Detuvo un momento su carrera, agachándose y apoyando ambas manos en las rodillas aspiró lo más profundo que pudo para tratar de tomar aire y regularizar su respiración, entonces vio el palo de escoba que estaba clavado allí a modo de poste del arquito de fútbol, lo arrancó de un manotazo, lo alzó por sobre su cabeza y lo arrojó con fuerza, después continuó corriendo mientras miraba volar al palo, ahora con preocupación, atravesando el baldío donde hasta hacía un rato jugaban los chicos del barrio. El palo ascendió dando vueltas como una hélice desorientada por el aire indolente de ese crepúsculo de domingo y fue a dar, de manera certera, como suelen ser certeras las casualidades, entre las piernas de Nacho que corrían tratando de escapar al castigo que sabían que se avecinaba. Su cara golpeó el borde exterior de la cuneta en la que había caído. Apenas sintió el golpe en la boca, alzó un poco la cabeza y se tocó los labios medio adormecidos como cuando iba al dentista y lo anestesiaban para tratarle alguna caries, notó un sabor salado que de a poco le inundaba la lengua, se miró la mano y vio el rojo en la yema de su dedo índice, volvió a tocarse y sintió que había un pequeño agujero en su dentadura, bajó la vista y ahí, entre los pastos amarronados por las heladas de ese invierno feroz estaba lo que parecía un pequeño guijarro blanco, era el diente de leche que le quedaba, el último, ése que tanto demoraba en caer, se quedó mirándolo como asombrado mientras con la otra mano se frotaba la boca. Justo en ese momento llegaba José. Mocoso de porquería, por fin te alcanzo, dijo, me hiciste correr cinco cuadras. Todavía un poco mareado y confuso por el golpe, Nacho, desde el suelo, detiene ahora su mirada en el bigote paterno que moviéndose al ritmo de sus palabras y temblando como los flecos de un barrilete por los soplidos de su respiración, exhibía, lo notaba en ese instante por primera vez, algunos pelos blancos asomando entremezclados con el negro azabache de su barba. Como un relámpago cruzó por su cabeza alguna frase de su madre sobre la indiferencia cruel del paso del tiempo y la burla de su padre porque se las tira de filósofa, como le gusta decir a él. Luego, José, respirando agitado lo agarra del cinto y, tomándolo de un brazo de un tirón lo pone de pie, te dije que algún día iba a darte la biaba ¿te acordás de que te lo había dicho? Te avisé, pero no hacés caso, te la das de rebelde ¿viste? al final te la tuve que dar, nomás ¿te das cuenta, eh? Te lo buscaste, no digas que no ¿era lo que querías? Decí la verdad ¿era lo que querías? Mirame, a ver ¿te lastimaste mucho? Mirá como te ensuciaste, estás lleno de polvo, limpiate un poco, dale. Con la palma de la mano izquierda Nacho se sacude el pantalón mientras con la derecha le muestra al padre el diente que sostiene entre el índice y el pulgar. ¿Y eso? Ah, se te cayó, por fin, ya era tiempo. Vamos a ver si ahora dejás de ser un nenito y empezás a crecer, tirá esa porquería ¿querés?. Nacho escupe un poco de saliva mezclada con algo de tierra y sangre, para el ratón Pérez, dice, y se lo guarda en el bolsillo. Qué ratón ni ratón, dejate de joder, ya tenés trece años. Tirá eso. Nacho da media vuelta, se seca con disimulo alguna lágrima que todavía le rueda por la mejilla y empieza a caminar hacia la casa. Su padre lo sigue de cerca, de vez en cuando le da una palmada no demasiado fuerte en la nuca para que apure el paso.
