El día entra por un agujero en la cortina, se sienta en la orilla de la cama. Ella entorna los párpados, toma su libreta de la mesa de luz y una birome que está al lado, anota una idea.
Se despereza en fases: se calza las alpargatas, se lava la cara, se cepilla los dientes, se quita lagañas. Sale a la calle, está embarrada, fulera. Va hasta la parada del bondi, unos giles le chiflan; ella amaga un bife de revés al aire y se quedan piola.
Acaricia esa cabellera saludable que tiene, la despliega al viento y al sol, brilla como el lomo manso y constante de su tierra llana.
Espera el transporte, si se es pobre hay que tener paciencia, reza en silencio por un asiento libre.
El camino huele a campo un rato y deviene en asfalto carcomido por el tráfico incesante, las alimañas metálicas pasan por las ventanillas, son bichos con los vientres henchidos de crías.
Baja del bondi, camina, observa las veredas de baldosas cuadriculadas, posta que es duro el piso y las humildes suelas de las alpargatas se lo recuerdan, claro; al mismo tiempo piensa en la metamorfosis de la tierra en cemento y toma notas mentales. Continúa observando el panorama: la marabunta desciende de los vehículos onda insectos invasores, asaltan la calle como parásitos erráticos amuchados, pareciera que les gusta amontonarse. Se pregunta: ¿qué les pasa a los humanos?; le cae la ficha y se contesta sola: la insaciabilidad y la insatisfacción los flagela y aún lo ignoran.
Se ve en el reflejo de una vidriera sobreviviente a la crisis. Es bajita, tiene los ojos negros como carozos, sonrisa amplia y compradora, hace morisquetas, le saca la lengua a su imagen en el vidrio, se le escapan unas carcajadas; es una negra linda y las rubias galletita de agua la envidian. Sabe que sus caderas atraen miradas, no es boluda; también observa los muslos de otras pibas, le va eso, la piel tersa de sus mejillas, sus trenzas bamboleantes, los dientes derechitos, como los de la Pili. Se cruza con un chico de rulos, parecido al Carlo, lo mira, él la sorprende observándolo, ambos sonríen.
Eu
Eu
Jaja
Chauuu
Fuma porro y toma vino, a veces descontrola y se la pone en la pera.
La injusticia la indigna.
Hay lava revolviéndose en su interior. Desciende de muertos, de fantasmas; su abuelita, una guaraní calmosa que tejía en un telar desvencijado, le enseñó gualichos, conjuros y una maldición que igual nunca creyó cierta. Ella, jugando con la abuela, declamaba en hexámetros que era la guardiana de esas palabras y sentada a su lado escribía letanías y poemas, ovillaba leyendas, urdía cuentos, destejía con la mente las palabras trenzadas en la trama del telar, las descargaba en las hojas.
Una maldición latente pende sobre la República, presa y contenida en renglones como un kraken incendiario. La maldición sigue ahí, inflamable.
Llega al laburo puntualmente. Limpia rápido las estancias del departamento, termina antes. Si pide irse temprano la van a mirar con cara de culo. Mejor medita; lo hace y luego escribe algo, desarrolla el final de una historia.
India. ¿Qué haces? Vení acá por favor. Mirá el horno, ¡es un desastre! dale una pasadita, ¿podés?
La piba hila palabras y conversa con los personajes, un trabajoso proceso interno muy difícil para cualquier escritora, más siendo barrial y laburante, con el tiempo alquilado a un amo que paga menos y exige más. Escucha aburrida a la patrona. La señora ahora mismo se ve algo siniestra y habla bla bla con un tono impostado en su voz, algo sobradora y condescendiente.
Vos me estás prestando atención, ¿no es cierto?
Sí.
Tenés lindo pelo, ¿sabés?, los indios siempre tienen lindo pelo.
Sí, sí.
Bueno, dale, ponete las pilas, piba.
Sí señora, no se preocupe.
La doña mira tv y repite frases en voz alta como si la piba no existiera, como si fuese un animalito. A veces parece que se dirige a alguien más, o es solo desdén, sí, es eso, desdeñosa.
La tv resuena: “Los argentinos descienden de los barcos”, “el peso se devalúa”. La doña va y viene con los patines sobre el parqué, luce unos ruleros inestables y se los ataja con las manos; mira la pantalla, gesticula, vocifera, parece un dragón sicótico.
Sube el dólar otra vez, qué bárbaro che, ¡qué país bananero!, nos van a enchufar más impuestos para bancar a todos los vagos.
La nona vino en barco a laburar, si acá no había nada antes, los indios andaban en pelotas, no hay ni una pirámide, nada.
India escucha y se hace la boluda, aunque no le cae bien la perorata. Toma su libreta y anota: Yo no vengo de los barcos. Tengo DNI de pedo, bruja, nosotros estamos aquí desde antes, andate a Europa, amarga.
La libretita se caldea, las palabras desean provocar ignición, aumenta la temperatura desde el interior hacia sus tapas blandas, las hojas se ventilan y suspiran.
La señora clava sus ojos de gavilán en ella, se acerca, se la quita de las manos y la hojea.
¿Que decís?
Nada, no dije nada.
¿Que escribís?
Un cuento, a veces poesía o letanías.
Letanías, ah mirá, qué interesante…
Continúa inspeccionando la libreta, es alta botona esa señora. Siente el calor del papel donde vibran extraños murmullos. Las palabras mellan el alma, tienen polenta, machucan la conciencia, entran por los ojos y suenan en el marote como un tambor. La libreta contiene frases fulgurantes. A la señora le sale humo de la cabeza, está que trina, arruga el rostro como una pasa de uva y le regresa la libretita que borbotea.
