Publicado en: 17/06/2022 Verónica Baronio Comentarios: 0
Foto: Cervantesvirtual.com

En medio de la pobreza argentina, el 2 de abril de 1900, nació Roberto Emilio Godofredo Arlt, enorme escritor argentino, periodista, dramaturgo, inventor, creador multifacético, observador perspicaz, capaz de desmenuzar la realidad y personajes de su tiempo hasta llegar a su interior radiografiando detalles típicos de la sociedad de su época.

En un reportaje dice: “Yo no soy un escritor que inventa, soy un inventor que escribe”.

Su infancia transcurrió en el barrio de Flores. Arlt cuenta que fue expulsado de la escuela primaria a los 9 años, sin embargo, varios biógrafos expresan que forma parte de su ficción ya que, si bien repitió tercer grado, culminó la educación primaria a los 14 años en quinto grado, como era común en aquellos años.

En otro reportaje enuncia: “Todavía iba a la escuela primaria cuando me agarró el berretín de la literatura, leía libros y vomitaba cuentos”.

Una anécdota cuenta que el disfrute por la escritura comienza a los ocho años por encargue de un vecino burlón que lo desafía a escribir un cuento, comprándolo luego en $5 y tal vez plantando la semilla de su futuro como escritor.

Fue un niño de carácter nervioso, lo que no ayudó la ecuación rigurosa y disciplinada de su padre quien le imponía castigos corporales además de los cotidianos agravios. Él mismo hace referencia a haber sido un niño terrible y rebelde en el período de la infancia, revoltoso y de mal genio, seguramente por eso asume una expulsión escolar que parece no haber existido.

Me detengo entonces y pienso en un niño de nueve años en 1909, ¿qué escuela, qué maestro podía ver al genio que en él habitaba? ¿Qué escuela actual puede verlo? ¿Quiénes dictaminan el límite entre cordura y locura?

El primer rechazo comienza a los siete años, la escuela lo martiriza pero calla, su padre sin saberlo se vuelve feroz. No hay registro de amigos en su infancia y adolescencia de donde se supondría que era un niño marginado por sus pares; siendo hijo único su “ser infante” es un paso más por su vida de incomprensiones.

“¿Qué diferencia con los otros escolares que en los recreos hablaban de los placeres de sus hogares y de sus padres?”, dice Mirta Arlt en el prólogo de “Los Siete locos”.

Cuentan por allí que esta situación de inequidad lo llevó a idear un plan donde verter su ira: tras observar las hileras de bancos decidió tomar revancha.

Luego de una golpiza propiciada por su padre llegó consternado a la escuela y al sonar el timbre del primer recreo, espacio donde debería escuchar el cotorreo de sus pares, empujó el primer banco con tanta ferocidad que cayeron uno a uno los pupitres de madera cual efecto dominó. Los tinteros dispararon de sus huecos ensuciando paredes, pisos, delantales níveos y el pantalón del maestro, toda la clase se convirtió en un desmán… Los niños que aún quedaban en el aula huyeron aterrados y el docente confuso, mirando en derredor, vio espesas manchas de tinta que colgaban del techo amenazando con caer a modo de llovizna. Entonces, lo dejó en un rincón. No se sabe si fue una penitencia o miedo a una exacerbación de mayor magnitud.

En la adolescencia su padre lo echa de la casa familiar. Encuentra varios trabajos, entre ellos la compra-venta y alquiler de libros en las librerías de su barrio, todas por calle Rivadavia; lee todo lo que cae en sus manos: literatura clásica, le encantan los folletines, manuales técnicos de divulgación científica y libros de ciencias ocultas.

Comienza a frecuentar la Biblioteca Anarquista, el Centro Cultural Florencio Sánchez y al mismo tiempo concurre a las tertulias barriales, donde hacia 1916 conoce a Conrado Nalé Roxlo, quien será su amigo intelectual por muchos años, quien reía con él y escribía historietas con el seudónimo de Chamico.

Arlt es el ejemplo de un escritor del siglo XX destacado por «autoconstruirse», proveniente de clase media con escasos recursos económicos, hijo de inmigrantes pobres, educado en la escuela pública y de formación prácticamente autodidacta.

En su obra narrativa hay una «mezcla» que lo hace único, el lenguaje de sus relatos es una confluencia apasionada del lenguaje ítalo-alemán familiar con la sintaxis y el tono del habla hispana rioplatense. Por eso afirmaba que “cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bovina de papel o en un cuarto infernal”, y a la vez expresaba que “ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo”.

Arlt crea decenas de cuentos, obras de teatro y cuatro novelas. En 1928 comienza a escribir sus aguafuertes porteñas para el diario “El Mundo” que había cambiado de director. Al principio escribe con el seudónimo “El hombre que ocupa la vidriera del café”, luego puede firmar con su nombre. Carlos Muzzio Saenz Peña, el nuevo director, además de la sección de Arlt, baja el precio del diario a 5 centavos y agrega la historieta de El Gato Félix, triplicando en el primer año la edición del periódico que llegó a vender 127.000 ejemplares promulgando la literatura de Arlt.

El amor de Arlt por la invención lo encontramos en varios de sus personaje: Astier, en el “El juguete rabioso” inventa un cañón, en “El amor brujo”, Balder es proyectista, Erdosain, en “Los siete locos” se une a una sociedad secreta que pretende fundar un nuevo orden social financiado por prostíbulos instalados en toda la Argentina y entre otras cosas  intenta galvanizar una rosa, en “Los Lanzallamas”, culminación de “Los siete locos”, la aniquilación es racional, científica, como lo es la guerra química y bacteriológica.

La pasión por la invención va más allá de la escritura, eso lo llevó a instalar un taller en Lanús: pretendía inventar medias de mujer irrompibles y metalizar puños y cuellos de las camisas entre otras cosas.

Vivía en una pensión en Córdoba y Larrea, después de su divorcio. Leónidas Barleta lo visitó y encontró un tubo de oxígeno y caucho, mucho caucho en aquel único ambiente. El techo estaba lleno de salpicaduras. “Fue un accidente, estoy practicando”, dijo Arlt sin dar demasiada importancia al igual que el efecto tintero en su aula de escuela primaria.  Estaba practicando…

Arlt es controversia y creatividad, es cartografía urbana, es el reflejo del aspecto contextual de la época pero sin importarle entrar en terrenos prohibidos de modo desenfadado; es explotación estética del grotesco, es la mirada de un visionario que se adelantó a los tiempos por venir. Un genio exasperado que lo habitó desde niño y que seguramente muy pocos pudieron comprender. Es uno de los pocos narradores en lengua española que han ofrecido una interpretación del caos y la incertidumbre del mundo contemporáneo.

Quizá hasta pudo predecir su corta vida, por eso su avidez constante por hacer, escribir, inventar como un aluvión sin freno alguno.

 

Autor: Verónica Baronio

Compartir