
Hoy floreció el suspiro blanco, el del medio, dice Eugenia mirando el jardín desde el ventanal y va en busca de su libreta de anotaciones para escribir solo eso “Hoy floreció el suspiro blanco, el del medio”. Quizás esa frase algún día le sirva para escribir un cuento.
Enciende la cafetera, busca en la alacena un endulzante nuevo, el otro se le terminó anoche. No encuentra. Uf, no tiene ni siquiera una pizca de azúcar para el café, va a tener que ser amargo. Mientras espera que esté listo vuelve a agarrar la libretita que dejó en la mesa e impulsivamente comienza a escribir. Intenta volcar en palabras las imágenes que hace varios días brotan como flashes de recuerdos y que anoche casi no le permitieron descansar. Imágenes de lugares conocidos y lejanos, vivencias pretéritas que la dejan inmersa en las mismas sensaciones que tuvo cuando acontecieron.
Se detiene en una, esa tarde de verano en el club cuando al fin Pablo se animó a hablarle, costándole el disgusto de Maca, que huyó con su peor cara de fastidio porque supuestamente la había dejado sola. Eugenia, al no poder manejar los nervios que le ocasionaba la situación, la combinación de alegría por lo que estaba viviendo con la intempestiva reacción de su amiga, terminó escabulléndose sin dar explicaciones. Por suerte después tuvo oportunidad de aclarárselo a Pablo. ¡Cómo le gustaba ese chico! Los cruces de miradas con él le hacían vibrar la panza, provocándole luego un calor intenso que subía hasta ruborizarle los cachetes. Pretendía darle pequeños indicios para que notara que le interesaba, pero su rostro la delataba en demasía. ¡Qué vergüenza!
Cada recuerdo de su niñez o adolescencia cuando emerge es placentero, pero luego se tiñe de una tristeza agobiante que la persigue por varios días.
Permanece sumergida en sus pensamientos contemplando el jardín a través del vidrio. La luz del sol se filtra entre los suspiros y las sombras de las ramas craquelan el agua de la pileta.
Toma unos sorbos de café mientras repasa las anotaciones de lo que dejó pendiente de resolver para ocuparse hoy. Los sábados tienen esa combinación extraña entre la libertad de abocarnos a lo que nos dé ganas y la ansiedad de definir qué conviene priorizar para aprovechar el día al máximo, piensa. Pese a que no suele estar apremiada durante la semana, siempre siente una abrumadora urgencia. Por temor a los olvidos confecciona listas extensas detallando cada una de las cosas que tiene que hacer, muchas y de lo más variadas, el horario de un turno médico, comprar dentífrico, pan, aceitar la bisagra de la puerta del baño que chilla hace meses, el paso a paso de lo que hará en la próxima jornada laboral, regar las plantas. “Imposible exponerme al arbitrio del azar”, escribió durante uno de sus trances para reflejar lo que le sucedía. Y ahora se olvidó del endulzante, seguramente porque no lo anotó.
Como queriendo tomar con calma lo de las tareas pendientes, se pone a prueba degustando sin prisa las tostadas con queso. Qué caprichosa es la naturaleza, se dice, floreció solo el suspiro blanco, el del medio, destacándose entre los otros dos. Los de los costados creo que son de flores violeta, no me acuerdo. Voy a tener que esperar a que florezcan para comprobarlo.
Mientras desayuna continúa rememorando. Desde que recibió la invitación al casamiento de Lola Lamens el oxidado engranaje de la memoria de su vida entera se le activó de golpe. Un conmovedor torbellino de emociones la envuelve trasladándola en el tiempo hasta convertirla en la que fue.
Advierte que comienza a experimentar una sensación que la perturba, como de indignación. Le aparece patente la cara de Maca diciéndole con marcada efusividad sobre Pablo “Es un estúpido, no sé cómo puede gustarte ese pibe”. Para Maca los chicos que se me acercaban eran tontos, inmaduros, volados, o lo que me decían ya se lo habían dicho a todas, incluso y fundamentalmente a ella. Si les gustaba la misma música que a mí eran “sensibleros”, homosexuales reprimidos o muy hippies. Nadie quedaba eximido de su mordacidad.
De alguna manera se las ingeniaba también para alejarme de otras amigas, logrando que quedáramos constantemente las dos solas. Que Natalia era densa, Luisina creída, Lola pedante, y así con cada una. Yo accedía para evitar sus enojos o protestas, creo que en esa época no me importaba hacerlo.