Ah, ¿pero vos fumás? Huele a pucho esta porquería, me quema, tomá, tomá, tené eso.
Hay tensión en el ambiente, las mentes no callan, las mentes rara vez quedan en silencio.
La piba tiene sensaciones en la panza como si tuviese un gato atrapado que intentara salir abriendo la carne con sus garras, atravesándola. Escribiendo su bitácora se calma, arroja un ancla al mar color vino de los sueños, ese es su mundo, las hojas son su geografía abrupta, las letras son los seres que la habitan.
La señora entabla una de sus bucólicas charlas telefónicas, se queja y despotrica con alguien que le presta oídos. Arrastra los patines en el parqué lustroso, los ruleros se le aflojan y los mechones los revolean, parecen cabecitas de serpientes voladoras, y eso, sumado a su mirada pedregosa, la transforma en una Medusa con la voz deforme que hace ecos como si tuviera un embudo dado vuelta en la garganta, una corneta invertida.
Mirá, es pobre, viste, sin cultura, sí, sí, te digo. Claaa, jaja.
Se las da de bohemia jaja, qué caradura, por favor, una negra patas de barro dándosela de poetisa, dejate de joder. La escritura es para los ricos, para los cultos. Que labure, eh, vaga de mierda. Tenés razón Chuni. Eso mismo.
India, vení acá. Mirá, no está limpio el horno. Tiene espuma del producto todavía ahí, mirá, ¿ves? Dale.
No se preocupe señora, ahora lo repaso.
Claro, claro, no hay problema. Pero che, nomás te pido que no escribas hasta que no termines.
Bueno.
Dan media vuelta y las frases entre dientes y los pensamientos entrelazándose resuenan.
Esta chiruza se cree Borges, la puta madre que lo parió, por favor, ¡las pelotudeces que tengo que soportar en este país de mierda!
A la piba la roca derretida quiere subirle desde las tripas, piensa: vieja guacha y sorete, ¿Borges? Decime Arlt, decime Guerriero, decime Sosa Villada o Nájera, si querés, pero no Borges, argolluda incontinente, ¡Borges no! Ya me sacó de quicio esta vieja chota, ojalá se mate de un porrazo en la bañera por hija de puta.
Se quema por dentro, la lava corre y busca una salida. La maldición anotada, pensada, sentida y recargada durante generaciones sale a la luz, asoma el pescuezo un basilisco desacatado y ruge fuerte. La piba escucha gritos en su cabeza, sollozos, cantos de guerra apagados, siente que derrapa. A lo mejor llegó la hora, a lo mejor es eso, nomás. Todo tiene un límite, loco. Un umbral que se atraviesa y después no hay vuelta atrás. Deja de pensar, ahora solo siente.
Emprende el regreso al barrio a pie, aunque el camino es re largo lo prefiere, antes que meterse en un bondi de mierda. Va por la avenida en penumbras, quiere estirar las piernas y destilar su enfado, ve un tacho que rebalsa basura, murmura conjuros poéticos. Saca un fósforo para encenderlo, la libreta quema, la abre y de las letras salta una chispa al fósforo y lo enciende, qué curioso piensa y dice: ¡qué curioso! Tiene los ojos bien abiertos, jadea de la bronca como si estuviese borracha.
La libreta se torna incandescente, salen llamas. Es un lanzallamas. La secuencia del paso del fuego al montón de basura está bien escrita, le gusta esa escena. Se desenrollan ovillos hilados hace mucho.
Camina hacia el fondo de la ciudad, aprieta puños y el tacho prende de golpe, arde, parece un fogón. Podría andar horas si quisiera, se aleja. La calle se cubre de una espesa humareda que la piba atraviesa flotando como un espectro y salen lenguas de fuego del tacho, lamen el suelo y, arrastrándose, entran en los edificios, estallan los vidrios, escupen llamaradas las ventanas. El fuego brilla adentro del humo. El espectáculo alumbra los pasos de la piba, el incendio crece por las venas citadinas.
A ella nada la toca, ella tiene la piel húmeda, los pulmones fuertes, el corazón curtido y el alma de asbesto. Las explosiones se ven desde el espacio, huele fuerte la quemazón, se chamusca todo, la ciudad se consume y se hace cenizas. Al disiparse la tormenta apocalíptica, queda la libreta carbonizada, se resquebraja y sale un brillo diamantino de adentro.
Después de que la maldición desenvolviera su inevitable epílogo, la piba está de pie y quieta, moquea, solloza. Tiene hollín en los cachetes. El fuego satisfizo la insaciabilidad, cauterizó la ignorancia, secó la rabia. Los ojos negros de carozo pestañean, prensan lágrimas irritadas que se desgranan emotivas, van cuesta abajo por sus mejillas tersas superando la elevación de los pómulos, lavan el hollín y se juntan con los mocos, son limpiadas con los puños de su pullover de segunda mano.
El sol abre la niebla que persiste después de los grandes incendios, quedan hebras de humo subiendo aisladas. Un llano verde respira con alivio, el ganado pasta, pasa un zaino al galope, un gato ronronea, un perro mueve la cola, las gallinas picotean maíz.
La piba se recuesta sobre la tierra, su tierra, la siente, la abraza, se relaja, murmura letanías, duerme, sueña con palabras. Es una piba de barrio y se llama India.
Autor: Lisandro Lenski