Acá te lo traigo, dijo el padre. Voy al galponcito a inflar las gomas de la bici, mañana temprano hay que ir al laburo. Atravesó la cocina y, apenas abrir la puerta del patio, el Tuco se metió corriendo y moviendo la cola. Fuera, Tuco, salí de acá, camine a la cucha, dijo el padre. Dejalo un rato, José, dijo la madre, hace frío, después a la hora de dormir lo dejamos en el galponcito, ya le preparé una arpillera para que se acueste. Está bien, seguí mimándolo, vos, mirá tu hijo, siempre queriendo faltar a la escuela, mirá el berretín que se le metió en la cabeza ahora ¿Lo escuchaste ¿no? Jugador de fútbol, nos vamos a hacer ricos ¡Ja! Cerró la puerta del patio y salió. Tuco saltaba y gemía tratando del alcanzar la cara de Nacho con su lengua. Mientras palmeaba la cabeza del perro Nacho sonrió exageradamente con la intención de mostrar a su madre el agujero en la dentadura. Ah, qué bien, dijo ella ¿y el diente? Nacho metió la mano en el bolsillo, la sacó cerrada en un puño y luego la abrió dejando ver el diente de leche en la palma sucia de tierra. Qué bien, dijo ella, qué suerte, así no va a tener que sacártelo el dentista, ahora sí va a poder crecerte el definitivo. Esta noche dejalo bajo la almohada para el ratón Pérez. Mamá, ya no creo en eso, tengo trece, dijo Nacho. Vos dejalo, quién te dice. Nacho sonrió. Andá a lavarte la cara, estás todo sucio. No, mejor pegate un buen baño así ya estás listo para cenar y acostarte. Mañana tenés que ir a la escuela.
Aún le dolía un poco el tobillo, sin embargo estaba contento. ¿Y por qué estaba contento? ¿Era por el dinero que llevaba y qué le permitiría invitar al Dago con una medialuna y una chocolatada en la cantina del colegio? ¿Era porque por primera vez en su vida había recibido la famosa biaba que su padre siempre le prometía? Eso no podía ser ¿cómo iba a querer que le peguen? Sin embargo esa renguera que sufría ahora, culpa del golpe recibido del palo arrojado por su padre. la llevaba con orgullo, incluso la exageraba, como si fuera una condecoración que le hubieran otorgado por una heroica herida de guerra. Pero eso no podía ser, no podía estar contento de haber recibido una paliza. Recordaba con angustia el día que supo por su amigo Adolfo, que el Tito Correa no iba a la escuela porque a su padre se le había ido la mano y tenía un brazo fracturado. Y mirá si el tobillo se le hubiera quebrado, eso pudo ocurrirle, lo tenía bastante hinchado, estuvo cerca. No, no podía ser por eso, sería seguro por la plata que le dejó el ratón Pérez, bah, su madre que se hacía la que no estaba enterada de que él era grande y ya no creía en esas pavadas. Pero la plata viene bien, siempre viene bien, decía su padre cuando cobraba el aguinaldo y aprovechaba para irse al club a jugar a las bochas y tomarse un trago con los amigos.
Traspuso la puerta de la escuela. Invitaría al Dago Vargas en el recreo largo, cuando ya el estómago le avisara de la proximidad del mediodía. Seguro que podría encontrarlo y que tendría hambre, el Dago siempre tenía hambre. Era un gran arquero, el Dago, alto y fuerte, muy necesario para las definiciones por penales. Tenía que arreglar con él para asegurarse de que estaría presente en el desafío del sábado con el equipo de los Conessa. Y lo encontró. Se sentaron en un banco de madera pintado de verde que estaba en el pasillo al lado de la cantina. ¿Eh, qué te pasó? -Preguntó el Dago luego del saludo, cuando notó el agujero en la dentadura de Nacho- ¿Una piña?
—Mi viejo. ¿Querés? –dijo, mientras le ofrecía una medialuna-
—Te pegó ¿por qué? –dijo, el Dago, tomando la medialuna en su mano y llevándosela enseguida a la boca- .
—Le dije que no quería venir a la escuela.
— ¿Sabés cuántas veces me fajó mi viejo por eso? A mí no me importa, yo sigo en la mía. El otro día el negrito López me invitó a hacernos la chupina. Nos vamos para el zanjón y nos escondemos hasta la hora de la salida, de paso podríamos fumarnos unos puchos, él tiene escondido un atado de Jockey por ahí. ¿Te anotás?
—A todos les pegan, ya sé, pero a mí fue la primera vez y si encima llego a fumar me matan.
—Bah, no seas cagón., Yo, si el negrito me invita otra vez seguro que me prendo –hace una pausa, piensa, hace el gesto de fumar- Fumar es un placer, genial, sensual, canta mi viejo. Andá a saber qué mierda será sensual.
—Sí, vos te podés ir con el negrito, capaz que te la aguantás porque sos más grande. ¿Cuántas veces repetiste, eh? ¿Cuántos años me llevás?
