
El hombre entró al bar, se detuvo un momento y miró hacia los costados, pareció reconocer algo y se acercó a la mesa donde había un joven de anteojos leyendo el diario. Corrió la silla hacia atrás, se sentó, dejó el maletín en el suelo junto a una de sus piernas y apoyó las manos sobre la mesa. El joven, que ya había plegado el diario, lo deslizó hacia el costado con un movimiento de su mano izquierda, después apartó un mechón de pelo de su frente y lo miró a los ojos.
—Bueno, aquí estoy. –dijo el hombre-
—Ya veo.
—No entiendo muy bien el sentido de este encuentro.
—No es muy difícil, quería verte –dijo el joven-
—¿Para qué? Todo pasó hace tanto tiempo…
—No pasó, no pasó, sigue pasando, te lo puedo asegurar, algunas cosas siguen pasando, no se agotan, siguen pasando. Además, quería conocerte. Mirar tu cara, verte de cerca.
—¿Mirar mi cara?
—Claro, ¿Vos no sentías ninguna curiosidad?
—Esto es incómodo para mí, ya te expliqué –dijo el hombre-
—Sabés, yo sí tenía curiosidad, quería saber si nos parecíamos en algo.
—Podrías haberte sacado las ganas en Internet. Mi foto está en la página de la empresa.
—Ya la tengo vista, claro, no iba a perderme la oportunidad, como te podrás imaginar. Pero no es lo mismo. Así, en vivo, en movimiento, en tres dimensiones es diferente. Pensá que nunca nos habíamos visto personalmente. Es raro ¿no?
—Bueno, no sé. Creo que no nos parecemos en nada. –dijo el hombre dirigiendo una mirada oblicua a la cara del joven-.
—¿Eso te tranquiliza? –dijo el joven con una sonrisa, después se acomodó los lentes con un toque del dedo índice sobre el puente. El hombre miró la hora en su reloj pulsera-
En ese momento el mozo abandonó su lugar junto a la barra y comenzó a caminar hacia la mesa pero el hombre detuvo su marcha haciéndole la clásica seña del café. El mozo asintió con la cabeza y dio media vuelta.
—No sé qué historia te habrán contado pero yo nunca estuve seguro -dijo el hombre recostándose en la silla.
—En eso las mujeres no se equivocan.
—Puede ser, eso dicen, yo no sé. Es cierto que tampoco puedo negarlo, pero siempre pensé que., en fin, no sé. Tengo una sospecha. Claro que no es algo seguro, ¿no?
—Por algo te borraste -dijo el joven, interrumpiendo-. Te pasaste veinticinco años escapando.
—No, no, no, no me escapé, siempre viví en esta ciudad.
—Yo también.
—Quise seguir, no quería que mi vida acabara ahí. -Ahora vuelve a poner las manos sobre la mesa y, abandonando el respaldar de la silla, se agacha y se acerca un poco al joven como quien va a hacer una confidencia- Si es que eso pasó como vos creés que pasó habría que decir que fue una imprudencia ¿entendés? Cosas de mocosos, en ese entonces yo era más pibe que vos ahora. Además, no sé si sabés, en fin, ¿cómo decirlo? -vuelve a la posición anterior- Ella no quiso ponerle remedio al asunto.
—¡Ah! ¿Y me lo decís a mí? Eso sí que hubiera evitado este encuentro, que conveniente hubiera sido ¿no?
—Tenía derecho. Lo que pasó no estaba en mis planes. Ni en los de ella, creo. Además no estaba seguro, ya te dije.
—Tendrías que haberlo pensado antes.
—¿Haberlo pensado? Nunca te lo contó ¿no es cierto?
—¿Qué cosa?
—Ella me había dicho que yo no tenía de qué preocuparme ¿entendés?
Se hizo un silencio. El joven tomó de un trago el vaso de soda que le habían llevado con el café. Jugueteó un momento con un sobrecito de azúcar, pasándolo entre sus dedos. En ese momento llegaba el mozo, depositó el pocillo frente al hombre y se alejó-.
—¿En todos estos años alguna vez pensaste en mí? –dijo el joven, dejando el sobrecito sobre la mesa-.
—Pensé, claro que pensé.
—Pero no me buscaste.
—No sé, no quise o no me animé, por cobardía si vos querés. Creo que tenía la esperanza de olvidarme de esta historia, que fuera como un mal sueño, convencerme de que no había sido yo ¿entendés? Aunque, mirá, ahora podríamos remediarlo, si te parece -dijo, dando un leve golpe con la palma de la mano sobre la mesa-. Con los recursos disponibles en esta época podríamos saberlo, quitarnos todas las dudas, llegar a la verdad de una vez por todas. No estaría mal si vos está de acuerdo.
—Demasiado tarde.
Desde la barra el mozo encendió el televisor con el control remoto. La pantalla se iluminó y surgió la cara del comentarista de fútbol. Ambos giraron un momento la cabeza hacia la pared desde donde reinaba el artefacto. Un momento después ingresaron al bar cuatro o cinco muchachos vistiendo la camiseta de Rosario Central, se sentaron frente al televisor y pidieron cerveza.
—De pibe yo te había inventado un viaje, un viaje y un personaje ¿sabés? todo muy importante. Vos eras un norteamericano que se había tenido que escapar del país, una especie de espía o algo así. Quería que los pibes me envidiaran. Pero un día terminé con la historia. Ese día decidí que habías muerto en Moscú en cumplimiento de tu deber –Hizo una pausa- Pero ya ves, parece que no te pude matar.
—No soy ningún héroe, ahora lo sabés.
—Hace mucho que lo sé.
—Soy un tipo común.
—Si, un tipo común. -Lo miró fijo unos cuantos segundos, se levantó, cargó su mochila al hombro- Murió la semana pasada –dijo- Un cáncer. Ella hubiera querido que lo supieras. Después comenzó a caminar hacia la salida, al llegar abrió la puerta y cruzó el umbral en silencio. En ese momento alguien subió el volumen del televisor, los muchachos gritaban contra el árbitro del partido. El hombre lo vio por la ventana mientras le quitaba el candado a la bicicleta, se subía y comenzaba a pedalear desapareciendo enseguida en medio del tránsito. Luego apartó a un costado el café ya frío, se acodó en la mesa y se miró las manos.
Autor:
Rubén Leva