Publicado en: 11/02/2023 Alejandro Álvarez Gardiol Comentarios: 0

Paris, noviembre de 1987.

 

Lunes 9- Querida abuela, te parecerá raro, incluso ridículo, pero hace tiempo que quiero escribirte. Y aunque te hayas muerto hace mucho, heme aquí, desde mi última morada en la Tierra con papel y lapicera, procurando. Porque ya no me queda más tiempo. Pero esta noche estoy algo depre y es tarde, así que mejor dejo y empiezo mañana.

Martes 10- Buenos días; hoy mucho mejor. De todas formas te cuento que de tu Copito de Nieve sólo queda la blancura. Lánguidos, mis brazos solo se distinguen  de las sábanas por el trazo azulado de las venas. Una sonda me sale del pito y va a drenar la orina a un frasco de vidrio al pie de la cama, que como la de cualquier hospital es alta, de hierro gris perlado y con un trapecio colgando sobre mi cabeza. Al principio me venía al pelo para levantarme solo, pero hace unos días necesito asistencia porque no me quedan fuerzas. Así que aquí estoy, con el culo escarado, muriéndome como un pelotudo. Tragicomedia: tocado por la muerte pero aun con vida, te escribo lo que en breve te voy a dar en mano. ¿Absurdo? ¿Y qué no lo es? La muerte quizás no lo sea, pero, siempre es y será Una visita inoportuna. Así le puse a mi última obra, en la cual soy el personaje principal. Jarry, él también se mimetizó con su propia creación, pero después de haberla escrito. ¿Te acordás?: Ubu Rey, y andaba pistola en cinto y mirando feo, empapado en absenta. Murió de tuberculosis a los treinta y cuatro. Otro que, aunque de manera involuntaria, escapó de la vejez. Yo tengo SIDA, vos no llegaste a conocer esta enfermedad. Es nueva y muy selecta, no es para cualquiera, che. Se contagia durante el sexo y es casi exclusiva de los homosexuales. Nos pega a nosotros las locas; una cagada, sí. El virus que me está matando parece obra de algún amargo y cruel mal cogido. Te cuento que vos, Salvadorita mía, entrarías en el último acto del drama, justo cuando yo estiro la pata en el centro de la escena, ya sin público alguno. Tal vez pienses que es tiempo de dejar de fingir para protagonizar el mero acto de existir, hasta que el telón caiga en silencio y sin aplausos. Qué vachaché, dale que va, paciencia, diría Cortazar. Ahora te dejo porque entran a lavarme: un horror, ya sin pudor (la rima salió sola de mi lapicera).

Jueves 12-  Bonjour, princesse. Últimamente  tengo añoranzas, propio de todo moribundo que se precie de tal. Mi infancia lírica y familiar en Montevideo, mi juventud alocada en Buenos Aires , y en el medio un par de años en París.  Pero vos sabías bien que lo mío eran las tablas, la noche y el flirteo. ¿Y qué ciudad elegirías vos, si pudieras? ¡Vous avez bien compris: París! (otra rima autónoma). Pasaron veinticinco años y acá me ves internado, como un inquilino, sin más realidad que los fantasmas que aparecen y me acompañan de tanto en tanto. Recuerdo los encuentros iniciáticos en el Café de la Flor. Mis primeros mangos (francos) los gané con las tiras inspiradas en la vecina porteña. Nunca sabrá lo mucho que le debo. Tampoco imaginaría que las puteadas de su hija fueron premonitorias. Yo la venía dibujando sin haberla visto antes, de pibe en la casa de Carrasco. Expulsados de Buenos Aires, fueron años de dicha y sosiego. La brisa del mar (del Río de la Plata, bah) nos inspiraba. Perdidos en la bruma del tiempo,  puedo ver a cada uno de nosotros creando a su manera. Incluso Jorge y Juan Carlitos jugaban a ser artistas, mientras mamá hacía sus tallas y papá pintaba óleos. Y yo andaba abstraído entre mis dibujos y lecturas.