Ahora Eugenia tendrá que retornar a Moleras después de dos años. “Te quiero acá acompañándome –le dijo Lola cuando la llamó para invitarla- no hay excusa que justifique tu ausencia”. La última vez que estuvo allí hacía cinco que no volvía, y le produjo tanto dolor aquella conversación con Maca que el camino de regreso lo hizo llorando incesantemente. Conversación es un modo de decir, piensa, en los hechos fue una catarata de acusaciones de su parte y otra de mi llanto. Pude expresar bastante menos de lo que hubiera necesitado, lloraba espasmódicamente y sin parar.
Había llamado y escrito asiduamente a Maca desde que me fui y nunca respondió, entonces cuando tomé la decisión de viajar a Moleras me comuniqué con Lola para preguntarle qué sabía de ella. A pesar de que Maca no era santa de su devoción, era la que podía darme información precisa. Me confirmó que el número de teléfono era el que yo tenía y que seguía viviendo en el mismo lugar.
Ya estando ahí la llamé insistentemente, pero fue en vano. Al faltar solo un día para retornar, con la intención de no irme sin verla o hablar con ella, aunque fuera solo por unos minutos, decidí acercarme hasta su casa.
No se la notó sorprendida al verme cuando abrió la puerta. Me dio la sensación de que estaba esperándome. Tuve el impulso de abrazarla y fue como rodear con los brazos un bloque de hielo.
En ningún momento me invitó a pasar. Había ido infinidad de veces a esa casa, entrando sin pedir permiso, y ya no parecía ser bienvenida. Maca se mantuvo continuamente parapetada en el marco de la puerta, sin sacar la mano del picaporte, como montando guardia para que no osara atravesarla; y yo, con un pie en cada uno de los dos últimos escalones de la entrada, no terminaba de llegar ni de irme.
– Maca, dudaba si venir o no porque te escribí y te llamé un montonazo de veces en todos estos años y no me contestaste.
– ¿Y no se te ocurrió preguntarte por qué no te contestaba? -me dijo mezclando una sonrisa burlona con el tono agónico de animal herido.
– Obvio que sí, pero jamás pude encontrar un motivo.
– Claro, no entendiste nada.
Sus expresiones sonaban sumamente agresivas, cargadas de rencor. Se lo dije, como esperando que modificara la actitud, pero la rudeza de sus gestos la reafirmaba en su postura.
– ¿Qué decís?
– Sí, ¿te sorprende? Tan inteligente, tan estudiosa, tan superada y, sin embargo, viste, hay algo que no entendés.
No comprendía qué le había ocurrido conmigo, qué la ofuscaba tanto.
– ¿Por qué me tratás así? Yo te extrañé muchísimo.
– ¿Qué te pasa? ¿Te pegó el “viejazo” y estás en tratativas de recuperar relaciones? ¿A qué viniste ahora?
– ¿Cómo a qué vine? Supuestamente éramos amigas. Intenté que la distancia no diluyera nuestra relación y vos bajaste una persiana infranqueable.
– Oh, bueno, ¡cuánta sofisticación!, “el día que bajaste una persiana infranqueable”- canta elevando su brazo libre- bien tanguero. O no, mejor parece el título de una película de terror. Hasta me siento importante por haber causado tan demoledor efecto, “persiana infranqueable”, tomá para vos
– Basta Maca, ¿qué te hice? El dolor de sus ironías empezaba a calarme hasta los huesos.
– Te fuiste, eso hiciste. Te fuiste, solo pensaste en vos y no te importó dejarme, ni reparaste en cómo podía sentirme.
Sus reclamos eran exagerados, descabellados en realidad. Tan o más inexplicables que injustos.
– Yo no te dejé a vos, qué me estás diciendo. Me fui a estudiar y a trabajar, lo que acá, sabés bien, no podía hacer. Le dije con el pequeño hilo de voz que dejaba salir el nudo de mi garganta.
Era una situación de lo más bizarra. Estaba exponiéndole un descargo de por qué me había ido a la que fue mi mejor amiga, que me juzgaba por qué, por haber hecho lo que necesitaba hacer, por haberla dejado aparentemente. No podía digerir su planteo y las lágrimas de aflicción e impotencia me brotaban como una cascada. Hacía añares que no lloraba de esa forma, seguramente por el hermetismo que me impongo y no por insensible, como me tildaba Maca.
