Publicado en: 15/02/2025 Carla Caterina Comentarios: 0

Esa noche calurosa de noviembre, Sabrina volvía de pasar una velada con sus amigas en un bar de la avenida. Caminaba por la calle desierta, cuando sin querer vio el auto. Era nuevo, vistoso, enorme. Una nave de color gris claro metalizado, como la que veía cada mañana desde su escritorio, estacionar en la cochera a las nueve en punto. En el interior había dos personas, un hombre y una mujer. Pestañeó nerviosa, cerró los ojos, pero era tarde. Apurada, siguió su camino.

Llegó a su casa inquieta y pensó que, a la mañana siguiente, iría a su trabajo antes de la hora. Aquella visión la había sorprendido. “Me podrán sancionar, ¿qué pasará?”, cavilaba mientras caminaba en círculos por el departamento al que se había mudado hacía muy poco, gracias a su trabajo. “¿Y si me preguntan?, ¿me habrán visto? ¿qué decir?, la verdad o hacerme la desentendida” continuaba metida en sus pensamientos, mientras abría la ducha para aliviar el gran calor.

Luego del baño frío prendió la cafetera, encendió un cigarrillo y se sentó a leer el resumen para el parcial del día siguiente, pero no lograba concentrarse.  Con la mirada recorrió el coqueto espacio dónde habitada. Una fría impresión pasó por su cuerpo. Recordó su antigua casa y sintió una especie de angustia.

_ ¡Necesitas descansar Sabrina!, se dijo con énfasis y se acostó mientras sus ojos cerrados recreaban aquella visión.

Antes de las seis ya estaba levantada. Sacudió su cabeza alejando fantasmas, se vistió y se arregló con habitual entusiasmo. Amaba sus tacos altos y el traje entallado con la minifalda. Delineó apenas sus ojos y cepilló su pelo lacio, armando una larga trenza. Se miró al espejo, “y si le cuento a Marta, o mejor no”, pensó. Miró el reloj, marcaba las siete y cuarto.

Salió a la calle con su aire arrollador, suavemente perfumada. Llevaba una cartera y sus libros de la facultad. Se movía con elegancia sobre sus zapatos altos. Volvió sobre sus pensamientos, “silencio, silencio Sabrina” se dijo y una sonrisa se dibujó en sus labios, iluminando la oscuridad de la noche.

Eran cerca de las ocho cuando llegó al edificio dónde estaba ubicado el estudio. Eligió subir por la escalera. Abrió la puerta y saludó con la misma gracia habitual, ahí estaban Marta y Virginia cuchicheando como cada mañana.

_Hola chicas, dijo Sabrina, cerrando la puerta con lentitud.

_ Hola Sabri, ¡¡¡qué cara nena!!!, dijo Virginia con un modo insidioso. _ ¿Café? le ofreció casi obligada.

_Hola Virgi, no gracias, tengo un parcial, casi no dormí dijo Sabrina con aire seguro mientras le daba un beso a cada una.

_ ¿Sabes lo que pasó?, ¿te enteraste? dijo Marta en un murmullo, tapándose la boca con la mano izquierda, como si las paredes pudiesen oír.

_ ¿Pasó algo?, no tengo idea, respondió Sabrina, ensayando una impaciente tranquilidad y se sentó en su escritorio, tratando de comenzar sus tareas. “Se habrán enterado” pensó y aceptó el café que había rechazado.

_ ¿Cómo, no sabes? ¡echaron a la López! dijo Virginia con aire de triunfo mientras prendía un cigarrillo y siguió, _parece que el viejo Solano la encontró en el directorio con el contador Funes, y ¡no es la primera vez! _ ¡Ese bombón!, agregó después _ahhhh, largó un suspiro, _ahora es mi oportunidad, dijo mientras buscaba el labial rojo.

“Al final cayó la López, me gusta por maldita” pensó Sabrina, y sintió tranquilidad al saber que el chisme iba por otro lado.  Apenas conocía a la López, una mujer de unos cuarenta años, de carácter hostil, encargada de la auditoría. Su destino no le importaba en absoluto y Funes, con sus treinta y ocho, le parecía una soberbia antigüedad.

El día transcurrió con tranquilidad, Sabrina sumida en su computadora, trató de disipar su pensamiento que volvía sobre la nave gris metalizada y sus ocupantes, aunque por momentos era imposible. Marta y Virginia llevaban horas envueltas en sus elucubraciones a cerca de la López y Funes, tejiendo destinos que nunca ocurrirían.

_Quizá me nombren a mí para estar a su lado, hace años que estoy en el tema, repetía Virginia con ese afán de ir por más.

_ A mí me da igual, cuando me reciba seré yo la contadora, o pondré mi estudio dijo Marta con aire de superioridad, y las dos enmudecieron, cuando Funes abrió la puerta, estampándola contra la pared sin siquiera pedir disculpas. El aire se pobló de un espeso silencio, Funes tomó su saco del respaldo de una silla, lanzó una mirada amenazante y salió sin saludar. “Qué asco de tipo, no entiendo qué le ven”, pensó Sabrina y sonriendo se levantó y sirvió café para las tres.

El estudio contable dónde trabajaban, estaba ubicado en pleno centro.  A las cuatro en punto Sabrina preparó sus cosas y se acercó para despedirse de sus compañeras.

_Qué amarga Sabri siempre tan callada, acotó Virginia mientras le daba un beso. Ella sonrió, cerró su cartera y salió caminando por el largo pasillo, hacia el ascensor.  Al llegar a la planta baja, abrió con dificultad la pesada puerta de hierro, cuando la enorme figura del contador Solano, el dueño del estudio, apareció ante sus ojos. Era un hombre de gran porte y arrogante elegancia. Casado y con una familia numerosa, imponía una severa distancia.

Sabrina quedó crispada, “estoy muerta, muerta” pensó. Aquella visión en la noche, la nave gris clara metalizada, un hombre y una mujer abrazados, innumerables diapositivas sembraron su pensamiento.

_ ¿Cómo está Sabrina?, ¿la alcanzo con el coche? dijo él con firmeza, casi cruzándole el paso.

_Si claro, me haría un gran favor respondió ella, adueñándose de una engañosa seguridad. Cruzaron la calle en silencio y él gentilmente abrió la puerta del auto, de aquella hermosa nave plateada. El calor era agobiante, sin embargo, durante el trayecto, no prendieron el aire ni bajaron las ventanillas.

_ ¿Qué estudia? preguntó él mirando el libro de Freud que ella celosamente abrazaba y sin esperar respuesta agregó _ ¿todo bien Sabrina?

_Si contador, todo más que bien respondió ella, con la vista clavada en el pavimento hirviente y pensó que aún quedaban dos horas para el examen, podría repasar.

El auto se detuvo en una esquina. Se dirigieron un breve saludo, apenas cruzando la mirada. Sabrina bajó, prendió un cigarrillo y respiró hondo, sepultando en el recuerdo la foto de aquella hermosa nave plateada.

 

 

Autora:
Carla Caterina

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