Publicado en: 15/02/2025 Sofía Masnatta Comentarios: 0

…a tientas en la oscuridad arrojo mis sutiles redes para rescatarte del abismo…

 

-¿Podemos hablar? – pregunta Luisa. Su voz suena firme del otro lado de la línea.

-¿Es necesario?  – contesta Magda. Se han despedido hace apenas unas horas y no en buenos términos.

-¿Y a vos qué te parece?

-¿Qué pasa ahora?  ¿No te das cuenta de que estoy cansada? Acaba de llegar de la casa de Luisa. La ruta ha sido un infierno de camiones como siempre en época de cosecha. No obstante, se coloca los auriculares y deja el celular en la mesada de la cocina. La cosa irá para largo, se dice.

-Sólo pensás en vos – dice Luisa. No es la primera vez que la acusa de egoísta, hasta le ha dicho en más de una ocasión que es mala.

-¡Necesito descansar un poco! – exclama Magda. Mira a su alrededor: todo es desorden y mugre acumulada. Debería limpiar antes de echarse a dormir, pero la tensión del manejo le taladra la espalda y sabe que no podrá.

-¡Ah! La señora necesita descansar… ¿no te importo nada eh?

-¿Te parece que no me importás? Me la paso yendo y viniendo por esa ruta mortífera –contesta Magda y se le viene la imagen de un camión que por poco la choca de frente. Tuvo que tirarse a la banquina para evitarlo. Después se puso a gritar como loca contra el camionero, que al parecer se había quedado dormido.

-Es tu culpa. Podrías venir a vivir aquí – dice Luisa.

-Sabés que no puedo. Tengo una vida.

-¿Una vida?

-No empieces por favor… – dice Magda. Tiene los ojos nublados por lágrimas que no alcanzan a caer. Siempre le costó llorar. El ladrido de Floyd la devuelve a la realidad. Pobrecito, piensa, y abre la puerta que da al patio para dejarlo pasar. ¿Tenés hambre mi amor? Dice mientras llena un recipiente con comida.

-¡Ese perro!

-¿Preferirías que no lo atienda? – dice Magda y aprieta las mandíbulas. En esa exclamación percibe otro reproche. Pero bueno, ¿para qué llamaste?

-Es lo que intento decirte desde el principio… ¡No estoy en mi casa! – exclama Luisa

-¡Cómo que no!

-No sé. Es terrible esto.

-Pero ¿qué pasó? Te dejé en tu casa y me aseguré de que corrieras la traba de la puerta…

-¡Le abriste a alguien! – exclama Magda y se agarra la cabeza con las manos.

-¡Me olvidé de ver por la mirilla…era el hombre que…no me dio tiempo a nada!

-¿Otra vez ese hombre? – dice Magda. Ya no se acordaba del hombre que reclamaba por la casa. Luisa no había vuelto a mencionarlo hasta hoy. Debería haber tenido en cuenta que podía volver.

-¡Sí! Aprovechó que estaba sola y me trajo hasta aquí ¡Ya no puedo más!

– ¿Él está con vos ahora? – pregunta Magda y se deja caer en un sillón. Imagina los ojos desorbitados de Luisa y su mueca de terror.

-No sé. ¡Al fin logró lo que quería! – exclama Luisa y se larga a llorar.

-Tenés que venir cuanto antes – agrega.

-Sí, voy a ir, tranquilízate. Pero antes hagamos una cosa, ¿qué te parece si recorremos esta casa juntas? No apagues ni dejes el celular por ahí, seguí hablando conmigo mientras vas al dormitorio – propone Magda.

– ¿Adónde voy? – pregunta Luisa. Su voz suena más tranquila.

-Anda al dormitorio grande… ¿Ya estás allí?

-Sí

-Ahora acércate a la cómoda y mirá las fotos que están debajo del vidrio.

Luisa se inclina para mirar las fotos. Son muchas. Se fueron acumulando con el correr de los años y se solapan unas contra otras. Semejan un puzzle desarmado.

-Mira esa en la que están todos juntos sentados en el sillón del living – dice Magda.

– ¿Quiénes están sentados?

-Decime vos, fíjate bien –dice Magda.

-Hay muchas, no veo la que decís.

-Bueno, no importa. Elegí la que quieras y decime quiénes están.

De todas elige la más antigua y los nombres se suceden inequívocos como si esos cuerpos aún siguieran entre los vivos.

-Al lado de esa se encuentra la foto de tu familia ¿la ves ahora? – pregunta Magda.

-Sí

– ¿Dónde están?

-En un living

-En el living de tu casa. Vamos a verlo y sigamos hablando – dice Magda.

Luisa apura los pasos hacia el living. Magda puede escuchar su respiración agitada y la imagina excitada como un niño que busca su juguete perdido.

¿Es el living de la foto? – pregunta Magda y acaricia al perro que satisfecho, se ha echado a sus pies.

-No sé. A lo mejor. ¡Es tremendo esto! – dice Luisa, otra vez desesperada.

-Cambiemos de tema. ¿Qué te parece si recitamos a Alfonsina? – propone Magda. La poesía siempre ha sido su gran aliada en momentos como este.

-Eso me gusta

-Empiezo yo. “Tú me quieres blanca, tú me quieres nívea” …dice Magda.

– “Tú que de todas las copas bebiste” – sigue Luisa y de pronto se interrumpe. En casa está prohibido leerla, demasiado audaz, les da miedo que…

– ¿Que…qué? ¿Su osadía? Ni que fuera contagiosa… – dice Magda y la escucha reír.

– ¿Cómo hiciste para aprender sus versos? – pregunta Magda

-Hay un libro guardado y lo saco a escondidas…

-Lo sacabas… ¿Dónde estaba el libro?

-Está en el ropero de mamá – dice Luisa y comienza a recorrer las distintas habitaciones de la casa. Magda percibe sus movimientos y se arrepiente de la pregunta.

– ¡Esta no es mi casa! ¡Quiero ir a mi casa! ¿Por qué me hacen esto? – grita Luisa. Magda la escucha sollozar y las lágrimas de Luisa corren también por sus mejillas.

– ¡Estás en tu casa! – exclama Magda. Floyd se incorpora sobresaltado y se coloca en posición de alerta junto a la puerta de calle. ¿Cuánto hace que se repite este ritual? Se pregunta Magda y suspira. Deberá apelar a la naturaleza, su otra aliada.

-Mejor vayamos al patio a ver el naranjo – propone jugándose la última carta.

-Bueno, eso me gusta…Las naranjas ya estarán maduras… – responde Luisa con voz apenas audible.

– ¡Qué bueno, son tan dulces! – exclama Magda. La imagina bajo el naranjo centenario, que aun con su tronco partido sigue en pie y dando frutos. Puede ver las escasas y pequeñas naranjas al alcance de la mano, iluminadas por los últimos rayos de sol.

– ¿Vas a sacarlas? ¡No te comas todas, eh!  – dice Magda.

– ¿Y si las sacamos juntas?  – dice Luisa. Sus manos temblorosas tratan de arrancar uno de los frutos sin lograrlo.

– ¡Sí, claro! – contesta Magda. Cree percibir la repentina conexión de Luisa y no se equivoca.

-¿Cuándo te vuelvo a ver hija?

Una triste sonrisa ilumina el rostro de Magda. Al fin volviste mamá, piensa.

-Pronto, muy pronto. Mañana al mediodía estaré por allí.

 

 

Autora:
Sofía Masnatta

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