Uf, si supiera lo difícil que fue para mí el alejamiento, no solo de ella, de todo y de todos. Fue lo único osado que hice desde que existo y me costó extremadamente caro. Mi familia no pudo asimilar que deseara irme y, por lo visto, mi amiga tampoco. Fue durísima la soledad.
Maca no dejaba de gesticular y parecía escapársele de su control la intención de no hacerlo. Solo mantenía quieta la mano en el picaporte, que cada tanto debía resituarla para que no se desarmara su postura. Trataba de disimular su nerviosismo procurando hablar lento, pero las palabras encimándosele en la boca le provocaban un sutil tartamudeo que lo hacía evidente.
– Además, te fuiste haciéndote la ofendida. Agregó impaciente.
– ¿Ofendida yo? ¿Con quién? ¿Con vos? Si fuiste vos la que no me respondió cuando te escribí o llamé.
– Sí, te fuiste enfurecida porque no me perdonaste lo de Pablo.
– Ah, no, no lo puedo creer. Te aclaré, pero parece que no te acordás, que no me jodió que salieras con Pablo. Lo que me sorprendió fue que lo considerabas un pavo y terminaste estando con él. Pero no me ofendí. Fue una relación cortita, no podríamos haber durado más. Imagino que no es una novedad lo que te estoy diciendo. De hecho, con vos también fue muy poco lo que estuvieron juntos. Éramos re chicos.
La confusión me entorpecía para hablar. Aun así, estando en ese estado, lo que sí pude largarle, de mal modo porque se lo lancé sin filtro y sigo lamentando no haber podido contenerme, fue cuánto me dolió su relación con Adrián, después que yo me había ido de Moleras. Si con Pablo tenía poquísimo en común Maca, con Adrián era aún menos; no obstante, el noviazgo de ellos duró casi tres años. Eso sí me resultó desgarrador y hasta ahí no me había atrevido a decírselo. Si bien fui yo quien decidió cortar la relación, Adrián había sido un amor importante para mí y no puede no haber estado al tanto de eso.
– No fue intencional, se dio -me dijo, levantando la mirada y bamboleando su cabeza con la obvia intención de minimizar lo que yo le estaba diciendo- Los dos lamentamos que te habías ido y eso nos unió. Además, él me confesó que yo siempre le había gustado. Y bueno, se fue dando. Vos te fuiste, hiciste otras elecciones.
– Sísí, claro, está bien, como vos le gustabas él también te terminó gustando. ¡Qué considerada!
– A ver Eugenia, no sé a qué viene esto ahora. Refunfuñó mientras acomodaba la mano que se le volvía a resbalar del picaporte que le servía de bastón.
– Ah bueno, Eugenia, cuánta formalidad, ya no soy Euge ni Eugita. ¿También nos vamos a empezar a tratar de usted desde hoy?
– No sé, no entiendo qué me querés decir, vos y tus análisis retorcidos.
– No importa, no importa. Lo que sí te quiero decir, pedirte que me aclares en verdad, Ma-ca-re-na, qué es lo que yo no alcanzo a descifrar.
¿Qué era lo que le había pasado conmigo? No puedo sacarme de la cabeza su imagen distante, dura, haciéndome planteos completamente confusos. Se fastidiaba por mi reproche y simultáneamente me reclamaba mi traición, mi abandono. Y el motivo que me daba no era meritorio de tanto odio acumulado. No conseguía dimensionar la intensidad de su querella. La situación era totalmente rara.
De ahí en más solo se limitó a hacer ademanes despectivos mientras yo lloraba sin detenimiento e intercambiaba de lugar mis pies, no ocupando ni uno más que los dos mismos escalones. Persistía clavada ahí sin avanzar ni retroceder. Ahora me pregunto por qué me quedé, por qué no me fui apenas me sorprendió ese tan insólito encuentro.
Indudablemente Maca había quedado empantanada en el pasado y yo me disponía una vez más a que me arrastrara con ella. En ese rato volví a tener ocho, doce o quince años.
– Bueno, si no te molesta –me dijo después de unos minutos, subiendo y bajando la palma de la mano que tenía libre, como indicándome la senda para que me fuera-, ahora tengo que hacer un montón de cosas.
Me alejé de su casa apabullada, confundida, sin comprender qué había sido tan grave como para despertarle semejante rabia.
