Acabo de dejar a Sofía en el Jardín. Paula se encuentra dictando un Seminario en la UBA y estará en Buenos Aires hasta el viernes de la semana próxima. Varias veces por año se repite esta rutina, ella dando sus clases y yo ocupándome de las tareas y obligaciones en torno a nuestra hija. Es un trabajo que no me desagrada, más bien diría que me entusiasma, de hecho, ya estoy haciendo planes para el tiempo que tendré libre y que no será mucho, sobre todo por un caso que me tiene muy preocupado. Al menos en ese poco tiempo no tendré que compartir a Sofía con su madre.
Llego al Estudio, abro la puerta y me saluda Silvia con su habitual cara de lunes. Pregunto por el expediente de Ramírez y me dice que lo ha dejado sobre el escritorio. Entro a mi despacho, cierro la puerta, me acerco a la ventana, echo una ojeada al monumento que veo allá a lo lejos y adivino el río, lacio y monótono, en su viaje eterno hacia el mar. Claro que nada es eterno, me susurra Heráclito al oído, pero por ahora, el río está ahí y sigue fluyendo. Todo en orden, entonces. Respiro hondo y me siento a trabajar en la apelación de Ramírez.
Hace varias horas, ya no sé exactamente cuántas, que estoy sumergido en el caso del tipo que se ha transformado en los últimos meses en el delincuente preferido del periodismo amarillo. No es para menos, no cabe duda de que Ramírez se lo ha ganado en buena ley, por así decir. Me toca apelar un fallo que lo manda a la cárcel por el resto de su vida. Los familiares no están contentos con eso y me lo han hecho saber de una manera que podríamos llamar enfática. Es una familia numerosa, padres, hermanos, hermanas, tíos y tías, todos metidos en el tema hasta la nariz. En pocas palabras, estoy amenazado, por ahora sólo de recibir una paliza y, como es de suponer, si las cosas salen mal mi familia quedará involucrada. Pienso en Paula y en Sofía y pienso que tengo que sacar a este tipo de la cárcel. Son gente a la que no hay que subestimar. Pienso también en consultar con el Dr. Recabarren, un amigo del club, gran jugador de golf, sé que no le caigo del todo bien porque no puedo engancharme con ese deporte, el golf siempre me ha parecido muy aburrido, sigo prefiriendo el fútbol, pero en ese club no hay con quien jugarlo, tenis o golf, todo lo demás no hace falta, ironizarían. ¿Que por qué estoy ahí? Razones profesionales, diría, irónicamente, mi antiguo profesor de Derecho Penal. Me quedo pensando en Giménez y en cómo me he ido apartando de su concepto de la ética. Pero cómo voy a salir de este asunto es lo que me preocupa ahora, quién me manda a meterme con gente así. Y, por plata, claro, por eso me metí, también por droga de la buena, aunque ahora ya eso no me interesa, la plata sí, la merca ya no, me costó, pero conseguí dejarla. Desde que Paula quedó embarazada y supe que iba a ser padre cuando ya, a mis cuarenta y cinco y luego de unos cuantos intentos, estaba perdiendo la esperanza, no he vuelto a consumir.
Mejor será que me tome un descanso. Salgo de la oficina, entro a la salita de espera., bajo a tomar un café, digo por toda explicación, Silvia levanta por un momento sus ojos del teclado de la computadora. Bueno, dice ¿Vuelve, Doc.? No contesto. Cruzo la calle, hay humo en el aire, serán otra vez los incendios en las islas, pienso, me cubro la nariz y la boca con el pañuelo, entro al bar de Charly, guardo el pañuelo, me siento junto a la ventana, como siempre. Sigue el humo en la calle, veo pasar a la gente apurada, cada vez más apurada, todo parece transcurrir en cámara rápida ¿corren por el humo o esto que veo es culpa de la niebla de confusión y miedo que me provoca lo de Ramírez? Estoy mal, el estrés me está matando. Pido un café en jarrita y una medialuna dulce. Pasa un 133, es raro, esta calle no está en su recorrido, para en la esquina, baja una mujer con paraguas, lo abre y lo cierra, como si lo probara, otra rareza, es un día de sol y no hay pronóstico de lluvia, lo sé porque lo escuché por la radio esta mañana mientras me afeitaba, la gente está cada día más loca, me digo. Miro hacia arriba, el techo parece más lejano que de costumbre, recién ahora advierto que desde más o menos cuarenta centímetros por encima de la ventana todo está pintado de color marrón oscuro, seguro que para dar la sensación de que el salón es más bajo. Claro, es una construcción antigua y éste un truco repetido, pero cómo puede ser que nunca lo haya notado. De pronto me viene la imagen de Sofía. Veo su cara. Llora, tiene la mejilla abierta, una herida que le marca la mitad derecha del rostro, sangre, carne roja y palpitante, me llama, extiende los brazos hacia mí. Paula siempre dice que Sofía y yo tenemos una comunicación especial, algo más allá de los cinco sentidos. Pero ¿y si es una alucinación a causa del miedo que tengo por las amenazas de la familia de Ramírez? Vuelve la imagen, me invade la angustia, miro la hora, falta poco para la salida del Jardín. Decido ir a buscarla, de todos modos, ya no tengo tiempo para ponerme a trabajar en serio y, además, ahora no podría hacerlo, estoy demasiado preocupado. Pago. Dejo el café a medio tomar, la medialuna me la llevo, hoy no almorcé, voy masticando hasta llegar a la salida, ahí la termino, me limpio el almíbar de los dedos con el pañuelo que llevo siempre en el bolsillo interior del saco y que ahora tiene olor a humo, guardo el pañuelo, empujo la puerta batiente. Salgo a la calle, consigo taxi enseguida, qué suerte, el taxista no habla, sólo escucha música ¿ése es el nuevo disco de Fito? No puede ser, si va a presentarlo recién la semana que viene. Debo estar confundido. No importa, ahora directo al Jardín.
