Publicado en: 08/02/2025 Ebel Barat Comentarios: 0

La literatura estadounidense sobresale por lo profusa y variada. No parece asombroso si nos atenemos a una tradición que ha liderado, como corolario del impulso occidental con sus más de dos mil quinientos años de desarrollo, la cultura en el ámbito mundial.

La cultura suele asociarse al territorio, a la geografía que, como asiento, tiene un papel determinante. Por eso se habla de Occidente y Oriente, tanto o más ―cabe aclarar― que de Norte y Sur. Si bien podemos sugerir que una región rige su desarrollo, ella, la cultura, en términos de tiempo antropológico puede mudarse a otras.  No parece haber un hiato en el transcurso de esos cambios sino una evolución impelida por los rasgos de las naciones que recogen el legado y lo relanzan.

Parece claro que la preminencia griega fue absorbida por los romanos y sus logros, luego, por las naciones del norte de Europa. Los “portadores” de esa suerte de posta cultural la han hecho correr hasta llegar al país que durante los siglos diecinueve y veinte resaltó como líder mundial y al que se ha llegado a calificar como “vigía de occidente”.

Se ha teorizado largamente sobre la decadencia de Occidente y, en la actualidad, parece más próxima si nos atenemos a las fuerzas que operan y que parecen desplazar, por lo menos en ciertos rubros, el liderazgo hacia Oriente. La palabra parece remite a una idea de apariencia y la consideramos adecuada porque las afirmaciones tajantes son peligrosas y suelen alejarnos del concepto de la verdad. Parece, entonces, que la conducción del progreso cultural se está trasladando a los países del oriente liderados por China.

Un país extremadamente grande (más que China en lo que a superficie se refiere) con una población muy numerosa y con el poderío alcanzado en los siglos precedentes ha sufrido situaciones extremas que han signado la vida de sus habitantes. En aras de las virtudes democráticas y del bien común ese país se ha adjudicado el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre la población civil de otro país cuyo daño es homologable al que infligiera Inglaterra a la ciudad de Dresde en Alemania con armamento convencional. Así también los logros artísticos y técnicos generados allí han beneficiado el conjunto de la humanidad y alcanzado cumbres que fueron emuladas en todo el mundo.

El patriotismo estadounidense se ha visto interpelado con la intensidad propia de los sucesos de los que esa nación ha sido protagonista: Y han dejado huellas y daños de igual profundidad. Porque como bien dice el poeta “detrás está la gente” y esa gente ha tenido que hacerse cargo de las situaciones en las que se ha visto involucrada. No son casuales los repetidos incidentes en los que la enajenación provoca daños profundos, a veces extremos, en el tejido social del gran país. Sus habitantes están sujetos a estímulos difíciles de resistir y, en especial, filósofos y escritores ensayan dar cauce a la angustia, el estrés y la alienación obrando como una suerte de terapia en la que la autocrítica y el pesimismo son necesarios protagonistas.

Ante semejante intensidad de estímulos la producción de obras de tenor artístico y testimonial es vasta y sugerente provocando, en lo que nos ocupa, una desbordante lista de escritores.

Ernest Hemingway, el héroe trágico

Nace en el último año del siglo diecinueve, nada menos que como Borges y Faulkner. Forma parte de los precursores ―es el precursor por antonomasia― del lenguaje periodístico aplicado al literario con resultados indiscutibles, particularmente en sus cuentos. Formado para atrapar el interés del lector de periódicos supo aplicar los recursos aprendidos a la creación literaria y elaborar una obra en la que el realismo y la sugestión son protagonistas.

Frecuentes son las referencias a la “teoría del iceberg” que promueve un texto en el que se exhiba una pequeña fracción del conjunto completo al igual que los grandes macizos de hielo flotante. En línea con lo que sugiere Ricardo Piglia, lo no expuesto ―segunda historia que ha de convertirse en principal― es lo que atraerá la atención del lector y por lo tanto la contundencia de los sucesos contados.