“Maca toda la vida fue complicada, y últimamente está peor. Busca mostrarse plena, sin pendientes por resolver, y nadie le cree porque no se la ve contenta”. Me dijo Lola, mientras me preparaba un té cuando caí en su casa llorando desconsoladamente a contarle lo sucedido. Jamás hubiera imaginado que iba a terminar siendo más cercana a Lola Lamens que a Maca. De chicas la veíamos como una cheta insoportable, a la que lo único que le interesaba era la ropa y salir de compras. Y en ese momento tenía frente a mí a una mujer reflexiva y generosa que buscaba tranquilizarme.
Con el tiempo fui cayendo en cuenta, y después de lo que pasó ese día en Moleras mucho más, que la pretensión de Maca era que el mundo girara alrededor suyo, y especialmente yo.
Desde chiquitas andábamos permanentemente juntas. Pretendía que no me alejara de su lado, de su costado en realidad. Mostraba celos desmedidos hacia cualquiera que se me acercara, disfrazándolos de una actitud de cuidados hacia mí. Ha llegado a decirme que no iba a existir nadie más que fuera a quererme como ella. Eso me agobiaba un poco, pero tengo que confesar que también me encantaba sentir que era tan valiosa para alguien.
Nos hartaban cargándonos con que parecíamos siamesas. Uf, cómo se enfureció cuando Carlitos Chiappero insinuó que éramos novias. Se puso terriblemente violenta, le dijo de todo y a los empujones. Carlitos quedó temblando, con los ojos desorbitados. A mí en cambio me causó gracia lo que había dicho y terminó dándome pena el pobre pibe. A ese sí que no le deben haber quedado ganas de seguir haciendo esos comentarios.
Los últimos años del secundario, cuando cualquier chico reparaba en mí, había tomado la costumbre de utilizar complejos artilugios para conflictuarme. Ya no se trataba de que ellos eran pavos, sino de que yo contaba con miles de defectos. Que mi pelo era excesivamente colorado, mis caderas demasiado anchas, que arrastraba la lengua para hablar. De esa manera lograba desmotivarme y yo terminaba dando fin al idilio, alejándome. Agradecía su sinceridad sin percibir que estaba siendo enormemente cruel conmigo. Paulatinamente se fue incrementando mi malestar por sus actitudes, pero ni yo misma terminé admitiéndolo, lo desestimaba atribuyéndoselo a mi intolerancia. Mi bendita costumbre de dejar una hendija abierta para autoculparme.
“Nada, no le hiciste absolutamente nada, dejá de culparte”, me repetía tiernamente Lola mientras insistía con que tomara el té, que me iba a hacer bien.
– Me dijo que le hizo mal que me haya ido, pero no fue mi intención cortar el lazo. Lo tomó como una traición.
– Bueno, se ve que con vos tenía ganado ser el centro de atención, y yéndote la descolocaste. No soportó que miraras para otro lado.
– Pero no termino de interpretar por qué eso costó nuestra amistad. Eternamente mantuve en reserva lo que podía joderme de su modo de ser por evitar que se enojara, y aun así no pude lograrlo.
– Es que me parece que no estuvo ni está en vos resolver eso.
– No entiendo qué me reprocha, además me trató de insensible, de creída, de tantas cosas.
– Está dolida, andá a saber qué le pasa. Tratá de desconectarte y concentrate en lo lindo que lograste y tenés, no te quedes atrapada en esta historia.
– Voy a tratar, ya está, ya hice todo lo que pude. Por más que siga sin entender.
– Ay Euge, Euge, no te ofendas por lo que te voy a decir, pero no puedo seguir guardándolo. Creo que la única que nunca se dio cuenta de lo que sentía Maca hacia vos fuiste vos misma. Para muchos siempre fue demasiado evidente.
Lo que me dijo Lola me dejó perpleja. No quise preguntarle ni preguntarme más. Desde ese día resolví declararlo un asunto inescrutable. Si Maca hubiera podido decirme alguna vez lo que le resultaba imposible enunciar yo no habría sabido qué hacer con eso. Presuntamente compartíamos los secretos más íntimos, y está claro que ella se había reservado unos cuantos, de la misma manera que lo hice yo.
Termina el café, arranca la hoja de la libretita, la estruja y la tira al cesto de basura.
Quedan un par de semanas para que llegue el casamiento, no las voy a ocupar pensando en cómo será volver a Moleras, se advierte a sí misma mientras busca en un cajón el listado de tareas para hoy que se le traspapeló.
Se acerca nuevamente al ventanal. Un colibrí bailotea entre las flores blancas del suspiro.
Ojalá los otros dos sean de flores violeta, se dice. Es muy probable que en los días venideros florezca alguno. Es solo cuestión de tiempo.
Autora:
Graciela Roselli