Ay, Daniel, no sabe lo que pasó, dice la señorita Mariela, a su lado Sofía llora. La tomo con mis manos, la alzo, la siento en mi antebrazo izquierdo, la beso en la mejilla, tiene una marca roja en forma de óvalo con unos puntos blanquecinos como si fuera un pespunteado en bajorrelieve, menos grave de lo que preveía mi alucinación, eso me tranquiliza un poco. Una señora vino con su hijita para preguntar por el horario y el costo del Jardín. Me distraje un momento explicándole las condiciones y en eso escucho un grito, cuando me doy vuelta la hija de esta señora estaba mordiendo a Sofía en la cara, y no la soltaba, pobre Sofía, con esos cachetes tan hermosos que tiene, ni siquiera intentaba defenderse, no sabe lo que me costó separarla. La madre de la nena no ayudó para nada, sólo miraba. Después tomó a su hija de la mano y se fue sin saludar y sin pedir disculpas.
Llevo a upa a Sofía, voy caminando por la vereda rumbo a casa, vivimos cerca del Jardín, ella me rodea el cuello con toda la fuerza de sus bracitos, esconde su cara en mi hombro, le hablo al oído, le digo que no es nada, le digo cuánto la quiero, le hago unas cosquillas, no se ríe. Una brisa fresca y húmeda me da en la cara, sacude el pelo de Sofía, un mechón me entra por la nariz, la brisa y el olorcito del pelo de Sofía me producen una especie de zonza alegría, lagrimeo un poco. Entro en el quiosco de la esquina, le compro un trencito de madera que nos? esperaba sobre el exhibidor de vidrio que hace de mostrador, Sofía lo agarra con ansiedad, le gusta, sonríe, empiezo a aliviarme, en eso una cegadora luz blanca ilumina el local, un momento después estalla un trueno, Sofía empieza a llorar, me abraza, se tapa los ojos apoyándose en mi hombro, le palmeo la espalda suavemente, suena el celular, es Paula. Hola, Daniel, ya estoy en casa. Se larga un chaparrón, las gotas gruesas y pesadas como cascotes golpean el toldo del quiosco, hay mucho ruido en el ambiente, pienso en la señora del paraguas, casi no puedo oír lo que dice Paula, los coches pasan acelerando por la calle, el miedo al granizo, seguramente, Paula ¿cómo que estás en casa? ¿volviste antes de tiempo? ¿qué pasó? No, volví el día que te había anticipado, hoy es viernes ¿qué te pasa a vos, estás perdido? Pero, Paula ¿cómo que viernes? ¿estás segura? Daniel ¿es una broma? A ver, esperá un poco, Paula, me está entrando otra llamada, es del Estudio, esperá, enseguida te llamo. Dale, atendé rápido y traé a Sofía ¿no sabés que, también?, ella es mía? Esta semana la tuviste sólo para vos. Sí, esperá un poco, vamos apenas pare la lluvia, hola ¿Silvia? Sí, Doctor, soy yo ¿Qué pasa Silvia? Llamó el hermano de Ramírez. Ah ¿y qué quiere? Ramírez se suicidó en su celda ¿Qué? Sí, que se colgó con una toalla que robó del baño, dice la policía, el hermano gritaba como loco, dice que usted tiene la culpa, que no lo defendió como había prometido, que no se merece la plata que le pagaron, que no presentó a tiempo la apelación, que su hermano estaba desesperado pensando que no iba a salir pero que no cree que se haya suicidado, más bien sospecha que pudieron haberlo matado los del servicio penitenciario y que usted les había asegurado que no le iba a pasar nada por los contactos que usted les garantizó que tenía dentro de la fuerza ¿Qué? ¿Cómo que no la presenté a tiempo? Si el plazo vence el jueves de la semana que viene, Doc, no, veintidós fue el jueves de la semana pasada, hoy es viernes 30 ¿Qué? No puede ser, por qué no me lo recordaste, Silvia. Daniel, hace desde el lunes de la semana pasada que usted no viene por el Estudio y como otras veces se ha tomado tiempo para trabajar tranquilo en su casa no quise molestarlo, pero sí, hoy es treinta. Y dijo algo más, el hermano de Ramírez, dígale al Dr. Menéndez, dijo, que deseo que su hija esté bien y que espero que se recupere pronto.
Autor:
Rubén Leva