Hoy es viernes 13. Ni loco te escribo…

Sábado 14- Mientras me hacían la higiene matinal, me di cuenta de que la amenaza de muerte es mucho peor que la muerte. Moriré como Dios  manda. Ojalá que la parca me agarre dormido. O mejor cayendo en el baño, agarrado de las cortinas de la ducha, todo salpicado de rojo Hitchcok.

Domingo 15- Hola abuelita, la enfermera me trajo flores con el té. Siento que ya me empezaron a velar. El agua del florero tiene olor a cementerio, pero me da no se qué rechazar las atenciones. Por suerte conservo uno de tus jabones, ¿podés creer? Todavía huele a vos, te juro. Lo cierto es que estoy aterrado, pero disimulo. La nurse tiene una pinta de loca fenomenal. Bon jour Copi, me saluda mientras  corre las pesadas cortinas del ventanal. Una luz lechosa aclara la penumbra de la habitación. Puedo ver una masa de cúmulos grises que se cierne sobre los tejados de pizarra aún más grises. La tormenta parece declarada, y una legión de chimeneas granate se aviva bajo el destello plateado de la lluvia que ya cae en silencio (esta lapicera tiene charm, ¿viste?). Sigo con la enfermera: me sonríe  mientras controla el suero: siete gotas por minuto  A ver así, “copito de nieve” me dice en español, y me mete el termómetro en el culo. En este hospital te toman la temperatura rectal. Qué antiguos. O degenerados, ¿no? Ironía de la ciencia que registra las fiebres de la caca y la lujuria. Treinta y ocho y medio, me informa piadosa. Es notable cómo en los momentos de dolor la gente procede con una amabilidad exagerada. La tipa se empeña en hacerme comer hasta el último bocado con una paciencia maternal. Como si en ello le fuera la vida. Pero el miedo le quita el gusto a cualquier manjar. Este no es el vino que pedí, le digo haciendo una mueca de disgusto mientras doy un sorbo a la Perrier. Los dos estallamos en  una carcajada hasta quedar con los ojos humedecidos. Y aflojamos, sabiendo que esas risas suelen terminar en llanto. Ella parece acostumbrada a la palidez de los enfermos y a las despedidas. Mirá lo que hizo hoy antes de irse: dejó la bandeja sobre la mesa de luz, se desabrochó el delantal y me mostró las tetas.  Dos tremendos globos turgentes. Y a pesar de la sonda vesical y de mi apatía sexual por las mujeres, he sentido un cosquilleo estimulante bajo las sábanas. Un súbito brío que había olvidado. Entonces descubrí al travesti que mis ojos no habían detectado ¡Surprise! ¿Pero a qué nieto se le ocurriría contarle esto a su abuelita?

(Por las dudas, por si alguno mete mano y lee, aclaro que mi abuela Salvadora Medina Ornubia fue la primera argentina -estoy hablando de principios de siglo-  que se animó a escribir sobre las lesbianas y adúlteras, que dirigió el diario cuando murió mi abuelo, y que los milicos la metieron en cana por anarquista. Es ella la destinataria de estas líneas, mi amada abuela, dramaturga, narradora y acérrima feminista). Ahora sí paro en serio.

Jueves 19- Anoche soñé con la casa de Buenos Aires. ¿Te acordás de la vecina loca? La hija de la mujer sentada. La que cada vez que yo salía a la calle se asomaba por la ventana y me gritaba cosas. Arrancaba con aquella voz grave y gutural, incomprensible, hasta que al final, con tono agudo y potente remataba con un nítido puuuuto. Al principio me daba bronca y yo también la insultaba. Entonces la loca casi que se salía por la ventana y me escupía, o me tiraba cosas. Un día salí a provocarla disfrazado con tacones y el visón de mamá y me zumbó un huevazo. Un desastre el pegote. Y por más que tratara de evitarla, ella estaba muy pendiente, acechando mis salidas. Pero cuando volvía a casa, no.  Mi llegada no la perturbaba. Si estaba en la ventana me miraba callada, como si no me conociera. Era un peligro la pobre, una pepona infeliz que saltaba como un cucú grotesco cada vez que yo me iba de casa. Reprochando y advirtiendo. Como si supiera que papá, aunque no lo manifestara, no quería que yo regresara a París. La cuestión es que me sentía vigilado, inclusive dentro de casa. Toda mi vida he tenido la sensación de estar siendo observado, y supongo que por eso me he visto siempre arrojado a representar un papel. Desde que tengo memoria cualquier situación me parecía ideal para crear una escena. Y actuaba para un público imaginario en el que vos, mi musa eterna, aplaudías con fervor.

