Publicado en: 19/08/2023 Rubén Leva Comentarios: 0

Volvió a la casa como cualquiera en cualquier lugar del mundo vuelve a su casa luego del trabajo. Abrió la puerta y ella salió a recibirlo. Se dieron un fugaz beso en los labios, la mano derecha de él rozó apenas el hombro izquierdo de ella en un intento de caricia.

—Cómo te fue -dijo ella- ¿Alguna novedad?

—Hablé con el Peje para que haga llegar mi pedido.

—¿Otra vez?

—Y, sí.

—Para lo que va a servir…

—¿Y vos qué hubieras hecho?

—No sé, algo diferente.

—Ah, algo diferente, ah, claro, algo, sí, cómo no -hace una pausa- ¿Qué hay de cenar? –comienza a caminar hacia el interior de la casa-

—Mierda. -dice ella mientras cierra la puerta-

—¿Qué?

—Nada, no me hagas caso, es que me da bronca.

—¿Qué te da bronca?

—Eso, tanto insistir al pedo. Polenta, hay.

—¿Otra vez?

—Y sí… Yo preferiría un buen bife de chorizo pero no hay plata, no alcanza.

—Otra vez polenta ¿ves?, eso también da bronca. -sigue caminando, se saca la gorra y la cuelga en el perchero que está junto a la mesa del comedor-.

—Y bueno, eso es porque no traés plata suficiente.

—Estoy tratando -la mira de arriba abajo- Igual, me parece que a vos te convendría hacer dieta, ni polenta ni bife de chorizo, una manzana, un tomate partido al medio con un poco de sal, en todo caso, algo sanito.

—Sí, te desquitás conmigo porque no sabés hacerte respetar en el trabajo.

—Yo trato de progresar, no puedo pelearme con todo el mundo, por eso hablé con el Peje hoy, para ver si me puede dar una mano con los de arriba, él tiene influencias, vos sabés -detiene su marcha, se da vuelta y muestra las palmas de las manos- yo trabajo un montón pero después me aburro y me agarra esa cosa. Mirá, ¿ves?

—¿Qué?

—¿No se ve?

—¿Qué?

—La sangre.

—¿Otra vez con eso?

—Sí, eso es lo que pasa. Nadie lo ve. No me creen, llega un momento en que no puedo seguir, empiezo a ver la sangre y no sé, me entra esa cosa, no sé cómo llamarle, me canso, me aburro, y ya sabés, ahí pido permiso y dejo el puesto, no sé, capaz que me voy al patio y me siento en un banquito o directamente en la gramilla y me pongo a mirar las hormigas o el paredón de enfrente.                                                         .

—No hay sangre. Vos no hacés sangrar, guardá esas manos-

—Sí, todos dicen eso, pero yo la veo -se mete las manos en los bolsillos y retoma su camino-.

—Y después viene otro y se queda  con el mérito, ¿eh? -levanta la voz porque él ya se está alejando-  Lo que pasa es que no te da el cuero, en el fondo sos un sentimental, bah, un boludo, eso es lo que sos.

—Sentimental no, eso no te lo voy a permitir -se para- yo laburo a conciencia y cuando laburo minga de sentimientos. Pero no sé qué es lo que pasa. Conmigo no hablan, qué querés que le haga..

—Y ahí es cuando viene tu colega.

—Sí, siempre el mismo, Carlitos, el Rana, vos no lo conocés.

—Ése sí que te hace saltar.

—Es que a él le dicen todo, no sé por qué.

—¿Y tu trabajo? ¿Lo que vos hiciste antes no cuenta? ¿No sirvió eso para que a él le digan todo?

—Para mí sí, yo hice el ablande. Pero parece que para ellos no. -Le da la espalda, vuelve a caminar, va al dormitorio, se sienta en la cama, mira la pared, suspira, desata los cordones de sus zapatos negros bien lustrados, se saca el derecho empujándolo con la punta del pie izquierdo y el izquierdo empujándolo con la punta del pie derecho, se coloca las pantuflas, desanuda la corbata caqui y la tira sobre una silla en la que hay un montón de ropa desordenada, se afloja la camisa, sale, camina por el pasillo, va al baño, orina, se lava las manos sin mirarse al espejo. Mientras tanto  ella, con la cuchara de madera, revuelve la polenta que burbujea como lava volcánica en la olla de aluminio, Apaga la cocina, toma el queso parmesano y el rallador que están sobre la mesada y luego de una furtiva mirada hacia el pasillo que viene del baño abre la alacena y los guarda detrás de una pila de platos. Él vuelve, se sienta a la mesa, ella llega con la olla, la coloca con un golpe seco sobre la tabla de madera que está ahí para proteger al nerolite del calor, le sirve y se sienta enfrente-.

—¿No hay queso rallado?

—No. ¿No serás muy flojo, vos?

—¿Flojo yo? No, vos no sabés, eso lo decís porque no me viste laburar, yo cumplo con las órdenes al pie de la letra, hago lo que tengo que hacer pero es un trabajo difícil, cansador. Lástima, con lo que me gusta el queso. Esto así, seco.

—Sí, para mí que sos muy flojo. Hay salsa, ahí está, en la salsera al lado tuyo.

—Me gusta con salsa -agrega salsa a su plato- Y queso -alza el tenedor repleto de   polenta humeante con una cresta muy roja de salsa pero sin el remate del anhelado queso- Y sí, con queso es otra cosa -se mete un bocado, enseguida abre grande la boca y aspira aire apantallándose con la palma de la mano- Muy caliente -dice-.

