En vísperas del octogésimo aniversario de su muerte, el universo Arlt -su escritura, su devenir existencial, sus intervenciones culturales, su visión del mundo- continúa siendo algo inaprehensible, literalmente.
No por hermético o críptico -su lengua, si bien anacrónica para las hablas actuales, es una lengua absolutamente popular-; menos aún por ininteligible o abstracto.
Nada de eso hay en la literatura de Arlt. Nada que la ubique en las coordenadas de una razón abstrusa, de un pensamiento signado por la oquedad de lo arcano.
La imposibilidad de aprehender la escritura arltiana -dice el diccionario de la Real Academia de ese verbo: coger, asir, prender a alguien, o bien algo, especialmente si es de contrabando, lo cual resulta absolutamente pertinente para hablar de Arlt, el gran contrabandista- está dada, en todo caso, por su condición de alteridad radical respecto de lo que la cultura canónica nos solicita y propone.
Arlt es lo otro de lo culturalmente instituido. Allí donde las Buenas Maneras y la Buena Conciencia de una sociedad asentada sobre los valores más rancios de la Tradición de Occidente exigen decoro, Arlt exhibe descaro. Allí donde se exige Gramática, es decir, Corrección, es decir, Normativa, es decir, Sumisión a la Ley del Habla, Arlt expone un Mal Hablar que no es defección ni impotencia, sino potencia expresiva, de carácter anárquico y subversivo.
Allí donde se demandan discursos bilingües, conformes a un canon políglota que sólo puede ser en las voces de los Dueños y Amos, Arlt impone su monolingüismo, que es, como dijera Jacques Derrida, el monolingüismo del otro, es decir, del extraño a (en) la lengua.
Arlt habla -y escribe- con el envés, con el reverso, de la Lengua Aceptada (permitida).
Por eso resulta irreductible, siempre, y en todos los casos.
Arlt contrabandista: volvamos sobre esa idea. El diccionario de la Real Academia, esa fuente inevitable donde buscar los sentidos de los vocablos que usamos, nos atraviesan y además nos hablan, dice respecto del término contrabando: introducción en un país o exportación de mercancías sin pagar los derechos de aduana a que están sometidas legalmente; también dice: comercio de mercancías prohibidas por las leyes a los particulares. De igual modo, enuncia: mercaderías o géneros prohibidos o introducidos fraudulentamente en un país, hasta proponer, por último: cosa hecha contra un bando o pregón público.
Esa secuencia de acepciones del diccionario de la lengua, evidentemente, es lo que mejor define aquello que hace Arlt en (con) la cultura instituida.
Cosa hecha contra un bando o pregón público: he allí a la escritura de Roberto Arlt. Si el bando o el pregón (públicos) pretenden sancionar lo decible y lo indecible, lo legible y lo ilegible, Arlt los ignora olímpicamente, porque sabe que esas prescripciones -que son a la vez proscripciones- imposibilitan que pueda expresarse.
Por ser un escritor genuino, es decir, un hombre que desea contar lo que ve y lo que siente frente al espectáculo pasmoso (y terrible) de la vida y el mundo, Arlt no puede someterse a esos mandatos.
Porque el mundo, y la vida, exhiben -exponen- un conjunto de temas y asuntos que las Buenas Maneras y la Buena Conciencia rechazan: son lo inadmisible para el sistema de valores y para las creencias que, no sólo admiten, sino que, además, imponen.
Algunos dirían, seguramente con razón, que son lo inadmisible para su ideología de clase.
¿Y cuáles son esos temas y asuntos que, para Arlt, se imponen como una evidencia incontrastable, no porque hayan debido ser demostrados por medio de complejos procesos racionales y lógicos, sino por estar allí, al alcance de la vista (y de los oídos, incluso de las manos), meramente?…
Recordemos algunos: el Robo (en Astier, en Erdosain), el Sexo -fallido, frustrado- (en Erdosain, en La Bizca, en Lucila Espila), la Locura (en todos los personajes), el Delirio (en El Astrólogo, en Ergueta), el Cinismo (en El Rufián Melancólico), el Crimen (en Erdosain nuevamente). Por no hablar del Mal, que sobrevuela a todos esos locos que lo son simplemente por situarse en las afueras -y en las antípodas, generalmente- de esa sociedad que los segrega y rechaza.
Por lo cual podría decirse que la locura de los locos de Arlt no es más que el nombre culposo, renegatorio, con que una sociedad aterrada los confina en una exterioridad irreversible, tan punitiva como para ella inaceptable.
Además de esos temas, Arlt contrabandea materiales, aquellos con los que compone su singular escritura.
Como indica el diccionario de la lengua, se trata de mercancías prohibidas por las leyes a los particulares, o asimismo mercaderías o géneros introducidos fraudulentamente en un país.
¿Y cuáles son esas mercancías prohibidas, introducidas fraudulentamente en el país?… Pésimas traducciones de autores que hablaban otras lenguas europeas: el ruso de Dostoievski, el alemán de Nietzsche, el francés de Ponson Du Terrail. Esas traducciones no son más que restos, por no decir directamente detritus, de lo que fueron las obras escritas por ellos. Traducciones que además fueron hechas en España, por traductores que les imprimieron las formas de un castellano madrileño y extraño, o por lo menos remoto, en relación con el idioma de los argentinos, como lo llamó el propio Arlt, parodiando sin duda al centrípeto Borges.
Con esos restos Arlt escribió lo que escribió. Cometiendo “errores” de ortografía, que no alteraban un ápice la inmensa potencia de sus textos salvajes.
La suya fue una escritura desafiante. Una escritura insumisa e irredenta, que interpeló de manera radical las creencias, los lugares comunes, la agobiante doxa, que impregnaron su época.
Escribió con un lenguaje popular -con el habla de sus lectores, de la gente del común que retrató como un extraordinario etnógrafo en sus inigualables aguafuertes– novelas, cuentos, dramaturgia, crónicas periodísticas.
No esquivó los formatos y géneros que la cultura en la que vivió le ofrecía, porque era un titán escribiente, al que no podían detener las convenciones textuales.
A esas convenciones las enfrentó, pero arrasándolas. Las atravesó, les pasó por encima.
Y en esa marcha triunfal hizo lo que ya sabemos: una de las obras máximas de nuestra literatura, que no tiene parangón en la literatura en lengua española contemporánea.
Autor: Roberto Retamoso