Sábado 21- Amada abuela, sigo con miedo. Ojalá tuviera una pizca de tu valentía. Un cacho no más de esos ovarios aguerridos. Hoy estás más viva para mí que cuando vivías. Te habrás enterado del escandaloso estreno de Eva Perón. Francia sigue siendo la cuna de la libertad, aunque no sé por cuánto tiempo. ¡Qué quilombo que se armó! Un comando peronista (dicen de derecha) fue a escribir “Vive le Justicialisme” en las paredes del teatro. Que papelón, yo gritaba: ¡viva la libertad, carajo! Si vos hubieses estado para taparles la boca a esos borregos misóginos…

Domingo 2- Hola, sigo aterrado. Cortázar murió en el 84 y Borges el año pasado. Machistas pero geniales. Este año me toca a mí. Vos nunca creíste en Dios, ¿no? Pues yo sí: Dios existe, y punto. Vos me dirías que no hay forma de demostrar su existencia. Y yo te contestaría que tampoco hay manera de demostrar su inexistencia. Si no existiera, ¿qué es todo esto? Digo la cama, el tango, la ciudad, los tres reinos, una mirada, el sol, el vino, Atenas, los volcanes, Beethoven, el mar, las neuronas, el sexo, el tabaco o los viernes… Además. tener fe te ayuda a morirte mejor.

Lunes 23- Ahora puedo escuchar los sonidos del hospital que llegan amortiguados. Voces y pasos apurados. El chirrido de alguna camilla que recorre los pasillos y un portazo a la distancia. Entro y salgo de un mismo sueño que no  consigo retener. Sigue lloviendo. Caigo en un sopor. Otra vez en Buenos Aires. Frente al espejo, en el cuarto de los viejos recito a Artaud, con los ojos pintados y una redecilla que usaba mamá para los ruleros. Y esa cara de papá cuando me vio por primera vez disfrazado de mina. Su mirada fue la primera de tantas que juzgaron mi vida y mis obras. Severas unas, apasionadas otras, impasibles las más. El año pasado viajé a Argentina, ya en democracia, y pude ubicar nuestra casa. No sentí nada. Es curioso cómo  los lugares que nos fueron tan íntimos se nos vuelven indiferentes bajo el polvo del tiempo. Creo haber ahogado todos mis tangos en las arenas movedizas del olvido (sic). Al lado estaba la casa alta y estrecha de la loca alcahueta. Ella también vivía con sus padres. Su mamá sacaba una silla a la vereda y se pasaba la tarde entera sentada.  Lo notable era que siempre estaba de costado. De rasgos vulgares, de perfil era pura nariz, su cabeza se insertaba en el tronco como si prescindiera del cuello. Parecía atornillada y giraba en bloque. A su papá lo crucé solo una vez entrando a su casa.  Un dandy de traje gris, camisa rosa y pañuelo de seda al cuello. Muy guapo el hombre, fumaba un puro. Me saludó inclinando la cabeza y sacó un gran manojo de llaves. A todo esto la loca ya me había empezado a putear como si nada. Él  miró hacia arriba y le habló en francés: te-tuá-sil-te-plé-ma-peti-cher, le oí decir. Lo dijo tres veces, y me encantó cómo sonaba. Después eligió una llave, abrió la puerta y entró a su casa. Sepa usted tener piedad de la insanía mental, me dijo antes de cerrar. Dejó tras de sí un perfume embriagador y una nubecita de humo espeso flotando inmóvil sobre mi cabeza, como esperando que yo siguiera mi camino antes de disiparse. Alcé la vista  y la loca se había ido. Recuerdo haber estado dando vueltas por ahí y cuando regresé ya estaba su madre sentada en la puerta. Siempre de costado, con su perfil de pato. Yo entraba en casa y un pájaro que no ví largó un graznido entrecortado. La mujer giró y su mirada oscilante se cruzó con la mía para detenerse por unos instantes, y volver luego a recorrer la calle y las casas con una  sonrisa melancólica. Era la tristeza de una madre que ve cómo su hijo sale al mundo a arreglárselas solo. Tomé algunas fotos del barrio. Se supone que una fotografía captura solo el instante. Pero te puedo asegurar que esas pocas imágenes contienen toda la eternidad. Son el escenario de una historia que repite las mismas escenas hasta el infinito.