—Bueno, dos o tres, o cuatro deben ser, no es para tanto, nene. Pero qué raro eso de que nunca te habían pegado. ¿En serio que es la primera vez?
—Les dije que no quiero estudiar, se armó un quilombo bárbaro. Quiero ser jugador de fútbol. Quiero ser famoso, ganar mucha plata. Dejate de pavadas, dice mi viejo, pero a él sí que le gusta la plata, el fútbol no, pero la plata, sí. A veces cuando viene de la fábrica se sienta en el patio con un sifón y la botella de Amargo Obrero y habla solo. Ah, si me ganara la lotería cómo mandaría todo al carajo, dice.
— ¿Y cómo fue que te pegó?
—Amagó a sacarse el cinto y ahí empecé a rajar. Él me siguió, me corrió un montón y al final, como no podía agarrarme se calentó y me tiró con un palo de escoba, el palo ese que a veces plantamos para hacer el arco en el baldío ¿viste? Bueno, se me metió entre las piernas, por acá ¿ves? y me caí de jeta ¿podés creer? Me dejó rengo, mirá como tengo el tobillo.
—Uh, como te quedó, no sé si vas a poder jugar el sábado. Para mí que no.
— Yo juego como sea, no soy ningún cagón ¿sabés? Y a los Conessa les quiero ganar siempre.
—Yo, si me dan a la hermana me dejo meter un par de golcitos, te aviso, te juro, como que me llamo Dagoberto.
—Andá, vendido. A mí que me importa la hermana, a mí me importa el partido, el desafío, sabés que no hay revancha ¿no?
—¿Ves? No te gustan las chicas, eso lo que pasa, sos muy nene, todavía. Yencima sos feo, ahora que te falta un diente peor, más feo todavía –se ríe a carcajadas-
—El diente se me salió cuando me caí, justo ahí, cuando pegué con el borde de la cuneta. Ya me va a crecer otro. Por eso mejor que se salió, era de leche.
— ¿En serio? ¿Todavía te quedaba uno de leche? Claro ¿ves? Tengo razón, entonces, por eso no te gusta la hermanita de los Conessa, sos un pibito, seguro que no te salta, todavía –dijo, burlón, mientras masticaba ruidosamente la medialuna-
—Sí, me quedaba uno de leche, de qué te reís, boludo. Qué sabés si no me salta ¿eh?
—¿Y lo pusiste abajo de la almohada?.
—Sí, mi vieja me lo hizo dejar abajo de la almohada.
—Claro, y vino el ratón Pérez ¿no? –dijo, el Dago, conteniendo la carcajada- Mirá tu vieja. ¿Sabés lo que hubiera hecho la mía? Encima me hubiera fajado por escaparme, eso hubiera hecho, me hubiera cagado a palos ella también. Al final es cierto que sos un nene. Un nene mimado de mamá, por eso debe ser que nunca te habían pegado, tu mami te defiende.
— De ahí salió la plata para la medialuna y la chocolatada, agradecé, si vos nunca tenés guita.
—Sí, gracias, ¿y qué querés que haga? ya sabés que somos más pobres que los ratones. Pero vos, decí que no te quedan más dientes si no capaz que hasta te hacías rico –dijo, tratando de mantenerse serio, pero el acceso de risa que le sobrevino le hizo escupir la medialuna que estaba masticando junto al poco de leche que le quedaba en la boca-
—¿Qué hacés? Me ensuciaste todo, boludo –dijo Nacho, se limpió el pantalón de las gotas de saliva con chocolatada y restos de medialuna que le cayeron de la escupida del Dago, tiró al cesto que estaba a su lado el poco de medialuna que le quedaba y el envase de cartón de la chocolatada- No te aguanto más, Dago. Hablá con los Conessa para arreglar el partido del sábado. Me voy -y se alejó rengueando-.
—Chau, crack, cuidá ese tobillo, mirá si el sábado no podés jugar ¿Quién haría los goles? –dijo el Dago, riendo-
Nacho, sin darse vuelta, levantó una mano por sobre el hombro haciendo los cuernos.
Más tarde, en medio del aburrimiento, de la clase de matemáticas, Nacho convertía el penal con que su equipo vencía al de los Conessa. A esa hora el padre estaba en la fábrica. La madre esperaba preparando el almuerzo. Tuco dormía hecho un ovillo bajo la mesa de la cocina.
Autor:
Rubén Leva