—No hay. Queso no hay. Muy caro. Y sí, así se come la polenta, bien caliente. Y con queso, pero queso no hay porque no hay plata.

—Otra vez la plata, no hay plata pero vos cada vez estás más gorda y más pintarrajeada ¿cómo hacés, comés cuando no estoy? ¿Y el maquillaje? ¿Cuánto te gastás comprándole a esa vendedora de Avon amiga tuya, eh? No me jodás más yo estoy tratando, cada vez laburo más y cada vez me reconocen menos. Dicen que no tengo resultados, el talento lo tengo, dicen. Pero no hay resultados, qué sé yo -vuelve a llevarse un bocado a los labios pero ella lo interrumpe, apoya una mano sobre su antebrazo, él queda con el tenedor a medio camino-.

—Tenés que meterle con todo, no seas sentimental, seguro que talento te sobra ¿no te decían el Máquina, acaso? pero si empezás a mirarte las manos… -con un gesto de desaliento él baja el tenedor y lo apoya en el plato con la comida intacta-.

—Sí, el Máquina ¿te acordás? -se entusiasma- Qué épocas ésas, -cierra los ojos y mira hacia arriba, como recordando soñadoramente-  pero ahora, no sé.

—Sí que me acuerdo, eras otra cosa ¿Te olvidaste? Yo también te llamaba máquina,  ¡qué manera de maquinear, Dios mío!

—Las manos, sí, debe ser eso, siempre tengo que parar el laburo para ir a lavarme las manos. Y el aburrimiento, necesito descansar un poco, entretenerme con otra cosa.

—Y ahí se mete Carlitos.

—Sí, el Rana, Carlitos, qué hijo de….

—Y ahí te hace saltar.

—Sí, meta salto de rana, como en la colimba, linda la colimba, eso sí que me gustó.

—No sé qué mierda te pasa con eso de las manos, si vos trabajás con electricidad, sangre no hay.

—Y sí, pero yo la veo, no sólo la veo, la siento, tengo que lavarme ¿entendés?

—A lo mejor tendría que ir yo.

—¿Estás loca? ¿A qué vas a ir vos?

—A hablar por vos.

—Sería un papelón, ni lo pienses.

—Papelón, papelón, miralo al macho que no quiere que la mujer lo defienda, ja ¿y quién te rescató de esa oficina roñosa en la que trabajabas meta hacer fichitas y papelitos inservibles, eh? ¿Quién? -él alza el tenedor y lo clava con furia en el plato, la polenta salta salpicando la mesa y el vestido de ella que lo mira con rabia mientras se limpia los restos con el canto de la mano, él se frota los labios con la servilleta, arrastra la silla hacia atrás, se levanta-.

—Ése fue tu tío, pero lo mataron en aquel atentado.

—El de la bomba, sí, no hace falta que me lo recuerdes. Esos hijos de puta.

—Ya no podemos contar con él, no está más, se fue -se va chancleteando por el pasillo rumbo al dormitorio. Abre la puerta, pasa, cierra la puerta, se sienta en el borde de la cama y se queda mirando la pared-.

Ella se mete una generosa porción de polenta en la boca, bebe  medio vaso de vino tinto de un solo trago, recoge los platos, los vasos y los cubiertos, va la cocina, tira las cosas con desprecio en la pileta, abre la canilla y deja todo sumergido en agua a la que, como al descuido, agrega luego un chorro de detergente, da media vuelta y se aleja hacia el living. Al pasar enciende la tele. Se sienta en un sillón, sintoniza su programa favorito, un concurso de preguntas y respuestas y a los pocos minutos se duerme.

Ahora es una mariposa. Cualquiera puede desear ser una mariposa, es un deseo de lo más respetable, sobre todo si se es mujer y mujer de la clase de mujer que es ella, mujer que quiere ser bella y no lo es. Son hermosas las mariposas, con esas alas leves y coloridas  pero ¡ojo! También está la lengua, esa cosa enrollada como si fuera un espantasuegras, esa lengua incómoda que ella no sabe cómo ubicar dentro de esa boca sin dientes que la condena a vivir chupando la comida como a través de un sorbete, si parece que de una trompada le hubieran fracturado la mandíbula y arrancado toda la dentadura, y, para colmo, esa vida tan corta y ese pasaje por su etapa de larva en su temprana infancia, qué etapa tan difícil, porque qué cosa es una larva sino un asqueroso gusano ¿eh? Extraordinario sueño el de ella, volar como mariposa sabíendo al mismo tiempo que no lo es aunque sienta que sin duda lo es y pasársela, al mismo tiempo, pensando en lo trágico de ser mariposa. Era en fin, una mariposa triste y desconforme con su destino cuando de pronto se sintió irresistiblemente atraída por una rosa encarnada, tan encarnada que hasta parecía carne, y tanto se  parecía a la carne que le recordó a un bife de lomo justo antes de ser echado sobre la plancha caliente, y por eso ella no pudo resistir la tentación y voló raudamente hacia la rosa, a pesar de su vientre voluminoso voló incluso más rápido de lo que una mariposa de verdad puede volar. Y estaba a punto de alcanzar su objetivo cuando vio, con sus ojos de mariposa, un destello amarillo apareciendo desde la derecha. Y el benteveo se tragó la mariposa y ella sintió el duro pico que trituraba sus huesos y aplastaba su cuerpo blando y un líquido viscoso y ácido que poco a poco la disolvía.

 

 

Autor:
Rubén Leva

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