Publicado en: 08/02/2025 Agustín Miranda Comentarios: 0

Hemingway para los muermos.

Dos aspectos centrales deben ser considerados al momento de analizar el universo Hemingway. Por un lado su extensa y fructífera obra; por el otro, su vida privada, que fue transitada con una enorme intensidad y tuvo momentos, que de no estar acreditados fidedignamente, como sí lo están, no podrían ser tomados como ciertos.

En esta columna nos ocuparemos de una de sus obras más representativas.

El viejo y el mar fue publicada de manera completa en la revista Life en 1953 con una tirada de cinco millones de ejemplares. Tan grande fue su éxito que potenció la inmediata impresión del libro que tuvo ventas masivas llevándolo a estar veintiséis semanas seguidas en la lista de best sellers del New York Times. Ese mismo año la obra ganó el premio Pulitzer. Un año después, Hemingway obtuvo el máximo galardón al que puede aspirar un escritor, el premio Nobel de literatura.

Lo primero que debemos decir sobre esta novela, es que es una obra maestra ¿Qué implica serlo? ¿Hay acaso elementos objetivos en un texto que otorguen dicha cualidad o son meras valoraciones subjetivas de “determinados” lectores? No hay una respuesta unánime en la doctrina literaria sobre estos interrogantes. Como ya lo hemos señalado en otras oportunidades, suscribimos las posturas objetivistas que entienden que son elementos de fondo y forma propios de la obra los que la categorizan.

Todas las creaciones literarias tienen diversas interpretaciones, algunas cuentan con mayor margen de glosa que otras. En ciertas ocasiones, aquellas, son distintas al sentido que le quiso dar el autor, pero por ello, no son menos válidas. Los lectores significan y resignifican los textos. Esto es aplicable a toda manifestación artística, así pues, quien contempla una pintura va a tener una percepción de ella signada por su propia singularidad que pude o no coincidir con la de otros, incluso con la del pintor. Sin embargo, destacamos enfáticamente que la multiplicidad de interpretaciones posibles no implica que no haya elementos objetivos. Pensemos en Ludwig Van Beethoven, sus composiciones tienen componentes ciertos, concretos y determinados que las posicionan dentro de las más importantes de la historia de la música, con total prescindencia de las valoraciones que los oyentes podamos hacer. La obra se impone por imperio de su peso.

En tiempos de regencia del individualismo, del subjetivismo extremo, del relativismo y de la posverdad, que es la propia mentira sin atenuantes, resulta difícil comprender y aceptar la existencia de elementos objetivos en una obra artística. El viejo y el mar los tiene.

Antes de pasar a ellos, consideramos menester mencionar aspectos determinantes en torno a la estructura conceptual del texto en cuestión. Tres son las dimensiones que la hacen; la primera de ellas está compuesta por lo narrado expresamente; la segunda, por lo no narrado (ciertas veces inducido por la primera, donde el lector cobra un rol preponderante); y por último, la de las implicancias y significados de lo  narrado y de lo no narrado.

Es una novela corta, compacta, sólida y de una inmensa profundidad. A través de una trama simple y lineal, relata con un lenguaje sencillo un momento de la vida de Santiago, un humilde pescador cubano, que en su edad provecta atraviesa un período de tiempo en el que no consigue pesca por más que lo intenta diariamente. Su ayudante, un adolescente al que él formó en el oficio desde que era muy pequeño y que se encuentra unido al personaje principal por un amor filial, es obligado por su verdadero padre a abandonar la barca de su maestro para ir a otra que tenga más suerte. El viejo decide dirigirse solo en busca de un gran pez, para ello se interna con su pequeño bote a vela, gastado por los años, en aguas bravas y profundas, donde nadie se atreve a navegar. Su método de pesca es el tradicional con sedal y a tiro de mano, el cual ya había dejado de ser usado por todos sus colegas y reemplazado por otros más seguros y eficientes desde hacía tiempo. Luego de una inconmensurable lucha de tres días, donde sus diálogos internos y sus cavilaciones tienen un rol central en la narración, logra sacar el mayor ejemplar de toda su vida, un descomunal pez espada de proporciones nunca vistas. Las vicisitudes del mar, que no son otras que las de la existencia misma, atentaron contra su epopeya.

Entendemos que el aspecto central de la obra es el alegórico, mediante el cual trata elementos capitales de la condición humana con total independencia del tiempo y del espacio. Cabe preguntarnos quién alguna vez no se ha sentido solo en un bote en el medio de aguas peligrosas ¿Acaso los urbanitas no habitamos en un mar de hormigón donde lo que nos puede dar o quitar la vida nada a nuestro lado? ¿Cuántas veces nos hemos sentido incapaces de lograr un objetivo o de revalidar otro de tiempos pasados? ¿Cuántas veces hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance y el resultado ha sido infausto? ¿Cuánta estatura se necesita para aceptar la adversidad más profunda, sin rencor, sin resentimiento, tampoco con resignación ni con lastima? El autor nos señala que frente a las desdichas mayores vemos la integridad, la honradez y la honorabilidad de una persona.

Hoy, en esta nueva era, aún innominada, donde el yoísmo superheroico descendiente del narcisismo domina y reina pregonando que todo es posible, que la concreción de cualquier anhelo depende única y exclusivamente de lo que la persona desee, vivimos. Esta creencia infundada, ingenua y pueril, no contempla que voluntades de otros pueden (como pudieron y podrán) modificar el curso de los hechos. Sus practicantes, devenidos en neofeligreses de la posmodernidad new age, descreen de las acciones y efectos de terceros como de la existencia de casos fortuitos o de fuerza mayor. Lo aseguran mientras juegan al yoyo.

Hemingway  fue un ferviente convencido del poder transformador de la voluntad humana, esto se aprecia sin atisbo de dudas en gran parte de sus trabajos como en la manera que transitó su vida , sin embargo reconoce los límites que impone la propia existencia, algunas veces de forma arbitraria e injusta.

El viejo y el mar es un homenaje a la entereza. Nos recuerda que desear no es conseguir, querer no es poder, y creer no es crear; por más que pósters, remeras, tazas y todo tipo de enseres afirmen lo contrario.

 

 

 

 

Autor:
Agustín Miranda

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