Nosotros no somos uno, o únicos, somos por lo menos dos. En cierta medida, todos somos impostores
Aquella pequeña comunidad de apenas tres centenares de habitantes, también fue capturada por las cámaras de la World Tour Company (WTC). Se dijo entonces: una reliquia en las profundidades de la puna jujeña (Argentina) es firme candidata para ser “The year´s most beautiful village in the world”.
La fría mañana de agosto siguiente a la celebración de la Pachamama algunos pobladores divisaron dos pájaros de vuelo tan extraño como inexplicable. Muchos lo tomaron como una señal divina de la Madre Tierra y casi olvidaron el suceso. Pero Miguel Blanco, viajero empedernido y oveja negra de una distinguida familia salteña, (el Negro Miguel), quien se había afincado en el pueblo hechizado por el amor de una joven cholita, pronto supo que esos ovnis eran de una multinacional que exploraba con sus drones las Salinas Grandes en busca de emprendimientos turísticos.
Al parecer, ese pintoresco puñado de casas de adobe y techos de paja alineadas primorosamente sobre la calle principal despertó el interés de la Compañía con sede en Norteamérica la que, entre otras cosas, procuraba “fomentar el turismo comunitario para reducir la despoblación rural y promover el arraigo, mejorar la educación y dar igualdad de posibilidades para el desarrollo de pequeñas localidades” (sic). Blanco era un negro desconfiado:
– Los gringos nos van a terminar por invadir, le dijo a su chola. La mujer sin apartarse de la olla en la que cocinaba un guiso de llama, miró a su esposo y lo mandó a traer más leña.
– Me figuro que nadie ha de andar queriendo invadir por acá con este frío, Negro.
Una semana después pasó un helicóptero y al alba llegaron los primeros camiones repletos de maquinarias, materiales y hombres. En un santiamén armaron un obrador al costado de la iglesita y sobre unos gruesos pilares se dispuso la tarima con una escalerita de madera. Juntaron a la gente y el subsecretario de la vice gobernación dio un discurso. A su lado, una rubia esbelta asentía sonriendo a las palabras del mandatario local quien al finalizar le pasó la posta. La mujer, en un castellano trabado destacó la importancia del proyecto inclusivo y las enormes ventajas que se avecinaban: el lugar ya era parte del selecto grupo de “Sitios del Patrimonio Universal”. Al terminar, un aluvión de imágenes fue proyectado sobre la pantalla ubicada detrás del estrado: paisajes desconocidos y fantásticos, playas tropicales, ciudades imponentes, selvas abigarradas, interminables desiertos, jóvenes audaces que nadaban con delfines en mares de cristal, carreras de MotoGP, desfiles de moda y demás bellezas del mundo. De los altoparlantes la música invitaba a no subirse al tren *. Blanco, con súbito fervor dio un aplauso breve y enseguida guardó sus manos en los bolsillos. Algunos animales, acostumbrados tal vez a la letanía de los sikus charangos y bombos, se arrimaban atraídos por la velocidad de aquel ritmo de galope.
En poco tiempo los turistas duplicaron a los locales. Filas de visitantes alelados por el soroche caminaban tambaleantes tomando fotos de las casas, las montañas y la gente. Los niños pedían un dólar para posar y las mujeres miraban divertidas bajo sus bombines mientras vendían coca, muña muña y chulos de lana.
Pronto llegó la internet satelital y las noticias del mundo atravesaron el pueblo sembrando el desconcierto. Los barranquilleros – tal fue la denominación asignada a los nativos- iban y venían deslumbrados con tanta información. Algunos se negaron a proseguir con sus labores de cultivo y pastoreo, otros quisieron partir en busca de una nueva suerte.
– El sinsentido de la vida nos traspasa. ¿Usted cree acaso que somos nada más que el lugar donde nos han parido?, preguntó Blanco a su mujer sin esperar respuesta. Más adelante recordaría, tal vez con nostalgia, el tiempo vivido en aquel paraje.