Más en sus cuentos que en sus novelas el laconismo, la austeridad o inexistencia de descripciones de estados de ánimo, los hechos puros y duros son características que rigen su prosa y que pueden sugerir realidades ocultas. Adrede el plural porque puede no ser una la historia subyacente sino muchas de acuerdo a la imaginación y las interpretaciones del lector. He ahí su riqueza y su sugestión. “Los asesinos”, “Colinas como elefantes blancos”, “El fin de algo”, y “El gato bajo la lluvia” ―es notable la rica extrañeza que suele provocar esta sencilla narración largamente estudiada― son cabales exponentes de una economía en las que las reticencias representan el mayor valor.

Hasta aquí, y es lo que nos compete a priori, nos hemos remitido a una introducción a la literatura de “papá” Hemingway y menos de lo que más arriba opera como contexto que signa las obras de los autores estadounidenses. A propósito la cita del apodo con que se nombraba al hombre de la literatura, la acción y el drama, nos acerca al concepto del hombre destacado por sobre los demás, es decir, el héroe considerado una suerte de padre en relación a lo que representa esa figura, ese “patrón”.

Los héroes son abundantes en los testimonios del país del norte americano, baste considerar tantos de los que surgieron en los comics y se trasladaron al cine. Son aquellos cuyos logros superan a los del hombre medio.

Los héroes de Hemingway ―él mismo― son trágicos en lo que al destino final se refiere. Se trata de enfrentar ese destino apelando a las fuerzas y virtudes humanas, aún a sabiendas que la batalla está perdida. Creemos pertinente citar la afición del autor a la tauromaquia, la cacería, la pesca de altura, Puede considerarse a estas prácticas como símbolos en los que el destino es siempre la derrota a pesar de la lucha extrema.

En fin, todo aquello que someta a los personajes a situaciones en las que se ven exigidos su valor y expuestas sus cobardías, representa material de sus creaciones. Se trata de afrontar la propia vida con sus dones en la convicción de que no serán suficientes. Recordemos aquí: ”La breve vida feliz de Francis Macomber” ―título menos breve que feliz― , “Las nieves del Kilimanjaro” y la entrañable “El viejo y el mar”.

Ni la democracia, ni el sueño americano, ni los actos heroicos han promovido el bien en muchas regiones. Mucho menos las guerras ―ambas guerras mundiales y la guerra civil española fueron vividas por el autor en los teatros de operaciones― con su reguero de sangre y muerte han servido para construir una humanidad mejor. Hemingway parece saberlo y, aun así, no encontrar otro camino que dar batalla: La batalla de la vida vista como una lid en la que siempre acechan y triunfan la derrota y la muerte.

No se encontrarán rasgos humorísticos ni apelación a la ironía como aparecen en nuestro otro autor y, a pesar de la gloria que brinda la naturaleza como báculo para la angustia existencial, lo no logrado, lo trunco, se impone.

Es que la niñez y primera juventud de Hemingway transcurrió en paisajes en los que la naturaleza es espléndida (“Nick Adams”) y su frecuentación de bosques, ríos y lagos representan un goce físico y espiritual para el escritor. Sugiere que la íntima relación con los poderes naturales es un modo de conocimiento y placer. Y, sobre todo, de consciencia al comprobar la fragilidad humana.

Los diálogos representan uno de los recursos principales de Hemingway y el registro coloquial de los distintos personajes es muy ajustado provocando intriga e interés. La descripción espacial dosificada y los hechos concretos completan la obra junto con efectos potentes y atinados.

Las acciones, las alegorías, los símbolos en las historias del hombre de América y del mundo remiten a una vida heroica que finaliza muchas veces doblegada por el fracaso o la muerte. Muerte, impotencia, pérdida del control, traspasan las anécdotas.

El héroe trágico frecuenta los argumentos y, aun así, la lucha debe seguir como testimonio vital y espiritual. No resta más que afrontar la vida con las armas de las que se llega munido. En su caso la de la capacidad de contar dando cauce a la angustia existencial.

