percibe el ciudadano y, a veces, los personajes y ambientes bordean el estereotipo quitando verosimilitud a aquello que sí sabe tenerla cuando lo que se detalla recorre la ciudad y sus suburbios.

Hay exposición de la marginalidad, la miseria y la exclusión argentinas, país que sufre un aumento sostenido de la población pobre. Justamente uno de los miedos más frecuentados ―y eso es distintivo en Enriquez― es el miedo a la pobreza, es decir a bajar en la pirámide social y resignarse a lo que la inmigración desposeída trató de superar en tierras americanas.

Lo monstruoso en Schweblin recorre andariveles tan sutiles, fantásticos y sugerentes (el hombre Sirena) como obscenos y siniestros (la pesada valija de Benavidez, Irman). La construcción metafórica y la alegoría son recursos de esta autora para decir más que lo explícito. Cabe señalar que ella se crio como vecina de la capital federal y actualmente vive en Berlín. Puede verse una suerte de sincretismo rico en los nombres que elige y que representan un enigma por ser asignados a protagonistas que proceden en nuestros paisajes (Irman).

Los autores que ella ha leído con gusto:  Adolfo Bioy CasaresJulio CortázarAntonio Di Benedetto y Felisberto Hernández, han dejado su huella en la prosa de Schweblin, hecho que ella subraya en la elección de su modo de contar.

Otra de las preocupaciones que caracteriza a Schweblin se centra en las relaciones familiares, principalmente aquella que vincula a los hijos y los padres con todo el peligro que encierran las frustraciones de éstos volcadas involuntaria e inexorablemente sobre aquellos.

La ruptura de la normalidad ―entendida como un contrato social tácito― se presenta en la descripción de hechos difíciles de circunscribir. Esos sucesos pueden producir rechazo por obscenos en el sentido de lo desagradable y lo desgraciado (Pájaros en la boca), y parecen ser expuestos con la perspectiva enriquecedora del símbolo. No recurre a escenas que fomentan el asco, que exhiben lo escatológico, como en el caso de Enriquez en la que tales descripciones operan como recursos tan asumidos como flagrantes.

Lo macabro, en el caso de Schweblin, aparece difuminado y da margen a alguna posibilidad de redención. En ese sentido la autora, dentro de su realismo perturbado, parece dejar lugar a lo benigno. Pensamos que su imaginario produce quimeras ―en el sentido de lo monstruoso― y perversiones que representan, artísticamente y con un dejo tramposo de normalidad, situaciones a veces brutales, a veces lerdamente malignas. Podrá abordarse esa manera de expresión como un facilismo que da rienda suelta al inconsciente, pero debe subrayarse el arduo trabajo de pulido en el que la escritora se empeña.

Algo similar acontece con Enriquez y con muchos de los autores que nutren el género. Lo cierto es que el acabado final es siempre contundente y el transito de la lectura cómodo y convocante por el ritmo del texto y por cierto suspense que se vierte mediante ingredientes de otro género, también, e injustamente considerado menor, como es el policial.

Los materiales de los que se sirve Enriquez son los mismos de la tradición gótica, aunque situados, como ya se ha dicho, dentro de la vida cotidiana y con personajes que en nada parecen diferenciarse del ciudadano que todos conocemos. El final suele ser categórico y le da a la obra un cierre abrupto y sólido sin que, en general, convoque a reflexiones ulteriores, salvo las referentes a develar la trama y las que surgen en el lector debido a la exhibición del problema de marginalidad y pobreza así como las que producen las alusiones a las consecuencias de la dictadura militar que asoló a la Argentina y que influyó profundamente en estas generaciones inmediatamente posteriores.

Creemos que son más las consideraciones éticas, psíquicas, sociológicas que provoca el sedimento de las piezas de Schweblin induciendo al lector a plantearse aquello que definimos como correcto o incorrecto, como deseable o indeseable, como bueno o malo, consideraciones que parecen proyectar el propio proceso catártico de la autora.

El asco (olores, excreciones, mugre), lo deforme, lo macabro son materiales propios en Enríquez. Lo obsceno, lo contrario al orden natural, con la superposición que estos conceptos suponen, lo son en Schweblin.

Tanto Cortázar como Wilde han subrayado la importancia del vehículo de las historias, es decir cómo son vertidas a los lectores. Sirva, quizás, para realzar ese concepto un extracto de un diálogo de Wilde, autor en el que el ingenio expresivo ha alcanzado cumbres excepcionalmente altas.

I: Un libro no es en modo alguno moral o inmoral. Los libros están bien o mal escritos». ¿Esa frase expresa su opinión?

W: Mi opinión acerca del arte, desde luego.

 

A los tiempos que corren, en el sentido más cabal de la palabra, buena parte de la literatura actual parece adecuarse con una producción acuciante, estentórea a veces, purgativa ―no por eso menos sugerente― en la que cuesta recostarse para encontrar un espacio de reflexión, meditación y en donde el recurso para el placer estético, en numerosas ocasiones, se circunscribe en la necesidad de descarga a la que se ve sometido el hombre contemporáneo.

 

 

 

Autor:
Ebel Barat

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