El aroma de las Tilas
Carlitos lo vio llegar un amanecer de comienzos de marzo, con un auto viejo que estacionó en el terreno lindero. El nuevo se encaminó hacia él, con postura arrogante le preguntó confianzudo, así, cómo si se conocieran de siempre: – ¿Qué tal la tierra? ¿Crecen las plantas en este lugar? -Sí le ponés atención y amor, todo crece, mirá mi jardín- dijo Carlitos- no sabés lo que laburé para lograr esto. Yo compré el terreno entre los primeros del barrio. Era un campo de soja, se habían chupado de la tierra hasta el último mineral. – ¡Genial! Fue un acierto comprar acá – se ufanó Marcelo. – trabajar la tierra es lo mío. Obvió contar que su trabajo se trataba de “pequeñas tierras”, tierras de macetas. No era muy épico. Venía de la Capital y había hecho ornamentación de balcones…