La propia biografía del autor resalta como una novela épica con final inexorable.

 

JD Salinger, prófugo de la necedad

Reunir en mismo número a Hemingway y Salinger resulta valioso si a la forja de sus cualidades nos referimos. He ahí dos generaciones sucesivas inscriptas en la realidad norteamericana en tiempos de las más crueles guerras, he ahí a dos escritores que han vivido en primera línea esas calamidades, he ahí a dos hombres atravesados por profundas angustias que han ensayado aliviar afrontando vidas diferentes y con el mismo medio: la palabra escrita.

Salinger, a diferencia de la épica flagrante la obra de Hemingway, se aplica a los actos menudos en los que la angustia del marginado se ve interpelada. Los protagonistas suelen ser muy humanos, con la carga de contradicción que eso implica. Conceptos como lo correcto o lo incorrecto entran en tensión constante, al igual que en el ciudadano ordinario y las inquietudes se sueltan sin que haya respuestas claras. Sus personajes representan a muchos de sus lectores por encarnar la dificultad de afrontar la vida propuesta por el sueño americano. Una suerte de orfandad se cierne en los sentimientos simples e inevitables, exhibiendo la alternancia del agrado y el desagrado, de la alegría y la desazón, lo que asegura, entonces, la proximidad con los lectores.

A veces con remates extremos, otras con finales abiertos, los argumentos recorren a personas que distan del concepto tradicional de héroe y la comprensión de sus actos se presenta cómoda.

El manejo de los diálogos es un componente destacado de ambos autores y uno de los pilares de sus estilos. Se asemejan también en el lenguaje sencillo y directo, sin pretensiones de ornato o exhibición. No habrá o las habrá en menor medida referencias a los sentimientos de los personajes y, como en muchos escritores de fuste, lo que sucede en la profundidad de cada quién, quedará a cargo de la interpretación del lector. Sin embargo, no será difícil reconocer pasiones y angustias, bastará contemplar los hechos.

Al alejarse del héroe constreñido a su hado, en Salinger las indefiniciones resaltan y la condición humana se muestra más blanda. No faltan toques humorísticos sostenidos por las expresiones, la ironía y los gags al modo americano

Si bien acontece la sonrisa y el tránsito es ameno, el saldo del testimonio resulta amargo y pesimista. Queda tensionada la ética del país de origen y no parece azaroso que Salinger se haya convertido en uno de los referentes (con Faulkner, Capote, Carver, Roth, Vonnegut entre otros) en los que el arte exhibe la contradicción y la iniquidad. Cabe registrar que esa exhibición puede servir de numen para decisiones extremas en ciertas mentes afiebradas (atentados contra Ronald Reagan y John Lennon).

El lenguaje coloquial al que apela Salinger ha puesto en apuros a los traductores al punto de que hay estudios acerca de la dificultad que se presenta al tratar de volcar a otras lenguas el tono del autor. Caso emblemático es el de Carmen Criado que abordó dos veces la traducción de “El guardián entre el centeno” en 1978 y 2006 por no sentirse conforme con la primera, muy difundida a la postre. La dificultad es manifiesta si nos atenemos a que no parece haber una mejoría en el segundo intento (hay buena parte del público que considera ese intento como fallido). El título de la obra mencionada ha sido modificado porque el sentido metafórico y las palabras escogidas en inglés dificultan su interpretación en castellano.

El contrato del lector con la obra de Salinger necesitará de una labor preliminar. Una vez superada esa etapa se podrá recorrerla con fluidez e interpretar su contenido.

Será un acercamiento a la realidad americana de la primera mitad del siglo XX y, ateniéndonos a la serie causa-consecuencia, se podrán comprender mejor los sucesos actuales.

Ernest Hemingway y Jerome David Salinger son autores imprescindibles para interpretar el carácter y la poderosa personalidad de la vasta literatura estadounidense.

 

 

 


Autor:
Ebel Barat

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