Barranquillas se fue despoblando y sólo quedaron unos pocos, casi todos muy entrados en edad. A pesar de todo el turismo continuaba porque el pueblito finalmente resultó ganador del certamen internacional. Pero los nobles objetivos del emprendimiento habían sido contrarios a los esperados, ya quedaban unos pocos nativos en la zona.
Entonces quiso el destino que un infortunado suceso encabezara los titulares del mundo: fue el colosal accidente en cadena ocurrido sobre la ruta 75, en el que los ocho colectivos repletos de barranquilleros desbarrancaron a poco de salir del pueblo, con un saldo cincuenta y cuatro muertos y decenas de heridos, muchos de gravedad.
Innumerables manifestaciones se erigieron contra la WTC a ambos lados del Atlántico. La empresa debía pagar indemnizaciones millonarias. El CEO convocó a una asamblea internacional extraordinaria y después presentó su renuncia.
– A los yankis no les importan los muertos, vea usted lo que hicieron con Hiroshima, entre otras tantas atrocidades, le dijo el Negro a su chola.
– Que en paz descanse la pobrecita, no la conozco, habrá que echarle una mano a su familia, contestó ella y se santiguó.
La Secretaría General de la ONU acusó el impacto y vio la oportunidad de utilizar sus recursos llevando ayuda rápida, eficiente y sobre todo visible. Quería mitigar, al menos en parte, las críticas por la inutilidad del organismo frente a tantas guerras y hambrunas. Y así fue lo acaecido en aquel perdido rincón del mundo – una mísera partícula de tierra nacida para ser ignorada si atendemos a los terribles acontecimientos que afligen a la humanidad -, dio lugar a una descomunal ayuda. Y si bien es cierto que nada compensa muerte alguna, una serie de acciones fabulosas se desplegó a partir de la tragedia andina: se fundaron dos colegios bilingües y un campus universitario con siete carreras de grado y cuatro postgrados. Los sistemas de riego artificial y los paneles solares se extendieron por toda la comarca.
– Los guisos que usted prepara son más sabrosos con quebracho blanco, le dijo el Negro. Su mujer se había reducido en una esquina del rancho, un tanto amilanada.
– ¡Ey mamay!, pues vaya usted y les diga que no voy a sacrificar ni una gallina para hervir con ese fuego artificial, dijo ella.
Los trabajos se aceleraban, la arquitectura debía respetar en la medida de lo posible los colores de la tierra para adecuar las diferentes estructuras a la geografía regional. El nuevo hospital de alta complejidad cuenta con tres quirófanos centrales, dos unidades de cuidados intensivos, ciento dos camas y un tomógrafo de última generación. Las barrancas coloradas son el marco natural del flamante Museo de los Andes, donde se exhiben obras de artesanos del lugar y un par de momias adquiridas en la capital.
Los que se habían ido pegaron la vuelta para capacitarse en el desempeño de las nuevas consignas. Los caídos fueron inhumados con pompa y ceremonial. Con los que fueron llegando de las localidades vecinas atraídos por las diversas oportunidades de trabajo la población actual supera las cinco mil almas, sin contar a los visitantes que colman los dos hoteles erigidos sobre la calle principal.
A Blanco le asignaron la Secretaría de Turismo y Cultura. Junto a su chola se los ve en la portada del National Geographic bajo el arco de ingreso al pueblo donde la palabra Bienvenidos se lee en todos los idiomas. Ella hasta parece sonreír. Él, poco después y sin dar demasiadas explicaciones, se irá del pueblo para no regresar.
Los atardeceres son particularmente bellos, cuando el último sol platea el contorno espinoso de los cardones y enciende de dorado los techos que cubren el caserío. Y al fondo, contra los cerros azules, se va desvaneciendo la caprichosa geometría de los edificios vanguardistas. Todos agradecen a la Pachamama la suerte de haber sido descubiertos, y ya se discute la posibilidad de restringir el ingreso de personas que no tengan asegurada la vuelta a sus lugares de origen.
* https://youtu.be/goXJTv_U-PM?si=jb4qaTS5xvgo5PrH
Last train home (Pat Metheny Group)
Autor:
Alejandro Alvarez Gardiol