Jueves 27- Hola otra vez, espero que sigas bien. Bien muerta digo, ya que hacia allá iré cayendo desde este verdadero salto mortal que ha sido mi vida y que empezó hace 48 años. Dejaré la cama sin hacer y la almohada hundida por la mitad. Al jaboncito lo tengo fuerte en mi puño para cuando me agarre la rigidez cadavérica no me lo puedan quitar. Espero y espero. Hay que tener paciencia. Al menos nunca seré el viejo choto y arrugado que solía aparecer en mis pesadillas. El tiempo no termina nunca. Pero sé que va llegando la hora, y si lo peor ya está a la vuelta de la esquina, no tengo por qué seguir temiéndole ¿Verdad que no, abuela?  Como la Raulito le dice a Cachafaz: “muramosnós, se está levantando viento”.

Día 11- Empezó diciembre, creo que es viernes y hoy no tengo ganas de nada, ni siquiera siento miedo. Afuera sigue lloviendo, hace un frío infernal y Paris es cada día más bello, qué más te puedo contar…

 

-FIN-

 

 

Nota del autor

Raúl Natalio Roque Damonte Botana, Copi, nació en Buenos Aires el 22 de noviembre de 1939 y murió en París el 14 de diciembre de 1987. Nieto de Natalio Botana, fundador de y pro dietario del diario Crítica, y de Salvadora Ornubias ( la destinataria de esta carta que se me ocurre podría haber sido escrita), anarquista, feminista, escritora y dramaturga que es la destinataria de esta carta que se me ocurre podría haber escrito Copi en sus últimos días.

En la Argentina dio a conocer sus primeros dibujos e historietas y estrenó una pieza teatral: Un ángel para la señora Lisca (1960). En 1962 se instaló definitivamente en Francia, donde alcanzó popularidad a través de la tira semanal La mujer sentada, que publicó en Le Nouvel Observateur desde 1964 y hasta comienzos de los setenta. Entre sus piezas teatrales en su mayoría escritas en francés figuran «Santa Genoveva en su bañadera» (1966), «El cocodrilo y el té» (1966), «La jornada de una soñadora» (1968), «Eva Perón» (1970, publicada por Adriana Hidalgo con traducción de Jorge Monteleone), «El homosexual o la dificultad para expresarse» (1971), «Las cuatro gemelas» (1973), «Loretta Strong» (1974), «La pirámide» (1975), «La copa del mundo» (1978), «La sombra de Wenceslao» (en español, 1978), «Cachafaz» (en español, 1981), «LaTorre de la Defensa» (1981), «La heladera» (1983), «Las escaleras del Sagrado Corazón» (1984), «La noche de Madame Lucienne» (1985) y «Una visita inoportuna» (1985). Además es autor de las novelas «El uruguayo» (1973), «El baile de las locas» (1976), «La vida es un tango» (en español, 1979), «La ciudad de las ratas» (1979) y «La Internacional argentina» (1987), entre otros volúmenes de narrativa. Hasta años después de su muerte fue prácticamente ignorado en la Argentina. En Francia recibió el Premio de la Ville de París al mejor autor dramático.

 

 

 

Autor:
Alejandro Alvarez Gardiol

 

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